En recuerdo a Valentín

Aunque hace ya unos meses desde que nos abandonó el compañero Valentín, queremos recordarle ahora con el siguiente texto, sincero homenaje a un compañero irrepetible Valentín ha muerto. Agosto de 2018. Día 6, lunes. Le ha alcanzado la parca, según tiene por costumbre,…
En recuerdo a Valentín

Aunque hace ya unos meses desde que nos abandonó el compañero Valentín, queremos recordarle ahora con el siguiente texto, sincero homenaje a un compañero irrepetible

Valentín ha muerto. Agosto de 2018. Día 6, lunes. Le ha alcanzado la parca, según tiene por costumbre, aun con quienes merecerían vivir.

Valen, para la gente más cercana. Apenas nadie conocía sus apellidos, debido a que en raras ocasiones figuraba como representante oficial de algún grupo. Y no es que estuviera en la sombra, no. Al contrario, su actividad era con frecuencia una de las más sobresalientes en las colectividades a las que se incorporaba, pero, según decimos, dejaba que otras personas tuvieran los cargos de notoriedad. Este quehacer diario suyo se cimentaba en una inteligencia notable, en una perspicacia aguda, en una capacidad de argumentación difícilmente rebatible, en una voluntad a prueba de bombas, en un trabajo constante, en una entrega sin límites y en una honradez elemental. Sus capacidades podrían haberle llevado a despachos prestigiosos, a sillones municipales e, incluso, ministeriales, pero sus convicciones sociales, su conciencia de ser pueblo, le hacían vivir en la sencillez, casi (o sin casi) en la austeridad. Aunque no hay que engañarse; esta forma de ser en la vida lo convertía en una persona incómoda, incluso para la gente a la que defendía. Se le admiraba (aun en secreto), pero su presencia obligaba a quienes le rodeaban a tomar postura ante las situaciones injustas.

Valentín Blanco Pérez nace en 1946 en Valparaíso (Zamora), localidad del norte de la provincia, ya con tintes gallegos. Tercer hijo de una familia humilde, al que seguirán otro hermano y otra hermana. Despierto, la manera de estudiar desde un pueblo era acudir a un colegio religioso, así que fue a los salesianos de Palencia, después a Galicia, tomó los hábitos y, pronto, se incorporó a la Universidad Laboral de Zamora. A finales de los años sesenta, la sociedad española bullía. Valentín fue tomando conciencia de la situación, a tal punto que vio que la Iglesia oficial era una institución demasiado posicionada con el poder y alejada de los problemas de la gente humilde.

Aun cuando era tutor de Ingeniería, fue entre el alumnado de COU donde se formó un grupo de chicas y chicos que se hicieron sensibles a su prédica de la necesidad de atender a la pobreza; así, en 1975, tuvieron experiencias (casi de apostolado) en las Hurdes y los Ancares, que les marcaron de por vida. Eligieron estudiar carreras útiles a esta causa ‒Medicina o Derecho‒ y, al año siguiente, fueron a Salamanca. Valentín quedó en Zamora, ya muy cuestionado en la institución, especialmente a partir de que el alumnado diera plantón al gobernador civil en una comida festiva, acción de la que le acusaban de incitar. No tardó mucho en asentarse en Salamanca. Era la Transición.

En la Ciudad del Tormes comenzó a trabajar de peón de albañil. Su idea era formar pequeñas comunas que incidiesen en el pueblo e incidiesen en la transformación social. El abanico ideológico se había abierto y, poco a poco, fue comprendiendo que el anarquismo era el ámbito que abarcaba la variedad de inquietudes a las que se sumaba: vecinales, ecologismo, sindicalismo, antimilitarismo, feminismo, antinuclear, comunera, etc.

A poco de llegar, inició estudios de Graduado Social (laboralista), con la idea de poseer herramientas jurídicas con las que apoyar su actividad obrera. Su ascendencia en el ramo de la construcción se hizo notar pronto, de tal manera que hizo sombra a los sindicatos mayoritarios, tanto que estos no sabían cómo hacer frente a sus argumentaciones, entre otras las de luchar por subidas lineales en los convenios (y no porcentuales, que agrietan más las diferencias); de ahí que, durante una huelga de construcción, fuera denunciado por Comisiones Obreras, lo cual le llevó unos días a la cárcel.

En el inicio de los ochenta se incorporó al sindicato CNT (cuando este se había desmembrado en su V Congreso) y, junto a otra gente entusiasta, sacaron adelante a este sindicato hasta entrados los noventa, haciendo de él una organización de las más activas (también culturalmente) de la ciudad, y de las más temidas por los organismos públicos y sindicatos mayoritarios. Valentín fue el alma de la sección de Construcción, además de cargar con una notable parte de los asuntos que llevaba la Asesoría Laboral del local; cientos de personas salmantinas podrían agradecer su hacer y entrega.

