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Entrevistas

Antonio Orihuela

Entrevista al poeta, ensayista y articulista Antonio Orihuela (Moguer, 1965) a propósito de su libro El refugio más breve. Contracultura y cultura de masas en España (1962-1982), en el que relata la historia de un tiempo en el que pareció posible levantar un mundo nuevo frente al fascismo. Luchas políticas, sociales y, sobre todo, culturales saludaron la aparente caída del régimen franquista a mediados de los años setenta para terminar, a grandes rasgos, desactivadas por el poder.

El refugio más breve es un libro nostálgico de un tiempo excepcional en que se intentaron articular nuevas formas de crear, vivir y relacionarse o pretende más bien ser un referente para quienes hoy siguen creyendo y trabajando por construir alternativas a la sociedad capitalista del espectáculo y el consumismo?

Las dos cosas. Recuerda ese tiempo, lo disecciona; y pretende extraer de él las enseñanzas que todavía hoy siguen siendo válidas para construir alternativas al capitalismo desde prácticas anarquistas que continúan  produciendo realidad, formas de relación e identidad, generando espacios, abriendo grietas, floreciendo en esa suerte de subsuelo donde pareciera que es posible seguir acumulando fuerzas y trabajando por un nuevo marco de relaciones sociales, valores y deseos, un nuevo sentido de lo común y de la vida cotidiana.

¿Cuáles fueron las claves para que se produjera esa revolución de la vida cotidiana y surgieran tantos movimientos capaces de imaginar otra realidad y con la necesidad de plasmarla?

El crecimiento económico y el desarrollo de una cultura de masas habían generado, a finales de los años sesenta, una población instalada en el pragmatismo, básicamente preocupada por alcanzar el bienestar material que esa misma sociedad de consumo prometía y también, en su reverso, coincide con la aparición de una minoría para la que lo importante no son ya las promesas consumistas ni el compromiso político canalizado a través de las estructuras jerárquicas y autoritarias que experimentaban en los partidos durante la clandestinidad, sino en practicar una revolución de la vida cotidiana sobre la base de la creatividad libre y liberada, y unas nuevas formas de vivir, producir y relacionarse donde primaba la calidad de lo humano sobre la cantidad de las mercancías y lo libertario sobre lo partidista. Ellos serán los que den forma a la contracultura, esa amalgama donde el situacionismo se da la mano con el anarquismo, el hippismo, el rock sinfónico, los sonidos layetanos o los nuevos movimientos sociales (homosexuales, feministas, ecologistas, antimilitaristas, naturistas, etc.) que florecen al calor de revistas como Ajoblanco, Ozono, Bicicleta o Star, sus órganos de expresión más representativos. En sus mejores momentos la CNT fue capaz de congregar en Barcelona más de medio millón de jóvenes que convirtieron las Jornadas Libertarias del verano de 1977 en una demostración de la poderosa influencia que todavía tenía el anarquismo en España. La revista Ajoblanco alcanzó tiradas de cien mil ejemplares y Star de veinticinco mil, popularizando temas hasta entonces soslayados por la prensa del tardofranquismo como la masturbación, las medicinas alternativas, las drogas, el orientalismo, la libertad sexual, las comunas, etc., desplegando e inventando nuevas cartografías para la revolución de la vida cotidiana, cartografías que incluían la democracia directa, la autogestión de los centros de trabajo, el fin de la discriminación de género, la libertad sexual, el derecho al aborto libre y gratuito, la amnistía a los presos, la humanización de las cárceles, la depuración de funcionarios, policías y jueces, la reforma de las leyes y las instituciones penitenciarias, la despenalización de las drogas, el cuidado de la naturaleza, la reorganización de la sociedad en pequeñas comunidades federadas de base rural, etc.

Tampoco hay que olvidar que, durante esos años, las opresivas estructuras franquistas, entonces en pleno proceso transicional, también dejaron hacer o al menos mostraron cierta tolerancia, en parte porque estaban muy ocupadas en ese momento en su propia reconfiguración y en parte porque no había un horizonte claro de hasta dónde se les debía dejar hacer a aquellos jóvenes bajo el paraguas de la democracia. Resueltas las cuestiones de Estado (Pactos de la Moncloa, aprobación de la Constitución, etc.), hacia 1978, llegó la hora de ajustar cuentas con quienes se habían dedicado a vivir y a gozar en ese paréntesis de permisividad, en ese lapso de tiempo que se construyó al margen del poder.

