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Historia de las agitaciones campesinas andaluzas

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En este mes tan atareado en faenas agrícolas, la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo quiere rendir homenaje a los campesinos y jornaleros que lucharon para obtener mejoras en sus duras condiciones laborales, y lo hacemos de la mano de un jurista andaluz, Juan Díaz del Moral (1870-1948) y de su libro Historia de las agitaciones campesinas andaluzas – Córdoba (Antecedecentes para una Reforma Agraria).

Al amparo de la longeva Revista de Derecho Privado, fundada en 1913 por los juristas Felipe Clemente de Diego Gutiérrez y José María Navarro de Palencia (y que pervive en la actualidad de mano de la Editorial Reus), se crea la editorial jurídica homónima que en 1929 publica la primera edición del libro que compartimos.

Una prosa ágil, prolija en metonimias, nos conecta a una época (finales del siglo XIX y primeros veintitrés años del XX) y con un intelectual cordobés brillante y con carisma. Formado en la Institución Libre de Enseñanza, estudia las carreras de Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Sevilla; conoce y recibe influencias de lo más granado de la intelectualidad de pensadores regeneracionistas, krausistas, republicanos y liberales de la época. Notario de Bujalance, fue diputado por la provincia de Córdoba tras las elecciones de 1931.

Mas recordemos también que es hijo de labriegos modestos de ideas republicanas, pues es quizá ahí donde se deba rastrear su compromiso por investigar y promover reformas legislativas agrarias e ideas más sociales sobre el reparto de la tierra, así como su entusiasmo por la utopía ácrata al escribir esta Historia de las agitaciones campesinas...

Es indudable que conoce el “alma andaluza”, rebosa enamoramiento por su tierra e indignación ante la injusticia. Independientemente de sus filias políticas, su verso es contundente a la hora de condenar un modelo de sociedad basado en «la resignación de los de abajo y la caridad de los de arriba». Está sobrado en recursos para describir la «contextura espiritual de las masas proletarias» y si bien, al momento actual, podemos sentir que la tonalidad y el lenguaje épicos utilizados no son los adecuados para abordar el movimiento anarquista, o disentir respecto de algunas interpretaciones del autor, es innegable que Díaz del Moral fue un adelantado a su tiempo y nos legó un encomiable ensayo sobre las cuestiones sociales, la amalgama ideológica de los movimientos obreros y la sinfonía libertaria. Contextualizarlo a la época en que se escribe, 1923, suaviza nuestros juicios en gran manera. 

Arropado en una extensísima bibliografía de fuentes originarias y testimonios vívidos de testigos, la figura de este notario rural se siente cosmopolita, observador minucioso y orgulloso estadista. Sospechamos que en él también late un sentimiento de admiración y quién sabe si no, una saudade, por el sueño libertario.

Tras unas primeras notas descriptivas sobre Andalucía, tanto de sus recursos naturales como de los tipos humanos que lo trasiegan, Díaz del Moral realiza un periplo por lo que él llama la «Prehistoria» de las agitaciones populares hasta 1870, a saber: las turbulencias eminentemente campesinas y andaluzas que jalonan la geografía social en los contextos de las guerras civiles del período hispano-árabe; las luchas religiosas y conspiranoicas de cristianos viejos contra judíos y conversos, y de los grandes de España frente a los reyes, para quienes los súbditos, esperanzados en aligerarse del feudal yugo, son su instrumento; los motines del hambre; las conjuras nobiliarias que alborotan al pueblo en sedición contra el rey y sus validos por una supuesta independencia o con la mirada puesta en Portugal; y un largo etcétera de otras rebeldías por parte de las clases oprimidas. Pero no es característica definitoria del «alma inflamable y pasional de la muchedumbre» la disputa por la tierra, sino su hartazgo por las injusticias, azuzado por la peste y el hambre.

Con estos antecedentes, y tras un breve recorrido épico por el bautismo de sangre que supusieron las revueltas de 1868 y 1869 para el movimiento republicano, entramos en lo más apasionante del texto, contemporáneo a su vida, al auge económico y la mecanización del campo, y que denomina «Historia del movimiento obrero cordobés y mundial entre 1874 a 1917 y el trienio bolchevista desde 1918 a 1920», a los que dedica más de trescientas páginas.