Sin que sea este lugar para hablar de la vida privada ‒Valentín fue celoso en su guarda‒, diremos que en esta década vivimos media docena de allegados en lo que podría llamarse una comuna. Sus inicios se sostenían en notable medida con el dinero aportado por Valentín, pues el resto tardamos unos años en disponer de sueldos (aunque fueran temporales). No había asignaciones económicas ni de tareas domésticas en el grupo, pero siempre se realizaban estas y se hacía frente a los gastos, sin que nunca hubiera una discusión mínima por ello.

Muchas noches apenas dormía(mos) ultimando la redacción de una demanda para los trabajadores de alguna empresa, ante la expiración del plazo de entrega a la mañana siguiente; el magistrado de lo Social, Juan Manuel, se asombraba de los argumentos de defensa que desplegaba Valentín en las conciliaciones y apenas podía disimular la admiración que sentía ante este hombre entregado y honesto (de hecho, escribió un artículo laudatorio en la prensa de la ciudad, pensando, equivocadamente, que había fallecido).

Otras noches, de víspera de festivo, a la salida del local sindical, recorríamos entre animadas charlas las escasas tabernas que iban quedando en la ciudad, tomando caldos y vino, o tortilla con pimientos (en el Laso), con el aliento de cantos revolucionarios; y paseábamos callejuelas y parques, en alguno de cuyos momentos Valentín podía recitar de corrido «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me aquejo de la vuesa fermosura». O invitábamos a alguien a casa y, tras vestir nuestros sueños, leíamos poemas. O salíamos al campo ‒Sierra de Béjar, orillas del Duero en Lerma o romerías en Sanabria‒, ocasiones en que Valentín gustaba de asar algunas setas o costillas, mientras recordábamos nuestros pueblos. O nos tumbábamos en lo alto de las escaleras del Patio Chico a ver pasar las nubes delante de las estrellas entre pináculos góticos.

Aunque no escondía la cara, no era partidario del uso de la violencia; «ni aun en las manifestaciones de extrema derecha ‒decía‒; la imaginación es una herramienta mucho más aprovechable».

Ya durante los ochenta, pasó alguna temporada en Mallorca, lugar donde había emigrado el grueso de su familia, para atender a su madre. Su padre había fallecido temprano, debido a una negligencia médica (que él no denunció por creerla achacable al sistema más que a la persona).

Los noventa nos fueron dispersando. Valentín radicó mayormente en Madrid, continuando con su trabajo de albañil, si bien, aprovechaba las épocas en que era despedido (por reivindicar derechos y mejoras comunes) y volvía con cierta frecuencia a Salamanca a resolver asuntos pendientes, al tiempo que continuó pasando temporadas en Mallorca acompañando a su madre.

Uno de los conflictos pendientes en Salamanca era el habido con la multinacional del hormigón Sttytley, en la que estaban implicados varios trabajadores; ante el temor de que se perdiera el conflicto, ya que la empresa presentaba testigos falsos, el letrado de esta “extravió su documentación», por lo que el juicio hubo de suspenderse, y dio motivo para que la empresa aceptara la propuesta hecha por el sindicato, llegándose a un acuerdo que dio la victoria al Sindicato, y los trabajadores duplicaron las indemnizaciones.

En el tiempo en que el “compañero Valentín” estuvo en Madrid, el Sindicato de Construcción experimentó un impulso nuevo, pues con su hiperactividad le hizo entrar en una dinámica, cuyas actividades encabezaba, de lo que a veces nos llegamos a sentir espectadores de una acción sin respiro. Nuestras reuniones eran una auténtica fábrica de ideas, ideas que poníamos en práctica una tras otra; incluso las teníamos matutinas, mientras disfrutábamos de nuestro tiempo de parados. A veces, al término de ellas, nos sentíamos con esa sensación que se experimenta cuando algo grande está pasando, y que Valentín celebraba con mucho entusiasmo.

Valgan unos pocos ejemplos de ello: en una ocasión, al participar en una de las huelgas, como piquete, llegamos a conseguir una caravana de coches desde Villalba a Madrid de más de veinte vehículos, de los que un solo coche era de la CNT.

Otra vez, en una asamblea celebrada en los locales de CC. OO. de la calle López de Vega (con motivo de una huelga del sector de construcción convocada por los sindicatos oficiales), a la que asistimos como cenetistas, se acabaron sumando a nuestras propuestas los/as trabajadoras/es de más de media asamblea. A partir de aquello, los sindicatos oficiales dejaron de convocar huelgas en nuestro sector. «¡Nos los estamos zampando!», decía el compañero Valentín.

Para que se elaboraran los convenios colectivos del año siguiente, nos presentábamos para denunciarlos, ya que a los sindicatos oficiales «se les olvidaba» y, si no se hacía la denuncia, se prorrogaban los acuerdos existentes, con la consiguiente pérdida para los/as trabajadoras/es.

