Entrevistas
Miguel G. Gómez
Entrevista a Miguel G. Gómez acerca de su libro La CNT y la Nueva Economía. Del colectivismo empresarial a la planificación de la economía (1936-1939).
Miguel G. Gómez es historiador y militante anarcosindical y ha centrado sus estudios en la historia del movimiento obrero y su relación con el anarquismo. Fruto de estos estudios son algunos artículos en revistas y medios digitales: alasbarricadas.org, Dovella, L’Erol, Pèsol Negre, Ser Histórico, Regeneración Libertaria, Solidaridad Obrera o Cataluña. Con él hablamos de su último libro, La CNT y la Nueva Economía. Del colectivismo empresarial a la planificación de la economía confederal (1936-1939), recientemente publicado por la FAL; un trabajo que nos acerca a las experiencias económicas durante la guerra y nos ayuda a sumergirnos en el proceso revolucionario a nivel local, a la organización de la economía desde abajo, en cada taller, en cada municipio, en cada comarca.
En primer lugar, enhorabuena por el libro. Creo que con él consigues poner en valor un aspecto algo olvidado, el de que la guerra civil no solo fue un conflicto militar o ideológico, sino también económico, algo que no suele estar en la agenda de los historiadores cuando se acercan al periodo.
Gracias por los cumplidos. Como dices, la guerra fue un conflicto multidimensional, que se dio en todo tipo de escenarios. Hace poco me he leído el libro Quemar a Troncoso (Piedra Papel Libros) que habla de la intensísima batalla que tuvo lugar entre los diversos servicios secretos en Francia. No nos podemos quedar en el aspecto militar, ni tampoco en el político: hay muchos más campos por explorar. El movimiento libertario jugó sus cartas al máximo de su capacidad en todas esas dimensiones en disputa. Y en casi todas ellas hizo un papel más que digno. El problema fue más de correlación de fuerzas que de errores estratégicos.
Yo me he querido enfocar en la cuestión económica porque la veo más coja. Se ha trabajado, pero dudo que todavía se haya asimilado correctamente más allá del anarcosindicalismo. Fuera de ese contexto existe un desconocimiento casi total más allá del asunto de las colectividades. Respecto a esto, incluso tendríamos que añadir que las propias colectividades fueron más un compromiso entre las distintas fuerzas republicanas que una aspiración del movimiento libertario, cuyo programa era implantar el comunismo libertario.
Y en el texto además se desmonta ese cliché que se endilga a los anarquistas, y por extensión al anarcosindicalismo, de caos y desorganización. De hecho, la CNT lleva elaborando una alternativa económica desde 1931 y ya, de manera más evidente, desde el Congreso de 1936, con la aprobación del concepto del Comunismo Libertario.
El Sindicalismo Revolucionario y el Anarcosindicalismo siempre se tuvieron por alternativas viables al estado burgués. En muchos lugares del mundo los sindicatos, al emprender luchas laborales o por derechos civiles, habían tenido que recurrir a la huelga. En no pocos de ellos, consiguieron paralizar la economía y controlar el territorio mediante sus piquetes. En la mentalidad obrera de principios de siglo entendían que podrían hacerse cargo de la administración sin grandes problemas, ya que contaban con las potentes herramientas de los sindicatos. Y cuando éstos no existían, improvisaban comunas, consejos o soviets. Es decir, que la clase trabajadora tenía una conciencia que la preparaba para la autogestión.
En los periódicos obreros y revolucionarios de todo tipo, era habitual leer fragmentos de libros teóricos que exponían esas alternativas, y además se leían con ansia, porque el panorama político imperante, el contexto, era muy volátil y turbulento. Así que mientras esperaban a conocer la actualidad sobre un conflicto sindical o la opinión de la CNT sobre este u otro asunto de política regional o nacional, también iban empapándose de asuntos prácticos: cómo crear un comité de empresa, qué funciones debería tener, qué era una federación de industria y cosas parecidas.
Y mientras la Segunda República iba dando sus pasos, la situación política y social empeoraba. Se sufría una crisis económica muy seria, la Gran Depresión de los años 30. Aquella crisis golpeó muy fuerte las comunidades obreras y las alejó de la democracia liberal. Al mismo tiempo, la burguesía también renunció a esa democracia liberal y adoptó el fascismo como método para disciplinar a las masas obreras y campesinas, que ya tras la Revolución rusa habían optado por la rebelión.
