Buril y Vitriolo

El bailecito de la muerte
José Guadalupe Posada
Pepitas de Calabaza Ed.
144 págs.
Logroño, 2020
ISBN 978-84-17386-67-2

Precio 13,50 

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Buril y vitriolo es un selecto y atinado acercamiento a la obra de uno de los grabadores más celebrados —y sin duda más populares— de todos los tiempos: el mexicano José Guadalupe Posada (1852-1913), autor de una descomunal obra, pues se estima que realizó unos 20.000 grabados a lo largo de su vida.

Por sus planchas pasaron todo tipo de imágenes: retratos, caricaturas, ilustraciones para cuentos, recreaciones de acontecimientos históricos o sucesos trágicos, sin olvidar los dibujos que le dieron fama: las calaveras, suerte de síntesis jocosa del choque de los imaginarios sobre la muerte a ambos lados del Atlántico.

Su visión del ser humano, difundida en muchos casos en hojas volanderas, es tan propia y está tan aferrada a su tiempo que constituye todo un referente en el mundo de la ilustración y la sátira.

José Guadalupe Posada (Aguascalientes, 1852 – Ciudad de México, 1913) fue un grabador, ilustrador y caricaturista mexicano, célebre por sus dibujos de escenas costumbristas, folclóricas, de crítica sociopolítica y por sus ilustraciones de «calacas» o calaveras, entre ellas La Catrina. Estudió en la Academia Municipal de Dibujo de Aguascalientes y a los dieciséis años, ingresó en el taller de José Trinidad Pedroza. Su primer trabajo importante llegó en 1871, cuando creó una serie de once litografías para una publicación llamada El Jicote. Tras unos años en León (Guanajuato), en 1888 Posada se trasladó a Ciudad de México, donde comenzó el período más fecundo y creativo de toda su obra, gracias a su asociación con Antonio Vanegas Arroyo. El trabajo de Posada se dirigía sobre todo a la clase obrera, evidenciando las desigualdades y el sufrimiento del pueblo a través de la sátira y el humor. Sus ilustraciones criticaban los excesos de las clases políticas a la vez que retrataban el estilo de vida del mexicano común; después de todo, como bien decía: «La muerte es democrática». El reconocimiento y la valoración pública de su obra no se iniciaron hasta pasados diez años de su fallecimiento en 1913, cuando el crítico Jean Charlot reparó en la originalidad y la fuerza expresiva de sus creaciones gráficas.