Reseñas
Un médico rural
Isaac Puente
Fundación Anselmo Lorenzo y Pepitas de Calabaza
Este libro sitúa históricamente la figura y el tiempo convulso en que vivió el médico anarquista alavés Isaac Puente Amestoy (1896-1936), que ejerció su profesión ―médico rural― desde 1919 hasta la fecha de su asesinato por los militares rebeldes, el 1 de septiembre de 1936.
A partir de 1930 sus inquietudes políticas se transformaron en hechos, fue elegido diputado provincial de Álava por ser representante del Colegio de Médicos de esta provincia. Desde ese momento, fue detenido y encarcelado en tres ocasiones: en Maeztu el 16 de abril de 1932 durante un mes, en Zaragoza el 16 de diciembre de 1933 durante cinco meses y de nuevo en Maeztu el 28 de julio de 1936, siendo fusilado poco después. Se le conoce especialmente en el ámbito libertario por su definición del comunismo libertario realizada en el Congreso de Zaragoza de CNT celebrado en mayo de 1936, antes del golpe de estado. Fue miembro de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Su labor estudiosa y divulgativa superó el ámbito político; se dedicó por encima de todo a la investigación médica.
«Como se ha dicho al principio de este texto, Isaac Puente sufrió la represión republicana en 1932 y luego en 1933, cuando la CNT-FAI inició una insurrección por todo el país, momento en el que fue encarcelado y liberado en mayo de 1934; lo que le sucedió dos años más tarde ya es conocido.»
Se han elaborado varias antologías de sus escritos. La primera la publicó Tierra y Libertad en 1938: Propaganda, con una introducción de Federica Montseny. La segunda fue Isaac Puente, médico rural, divulgador científico y revolucionario (1996), de Miguel Iñiguez y Juan Gómez. A continuación llegaría la recopilación de artículos realizada por Francisco Fernández de Mendiola: Isaac Puente. El médico anarquista (2007). Así hasta el volumen actual de 2021.
Los conocimientos médicos de Isaac Puente así como lo avanzado de su pensamiento político es algo digno de destacar, sobre todo teniendo presente que fue fusilado con cuarenta años de edad. Daba por hecho que el triunfo de la revolución haría que el país se desarrollara económicamente y que la atrasada sociedad española daría un salto cualitativo en todos los ámbitos de la vida, incluyendo, por supuesto, el sanitario.
En sus posicionamientos profesionales desenmascara el endiosamiento de la medicina, que según él se había convertido en una nueva religión «una creencia fanática que ha conquistado al pueblo y al Estado. Con los médicos pasa como con los sacerdotes. Que la profesión los vuelve escépticos a fuerza de desengaños. Se termina por no creer en nada». Propugnaba una ciencia más precisa, que previamente debía ser revisada, y sobre todo redefinir «lo que es la salud, de lo que es la Naturaleza, de lo que es la enfermedad, el dolor y el remedio».
Esta antología se compone tanto de ensayos médicos como políticos, ordenados cronológicamente por orden de publicación. Los autores de esta selección de artículos han querido dejar constancia de las posiciones de Isaac Puente con respecto a la II República, posición semejante a la mantenida por Errico Malatesta que consideraba que aceptar el régimen republicano era aceptar el Estado.
Como se ha dicho al principio de este texto, Isaac Puente sufrió la represión republicana en 1932 y luego en 1933, cuando la CNT-FAI inició una insurrección por todo el país, momento en el que fue encarcelado y liberado en mayo de 1934; lo que le sucedió dos años más tarde ya es conocido.
Las posturas sociales de Isaac Puente eran elementales dentro del ideario anarquista, defendía la justicia social como parte esencial de la vida humana lo que suponía un enfrentamiento abierto con el capitalismo «que niega este derecho a unos cuantos millones de hombres [y mujeres]». Y apuntaba: «El Estado es la más nefasta de las instituciones sociales y el sostén de todas las injusticias; la política, la más repugnante de las farsas. La autoridad, un veneno que destruye los sentimientos humanos. El poder, un tesoro que todos quieren poseer y que encadena y devora a los que llegan a poseerlo, semejante a la luz potente que en la noche atrae a los insectos para quemarles las alas».
Federica Montseny en el prólogo de la edición de 1938 hace un sentido homenaje póstumo al «modesto médico», al que define como: «[…] sencillo, carente de ambiciones […] Habría podido dedicarse a la política pero prefirió curar a campesinos que no podían pagarle, organizar sindicatos y dinamizar anónimamente la actividad revolucionaria y sindical de varias provincias». También dice de él que «no era hombre de palabras. Tenía el semblante hermético, la expresión reconcentrada, la boca melancólica y sombría […]». Escribió para varias publicaciones entre ellas la Revista Blanca, y siempre firmaba sus artículos como «Un médico rural». Su capacidad intelectual era inmensa, lo mismo «escribió el primer esbozo de programa del comunismo libertario» que varios estudios sobre la tuberculosis.