Díaz del Moral ahonda en las peculiaridades sobre la propiedad de la tierra que caracteriza a las regiones andaluzas a finales del siglo XIX y principios del XX, saliéndose de los postulados de Joaquín Costa; analizando el legado dejado tras los desatinos de las desamortizaciones, así como la formación de un tipo de cooperativismo con fines benéficos y de mutua ayuda. Analiza el «fourierismo ingenuo» que entusiasmó a ciertos sectores de las clases acomodadas y de los intelectuales, y los divergentes rumbos de las propagandas democráticas de origen republicano (traídas por sus directores para instaurar la República y por las masas para conseguir el tan ansiado reparto de las tierras).

Con estos antecedentes, y tras un breve recorrido épico por el bautismo de sangre que supusieron las revueltas de 1868 y 1869 para el movimiento republicano, entramos en lo más apasionante del texto, contemporáneo a su vida, al auge económico y la mecanización del campo, y que denomina «Historia del movimiento obrero cordobés y mundial entre 1874 a 1917 y el trienio bolchevista desde 1918 a 1920», a los que dedica más de trescientas páginas.

Late el orgullo que siente hacia su tierra natal que, por otro lado, nunca intenta disimular, y se delecta en recordarnos que fue en Córdoba donde se celebró el III Congreso de la FRE-AIT, a su vez primer congreso anarquista después de la escisión en las dos corrientes («se reunieron los secuaces de Bakunin, libres ya del contrapeso marxista»), durante los últimos ocho días de 1872. Tras un año de intensa agitación, en enero de 1874 sobreviene la dictadura militar de Serrano y de Zabala. Las sombras nuevamente se apoderan del movimiento obrero que debe esperar a 1881 para resurgir. Entretanto, nos recuerda como la emigración a América de señeras figuras del anarquismo, huyendo de la represión, hizo germinar la semilla de la cuestión social por aquellos lares.

Los estertores del siglo XIX son tiempos de polémicas entre comunistas y colectivistas, de auge del regionalismo contra las tendencias internacionalistas, de la siempre polémica Mano Negra, de las logias masónicas y de las leyes represoras que se combaten con huelgas y revueltas organizadas, pero también con gimnasia revolucionaria, como en los Sucesos de Jerez, y acciones armadas como la de Michelle Angiolillo, ejecutor de Cánovas del Castillo.

Del Moral, hombre pacífico, no vacila al posicionarse en contra de las acciones violentas de los «grupos irreglamentados», de la táctica de la propaganda por el hecho, o de las exaltaciones fanáticas de individuos que no duda en calificar de «tácticas suicidas», por el flaco favor que considera le hacen a «las auténticas doctrinas utópicas, saturadas de humanismo y radicalmente educadoras, por lo menos en algunos sectores ácratas».

En 1910 se inicia la reorganización anarquista en Córdoba y el auge del sindicalismo, fundamentalmente campesino, se traduce en multitud de Centros Instructivos Obreros, constituyéndose la población de Castro del Río en bastión libertario de la provincia. En abril de 1913 se celebra en la capital el Congreso que da lugar a la creación de la Federación Nacional de Agricultores (F.N.A.) cuyo órgano, La Voz del Campesino, enarbola el lema para una sociedad nueva: «La tierra para los que la trabajan», y cuyas filas engrosan diversas organizaciones agrarias sindicalistas hasta que en 1919 se integran en la C.N.T.

Analiza brevemente las posturas de la Primera y Segunda Internacional, las convicciones internacionalistas frente a las posibilistas o reformistas, el pacifismo condicionado y los nacionalismos que alumbran el estallido de la Gran Guerra, con el consecuente paso a un segundo plano de la lucha de clases. Lo mismo que sus contemporáneos, percibió cómo el triunfo de la revolución rusa exaltó los ánimos y esperanzas del proletariado mundial, pero igualmente concluye en el fracaso de la dictadura del proletariado, la inaceptable destrucción de los soviets, así como la inquina contra Makno y otros ácratas rusos.

Mientras, el andamiaje doctrinal del sindicalismo revolucionario, de mano de los teóricos franceses, alienta la transformación social, «la idea-fuerza de la huelga general enardece a las muchedumbres», el sindicato único se erige en «organismo de combate» y en España el fervor propagandista y la eficacia de la palabra lleva la doctrina anarquista a todos los rincones. Teresa Claramunt y Leopoldo Bonafulla, además de otros líderes de Madrid y Barcelona, atizaban el fuego en sus mítines, el patriarca Anselmo Lorenzo toma la defensa de las nuevas doctrinas, se constituye la Confederación Nacional del Trabajo y su órgano, Solidaridad Obrera, inicia su turbulenta y fructífera andadura.