En el estado español el anarcosindicalismo logró leer la situación y promover una alternativa revolucionaria que no caminase por la vía de la improvisación. Hubo mucho debate y el cuerpo teórico se modificó varias veces llegando a aquella Declaración del Comunismo Libertario. Lo importante de ella fue su aprobación en congreso. En los congresos previos las declaraciones eran mucho más vagas y pensaban a muy largo plazo, pero en 1936 todo el mundo intuía que estaban a las puertas de un evento trascendental y eso se nota en las resoluciones.
«…el impulso revolucionario implantado en el verano del 36 logró construir las colectividades y los primeros atisbos de socialización económica. También fue la época en la que se constituyeron los Consejos regionales que le arrebataron el poder al estado…»
La CNT fue la única organización del bando republicano que cambió de programa durante la guerra. Fue la fuerza fundamental en la derrota del golpe militar en muchas ciudades importantes. Y fue también la base para la reconstrucción de la economía. ¿Pudo el sindicato haber tomado el poder el 21 de julio? En Catalunya seguramente sí. En Asturias y algunos lugares de Andalucía, quizás. Pero en el resto (Madrid, País Valenciano, Murcia, Santander, Extremadura, Castilla, Euskadi…) es más que dudoso. Ante la incertidumbre de la situación no querían arriesgarse y esperaron a la conquista de Zaragoza, que veían próxima. Es decir, desde su punto de vista, después del 21 de julio no habría que esperar muchas semanas para implantar el comunismo libertario; mientras tanto, tendrían que controlar la economía. Y para ello, atento a la jugada, utilizarán a la Generalitat de Catalunya, que realizaría decretos de tipo revolucionario. De ahí la creación del Consell d’Economia.
Si en Catalunya las cosas no salieron como se había planeado, lo cierto es que en muy poco tiempo se levantaron potentes organizaciones regionales de la CNT en todas las provincias y regiones en las que antes eran una fuerza minoritaria, como en Madrid, Gipuzkoa, Cuenca, Ciudad Real, Santander, etc. Y en otros lugares pasó a dominar la situación, siendo la principal fuerza republicana del territorio: Málaga, Granada, Córdoba, Aragón, Catalunya, País Valenciano, Murcia… Podríamos afirmar que la CNT era bastante más potente en octubre del 36 que en julio.
A partir de entonces el impulso revolucionario implantado en el verano del 36 logró construir las colectividades y los primeros atisbos de socialización económica. También fue la época en la que se constituyeron los Consejos regionales que le arrebataron el poder al estado (parlamentos regionales, diputaciones) y los ayuntamientos de nuevo cuño con presencia de los sindicatos. Millones de personas se habían puesto en movimiento y esto asustó mucho en el extranjero.
Esto convirtió la CNT en el enemigo común de todas sus fuerzas rivales, socialistas, comunistas o republicanas, que se centraron en destruirla.
Porque esa es otra, hablamos de millones de personas. Las cifras son mareantes: más de un tercio de la población activa republicana funcionando bajo un régimen de propiedad colectiva de los medios de producción.
Las cifras difieren según los autores, pero todo indica que hablamos de porcentajes grandísimos de la economía controlados por las nuevas instituciones populares: sindicatos, cooperativas, colectividades o agrupaciones. Y eso se puede contrastar en los archivos locales y hasta en fondos particulares que aparecen todo el tiempo.
Últimamente he dado en Manresa con un fondo privado sobre el cooperativismo. Hace poco publiqué en mi web (revoluciobages.org) y redes sociales, un listado de cooperativas, miembros y familiares correspondiente al otoño de 1938, ya a finales de la guerra. Los números son espectaculares. No hay ningún pueblo o ciudad del Alto Llobregat que tenga menos del 30% de la población asociada o dependiente de las cooperativas. Y hay unos cuantos casos en los que este porcentaje se va al 80% de la población.
Con esto no quiero decir que toda la población se hubiera hecho afín al cooperativismo. Así como los tres millones de personas que habría en las colectivizaciones, seguramente no se habían convertido de la noche a la mañana en colectivistas convencidas. Siempre hay gradaciones, y había mucha gente que estaba en estas entidades de economía colectiva por conveniencia o porque no había otra cosa. Pero eso en realidad habla muy a favor de nuestro modelo: no hay que ser anarquista para vivir en el anarquismo.
Podemos fantasear con qué hubiera ocurrido si las milicias hubiesen tomado Zaragoza o si el socialismo largocaballerista hubiese decidido pactar más en serio con la CNT. Y tendríamos unas cifras todavía más mareantes. Por desgracia, el movimiento libertario siempre estuvo solo.