¿Por qué nos temen tanto si somos tan pocos? es la pregunta que encabeza un capítulo de este ensayo en el que, por otro lado, describes cómo el movimiento libertario atrajo a cientos de miles de personas que acudieron al reclamo de la CNT. ¿Nos teme el Estado y los poderes fácticos tanto como mencionas?

Nos temen, sí. No en tanto individuos aislados o pequeños grupúsculos que le plantan cara desde la acción directa y reciben represión directa. Temen las ideas libertarias (emancipación, cooperación, autogobierno, etc.) que están siempre ahí como una ventana de oportunidades, como un horizonte utópico que, de vez en cuando, prende en muchos y que hay que conjurar diariamente a base de propaganda, de circo, de espectáculo, de un poco de pan y unos rollos de papel higiénico.

¿Cuáles podrían ser hoy los espacios comunes en los que encontrar a iguales para poder relacionarnos, planear y llevar a cabo iniciativas transformadoras en términos libertarios?

Esos espacios están en permanente construcción y mutación, son pequeños sindicatos, grupos de consumo, bancos de tiempo, ateneos, cooperativas, editoriales alternativas, escuelas libres, festivales, encuentros, raves, etc., su principal obstáculo para crecer es la falta de imaginación política, el que nos siga pareciendo que sea imposible escapar de lo económico, de la racionalidad mercantilista… Nos sobra miedo y nos falta generosidad, una característica que el capitalismo es de lo primero que fagocita; y con miedo y sin generosidad es imposible construirnos en términos transformadores y libertarios.

¿Por qué la sociedad actual parece no tener necesidad de expresiones culturales críticas que cuestionen la cultura dominante?

Nuestra sociedad se cimenta sobre una cultura que apela constantemente al consenso, que lo fomenta y lo premia al tiempo que censura, reprime o hace desaparecer toda expresión de disenso, de conflicto, de tensión… y lo mejor es que lo hace desaparecer en nombre de la cultura, no de la política.

Dada tu larga experiencia como escritor y tu extensa obra, ¿qué género literario consideras que permite comunicar mejor el malestar, denunciar las injusticias y transmitir esperanza en un futuro próximo?

No creo que sea un problema de géneros, el malestar está ahí, la injusticia está ahí, pero nos faltan los medios para verbalizarla, para hacerla visible, para conocer sus causas, para aprender quién es el verdadero enemigo y cómo combatirlo; y por otro lado falta recepción, los materiales críticos no encuentran el público al que se dirigen porque los explotados comparten con sus explotadores un mismo imaginario, un imaginario en el que la explotación y el malestar no existen o son problemas privados que, en todo caso, habrá que medicalizar, pero nada más.

¿Cuál fue el aprendizaje fundamental de aquellos años en los que parecía que se podían cambiar las cosas desde abajo?   

 Tal vez el que para cambiar las cosas había que salir del capitalismo.

¿Es un destino inevitable que los sueños de utopías liberadoras sean fagocitados por la sociedad de consumo o aplastados por el autoritarismo? ¿Qué condiciones tendrían que darse para revertir esta fatalidad?

Dos premisas sobre las que habría que estar ya trabajando de cara a organizar nuestro siguiente movimiento político:

La primera, reducir al mínimo nuestros consumos, apostando por una sociedad cimentada sobre la lujosa pobreza, es decir, por una sociedad donde los bienes relacionales fueran más importantes que los materiales; y tal vez no estemos lejos de esta disyuntiva, dado el horizonte económico de escasez de materias primas y energías fósiles al que nos abocamos, y desde luego no será lo mismo si llegamos a esa situación desde un firme convencimiento en la necesidad de hacerlo que si se nos impone desde alguna forma de estado ecofascista.