En 1910 se inicia la reorganización anarquista en Córdoba y el auge del sindicalismo, fundamentalmente campesino, se traduce en multitud de Centros Instructivos Obreros, constituyéndose la población de Castro del Río en bastión libertario de la provincia. En abril de 1913 se celebra en la capital el Congreso que da lugar a la creación de la Federación Nacional de Agricultores (F.N.A.) cuyo órgano, La Voz del Campesino, enarbola el lema para una sociedad nueva: «La tierra para los que la trabajan», y cuyas filas engrosan diversas organizaciones agrarias sindicalistas hasta que en 1919 se integran en la C.N.T.

Díaz del Moral se refiere a los propagandistas de esos años, tanto a los que llama «indígenas», como a los «forasteros» (entre los que destaca Mauro Bajatierra y Eusebio Martín). Recuerda a la incansable activista Belén Sárraga (1874-1951), feminista, federalista, obrerista y propagandista anticlerical, co-fundadora de la Federación de Sociedades de Resistencia y de la Sociedad Progresiva Femenina en Málaga. Pondera la valía del gran referente del anarquismo espontaneísta, Ricardo Mella (1861-1925), de quien dice es una de  las figuras más relevantes del proletariado cordobés en aquel período. Y lugar preeminente lo ocupa el gaditano de Grazalema José Sánchez Rosa (1864-1936), cuya biografía se hace imprescindible para comprender el movimiento obrero en Andalucía, siendo una de las figuras de más relieve del anarquismo español. Sus publicaciones La gramática del obrero, El abogado del obrero y La aritmética del obrero son un modelo de literatura obrerista. Tampoco olvida el papel efímero de los Círculos Católicos de obreros, tercos siempre en su apostolado y proselitismo a través de sus propagandistas.

El texto de Díaz del Moral resulta imprescindible no sólo para el análisis histórico de la praxis revolucionaria y de la heterogeneidad ideológica de los movimientos obreros campesinos, sino para comprender el arraigo y la especificidad del movimiento libertario ibérico.

Y llegamos al trienio bolchevista (1918-1920). Llama la atención el nivel de detalle al que llega en la descripción de la estructura de las sociedades obreras («el reglamento», «el domicilio social», «la taberna», «la escuela», «los cargos retribuidos»), su clasificación («sindicalistas», «socialistas», «indefinidas»), los problemas intersindicales, las condiciones laborales negociadas en el seno de las comisiones que abordan en esencia cuatro temas: el jornal (en general se iban consiguiendo las subidas reclamadas a costa del alza de los precios por los patronos), el destajo, los trabajadores forasteros (solventado casi siempre con la derrota obrera, pues la libertad de contratación se acababa imponiendo por mandato ministerial) y la colocación de todos los parados. A mayores, la libertad de los presos obreros y políticos se convierte en una de las demandas recurrentes, respondiendo a los llamamientos de solidaridad.

También analiza el alcance de las huelgas del período (184 huelgas en 1918 y 1919, 16 en 1920 y 3 en 1921) y el boicot como importante arma de predominio social de las organizaciones proletarias. Se le siente bello cuando se refiere a la literatura obrera como la «musa anónima». Y crítico, aunque sin duda peca de reduccionista, cuando reconoce las bondades de la contratación colectiva y la imposibilidad para llevarla a la práctica, o desarrolla la brecha entre el ideario anarco-sindicalista, de enorme fuerza emotiva, y las propuestas prácticas concretas.

Finalmente aborda las causas internas de la decadencia del movimiento obrero, algunas de las cuales pudiéramos decir que, desafortunadamente, cobran vigencia en la actualidad. Además, «las represiones destempladas y antijurídicas de las huelgas y las coacciones ilegales contra los militantes» por parte de las autoridades, o las respuestas violentas de una burguesía organizada a modo de somatén, desalentaron a las masas resintiéndose enormemente la afiliación. Estrategias conciliadoras de algunas entidades patronales como la creación de economatos, bolsas de trabajo o el ofrecimiento de mejoras individuales, también fueron instrumentos eficaces para desmembrar los Centros Obreros. Igualmente, los sindicatos católicos, las cajas rurales y la prensa burguesa desempeñaron un papel protagonista en este declive.

El texto de Díaz del Moral resulta imprescindible no sólo para el análisis histórico de la praxis revolucionaria y de la heterogeneidad ideológica de los movimientos obreros campesinos, sino para comprender el arraigo y la especificidad del movimiento libertario ibérico.

Silvia García Rey

Historia de las agitaciones campesinas andaluzas – Córdoba (Antecedecentes para una Reforma Agraria), Juan Díaz del Moral. Revista de Derecho Privado. Madrid: 1929. Biblioteca Fundación Anselmo Lorenzo.