«En nuestra época vivimos ante la certeza de una crisis ecológica provocada por el cambio climático. Está claro que se requiere tener un plan, una alternativa. El anarcosindicalismo actual lo tiene. Es capaz de gestionar la economía y de pilotar el descenso en picado al que nos dirige el capitalismo.»
Y luego, el orgullo, esa idea de la colectivización vinculada a valores éticos y a una producción centrada en cubrir necesidades básicas de la población –mientras en paralelo se mantiene, ojo, la producción militar— algo que se evidencia con el aumento de la producción manufacturera hasta mayo de 1937. Y cómo, a raíz de los hechos de mayo, el auge del estalinismo, el aumento del control estatal… los obreros empiezan a perder esa ilusión en lo que están haciendo.
Bueno, la situación de guerra echa a perder la ilusión. Toda la economía se tiene que orientar a la guerra. Es una situación existencial. El estado va ganando poder alimentado por la propaganda comunista, que se ha hecho muy poderosa a partir del otoño del 36. En las altas esferas republicanas se llega al convencimiento de que hay que matar la revolución para recibir el apoyo internacional, porque la República está estancada y en retroceso. Se utiliza el concepto de la eficiencia para colocar bajo control estatal (nacionalización o municipalización) muchas empresas hasta entonces en manos de los trabajadores. Esto genera un deterioro de la adhesión al republicanismo. Se suma a la escasez, la aparición del hambre, las oleadas de refugiados en retaguardia y, por supuesto, a las derrotas militares. El clima ya a mediados de 1937 era derrotista. Y esto influye en las decisiones políticas de todas las partes en liza.
Aun así, hay que reconocer, y quizás nunca se ha hecho suficiente, que la revolución social duró hasta 1939 y no se terminó en los Hechos de Mayo. Quizás esos días se le cerró la puerta a la revolución libertaria, pero es innegable que siguió existiendo una revolución proletaria o popular hasta que ganaron las tropas de Franco. Y siempre fue motivo de orgullo el hecho de que no saliese una sola bala de la fábrica sin el sello del sindicato, hasta prácticamente el día antes de la caída de Barcelona.
La realidad social, sindical, económica… es hoy muy distinta, ¿crees que, pese a todo, se pueden extraer enseñanzas de aquellas experiencias para un contexto como en el que nos movemos en este siglo XXI?
Aquellas gentes supieron reconstruir un país roto, cuya economía se había hundido tras el golpe de estado militar. Los sindicatos lograron reconducir los esfuerzos y nunca esperaron a que nadie les diera órdenes de lo que debían hacer. Las secciones sindicales ya estaban preparadas para la autogestión. La enseñanza principal es que no hay revolución socialista sin sindicatos. Son éstos los encargados de encauzar los esfuerzos productivos en los peores momentos.
En nuestra época vivimos ante la certeza de una crisis ecológica provocada por el cambio climático. Está claro que se requiere tener un plan, una alternativa. El anarcosindicalismo actual lo tiene. Es capaz de gestionar la economía y de pilotar el descenso en picado al que nos dirige el capitalismo. Evidentemente no será fácil, ni tampoco valdrá con copiar 1936, 1917 o 1977, sino que deberemos recorrer un camino propio. Tener claros los ejemplos históricos sirve para que nuestras organizaciones tengan una base teórica desde la que pueden partir iniciativas futuras.
Para ir acabando, y teniendo en mente la experiencia de un movimiento abrazado a la idea libertaria, ¿qué opinión te merece esa perversión del concepto que se está extendiendo últimamente, incluso en medios y entre intelectuales de izquierdas, para asociar la palabra al experimento de darwinismo social que están protagonizando Milei y similares?
Nos es perjudicial de cara a la gente que no tiene ideas políticas muy definidas, claro, pero no creo que todo esté perdido en ese aspecto. A nivel popular, por muy libertarios que se digan, se equipara Milei o Bukele a extrema derecha y así debe ser. Otros ejemplos son Alvise o Elon Musk, que pasan del libertarianismo al totalitarismo en un momento. No se sostiene que se denominen libertarios cuando todo el mundo los ve casi como fascistas. Es como ese empeño que tiene la ultraderecha actual de afirmar que Hitler era socialista. Es producto de la incultura y el oscurantismo propios de esas corrientes de ultraderecha que pretenden pescar en río revuelto. La solución es tener organizaciones de clase masivas y que rabien ellos.
Miguel Á. Fernández.
La CNT y la Nueva Economía. Del colectivismo empresarial a la planificación de la economía confederal (1936-1939), ha sido escrito por Miguel G. García y publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2024.