La segunda, no dominar, domesticar el ego, y promover una comunidad de la escucha y los cuidados, una ética de la responsabilidad social colectiva, y una organización social horizontal donde el poder se haya diluido en la asamblea.

La persecución policial, la manipulación de los medios de comunicación y la introducción de la heroína contribuyeron a la desactivación de las expresiones culturales alternativas y de los movimientos sociales de los años que analizas en tu libro, ¿en qué porcentaje influyó cada uno de estos aspectos y qué otros se podrían añadir a la lista?

Son aspectos no menores, que hay que tener en cuenta, pero la desactivación de toda aquella cultura alternativa tuvo también un fuerte componente biológico, es decir, que los jóvenes que la activaron dejaron de ser jóvenes a lo largo de la década de los setenta; y que durante todo ese tiempo, tanto el poder, con sus políticas culturales, como el mercado, con su ansia de ampliar la oferta de artefactos que poner a la venta, hicieron una gran labor de captación y seducción de toda aquella disidencia.

Comparada con la actual legislación sobre libertad de expresión y las actuaciones policiales a que ha dado lugar, la persecución policial de los años setenta se queda en pañales. No creo que hace treinta y cinco años tuviéramos a 150 personas encausadas por delitos de opinión y 128 condenadas a penas de prisión, hoy sí.

Si hablamos de medios de comunicación, ocurre igual, el panorama actual no puede ser más desolador, prácticamente no hay disenso en los medios de masas, están todos en poder de grupos financieros conservadores cuando no directamente reaccionarios que, por supuesto, también controlan bases de datos con que spamear a los ciudadanos, generando, a través de la manipulación de la información y las fake news estados de opinión en consonancia con sus intereses. La prensa alternativa, más allá de algunos portales en internet, no existe, con lo que vivimos en una permanente construcción de la realidad hecha a medida de las lógicas del poder. El pensamiento y la cultura crítica sobreviven hoy en las catacumbas, no pueden ser más underground, aunque no lo pretendan.

Por último, el mito de la aparición de la  heroína con el que la izquierda parlamentaria ha tratado de justificar la desactivación de una juventud rebelde y combativa que, en realidad, ella misma se encargó de anular con sus políticas culturales y laborales cada vez tiene menos predicamento; aunque qué duda cabe, para algunos que se negaban o no encontraban forma de incorporarse a la gran estafa de la transición la heroína supuso el paraíso artificial que, natural y colectivamente, habían sido incapaces de construir…

¿Cuál sería tu análisis del mundo de la contracultura y de la cultura de masas en la actualidad?

La contracultura no ha muerto. Sigue en su guerra de guerrillas y de resistencia difusa e intermitente, puntual y local unas veces, sostenida y extendida otras, es consciente de su fragilidad y la dificultad que arrostra para mantenerse mínimamente lejos del poder fagocitador del mercado. Cierto es que ha aprendido también que no hay afueras del capitalismo y que, por tanto, toda acción y toda réplica tiene lugar en él,  aunque uno elija los márgenes, los subterráneos. Salir más allá sería tal vez un nuevo suicidio, y no tenemos las herramientas políticas ni culturales para presentar batalla en terreno abierto. Esta es su virtud, pues le permite sobrevivir, y su mayor debilidad, porque le impide crecer, mostrarse abiertamente como una alternativa que poblar y donde vivir.

Las respuestas al discurso dominante están ahí, las acciones y prácticas contraculturales siguen siendo factibles, y aunque sean limitadas, necesitamos sostenerlas, hacerlas creíbles, vinculantes. No basta con defenderlas como una alternativa a las formas culturales dominantes, hay que hacer de ellas un lugar en el que vivir y desde el que sobrevivir al colapso en ciernes de las energías fósiles y al fin del capitalismo.

Las expectativas no pueden ser mejores, pero para ello también será necesario saber gestionar ese futuro de escasez desde presupuestos libertarios.

El refugio más breve. Contracultura y cultura de masas en España (1962-1982), ha sido escrito por el poeta, ensayista y articulista Antonio Orihuela (Moguer, 1965). Editado por Piedra Papel Libros. Lo podéis encontrar en nuestra librería.