Para tener información laboral del Ministerio de Trabajo, nos presentamos en varias ocasiones para reclamar la Guía Laboral y, como nos negaran a lo que tenemos derecho al ser una “Organización Legal», nos apropiábamos de todos los folletos que tenían en unas casillas de las oficinas del departamento de publicaciones y, así, con una buena dosis de perseverancia, con el compañero Valentín, se consiguió (con todo el apoyo de Construcción de Madrid, como no sería de otra manera), los 25 ejemplares de la guía laboral que cada año recibe la CNT del Ministerio de Trabajo.

Fueron muchas nuestras demandas que, posiblemente, no hubieran sido sin la inagotable acción del compañero Valentín. Cuando se marchó más en firme a Mallorca, para cuidar a su madre, a la que siempre profesó un gran cariño y que finalmente murió en 2001, Construcción Madrid experimentó un cierto vacío, pero la militancia había aumentado en número y en práctica, y contaba con el triple de afiliación.

Pasado un tiempo, me encontré con Valentín en la Plaza de Antón Martín. La CNT de Mallorca estaba funcionando como nunca. El compañero alimentaba el movimiento que daba vida a nuestra organización; volví a encontrarme con él, esta vez en Mallorca, en Palau Real 9, donde estaban los locales de CNT. Me mostró el local del Sindicato y me presentó a los/as compañeras/as. Pude palpar el cariño que se respiraba dentro de aquel ambiente de organización y, en medio de todo, nuestro compañero. Nuestros encuentros, a veces casuales y otras previstos, se convertían en una fiesta.

Con los cambios sociales que trajo la globalización, sintió que los compromisos locales sin una mirada más amplia y global se quedaban cojos. Y empezó a buscar trabajo y lo encontró en distintos lugares: en algunos de habla francesa, idioma que dominaba, Bruselas, Ajaccio (Córcega), también en Barcelona, Castelldefels, Girona, Rosas, Madrid, Guadarrama… Su trabajo duro y mal pagado, le daba la libertad de no depender de un solo empleador y poder elegir dónde ir. Así pudo estar junto a su hermano más querido mientras fue tratado en un hospital de Barcelona, donde finalmente murió. Se unía a las manifestaciones del 1.º de Mayo en ciudades distintas. Prefería Nápoles a Roma; Lisboa a París. Viajó mucho menos de lo que le hubiera gustado. Vivía con naturalidad y vitalidad su vida (aunque bien sabía que era dura, él no la hubiera cambiado por nada).

Guardaba en su corazón y en su memoria todo lo que le había traído la vida en sus distintas etapas, pero no se recreaba nunca en ello. Siempre miraba para delante, encontrando de continuo motivos para poner su atención y su energía en lo que venía. Se involucró con los movimientos sociales que se generaron a partir del 15M. Supo estar con cualquier movimiento que defendiera la dignidad y la libertad (más allá de las siglas). Establecía relaciones cordiales con sus compañeros de trabajo, con los compañeros de lucha y con las personas de los lugares donde vivía.

Una vez que se jubiló, se estableció en un pueblecito de la cuenca minera asturiana ‒Blimea‒ y dividió su tiempo entre Asturias y Valparaíso ‒su pueblo zamorano‒. Siguió luchando socialmente en los dos lugares y compartiendo la vida con las personas de ambos. Y cuando Blimea y Valparaíso se le quedaban pequeños, Gijón y Zamora le daban más vuelo.

Fue un hombre vital, entusiasta, curioso, activo, coherente, honrado, infatigable, afectuoso, independiente. Pero por encima de todo, luchador y resistente ‒ya quedan pocos como él‒. La rebeldía fue su vida. Muchos no le entendieron.

Siempre antepuso los intereses de los colectivos más desfavorecidos a sí mismo. A los que compartimos con él algún trozo del camino y a su familia nos hubiese gustado que se hubiera cuidado más, que hubiera tenido una vida más cómoda, que hubiera atendido más sus necesidades… y que nos hubiera vivido más años.

Mantuvo un equilibrio muy duro entre opuestos: libertad/compromiso, rebeldía/respeto, entrega/independencia, fortaleza/fragilidad, lo individual/lo colectivo…

Estaba muy cansado. Él nunca se permitió el reconocerlo.

 

La ruta final

Salir disparado al azul

como una flecha…

y quedarme perdido

en el cielo o en el aire… fuera

de todos los pueblos

de la tierra,

de todos… porque ahora

con estos grandes odios de la guerra

aquí abajo…

¡hacia dónde partir con mi quimera!

     León Felipe

 

QUE LA TIERRA TE SEA LEVE. DESCANSE EN PAZ

Noviembre de 2018.

(Este es un texto colectivo, fruto de varias manos, de ahí su redacción).

 

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