«La medicina social es uno de sus horizontes críticos. Dice que hay que aproximarse a las causas de la enfermedad, extender la higiene, la profilaxis, dejar de consumir carne, de beber alcohol y fumar; suprimir la explotación del hombre por el hombre, y la miseria. Según él, el médico tiene la responsabilidad de educar para la salud»
Los artículos recogidos en este libro representan las dos pasiones de su vida: La salud y la revolución. Sobre la salud se exponen 25 textos editados entre 1923 y 1933. De anarquismo se han recopilado 28 artículos aparecidos ente 1930 y 1933. Sobre salud publicó en: Generación Consciente, Estudios, Mañana, La Medicina Íbera, Tierra y Libertad y CNT. Sobre anarquismo publicó en las revistas: La Protesta, CNT, Solidaridad Obrera, Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y El trabajo.
Son muchos los temas de salud que toca Puente a lo largo de esta antología, uno de ellos es la «obesidad» a la que considera patológica; una enfermedad fruto de una mala alimentación y del sedentarismo. A la gente joven le dedica en 1928 un artículo apasionado: A la juventud, en el que realiza un canto entusiasta a aprovechar el impulso de la primera edad del hombre y la mujer, y mediante la educación racionalista, convertirles en individuos activos y libres. En lo que se refiere al mundo científico tiene mucho que decir, califica a la «ciencia» como mercenaria, alejada de los problemas sociales, entre otras cosas porque está supeditada al dinero.
En el reinado de la utopía (1926), se explaya en las posibilidades de evolución del ser humano si supera las desigualdades sociales: «Muchos son los cerebros que aún yacen en las sombras de la incultura, muchas las personalidades que abortan sin llegarse a realizar». Afirma que es necesario desprenderse del espíritu de sumisión «y sembrar el ansia de emancipación que nos acerca al mañana».
«[…]la perfección humana no llegará a madurar ni por la virtud del tiempo en sí, ni por los gestos revolucionarios violentos, sino por el esfuerzo del individuo por modelarse y superarse[…]».
Le eugenesia le interesa mucho y escribe de ella en Generación Consciente. Desea que se divulguen las leyes de la herencia a fin de evitar nacimientos «monstruosos». Recomienda la higiene profiláctica, cuidar los embarazos y realizar una buena crianza del niño de pecho.
Con respecto a la educación escribe que debe «tender a lograr el máximo desarrollo de la individualidad».
«[…] Para que una idea entre a formar parte de la psicología del niño y trascienda en sus actos, es menester que el niño [y la niña] la practique, que se acostumbre a ponerla en obra […] La repetida ejecución de un acto termina por constituir una tendencia».
«La medicina social» es uno de sus horizontes críticos. Dice que hay que aproximarse a las causas de la enfermedad, extender la higiene, la profilaxis, dejar de consumir carne, de beber alcohol y fumar; suprimir la explotación del hombre por el hombre, y la miseria. Según él, el médico tiene la responsabilidad de educar para la salud. En mayo de 1930 escribe un artículo fundamental en Mañana, de Barcelona, que titula «Medicina Social», en él expresa que «los conocimientos médicos […] son un patrimonio humano». No son propiedad exclusiva de nadie. «Es un objetivo prioritario y revolucionario asegurar la asistencia médica al conjunto de la sociedad». El médico necesita un sentimiento de responsabilidad de lo que hace. Hipotetiza que «todo lo que la medicina consigue ―o se atribuye― a veces lo hace la Naturaleza»; las fuerzas curativas naturales no han sido superadas. Puntualiza que la alimentación, el ejercicio y el género de vida tienen una doble atribución «al poder influir sobre los elementos que dan vida a los microbios y sobre las defensas que tiene nuestro cuerpo para combatirlos». Escribe también sobre la comercialización de la medicina: «La inmoralidad en el ejercicio profesional no despierta ya solamente las protestas ajenas, sino que provoca nauseas en los propios profesionales».
Nos advierte sobre el «miedo a los microbios», a los que considera imprescindibles en la Naturaleza. El ciclo transformador de la vida necesita de ellos, pues acentúan la descomposición de la materia orgánica y facilitan la existencia de otros seres. «[…] Los microbios sólo nos perjudican cuando nuestro organismo se halla en condiciones propicias para recibirlos. […] la guerra la hemos de dedicar al parasitismo social que obliga a un sector de la sociedad a pasar hambre, privaciones y a vivir en condiciones insalubres». Concluye que la medicina necesita una revolución para dejar de servir al capitalismo y ser la «salvaguarda de la salud y la defensa de la humanidad».
Con respecto a la tuberculosis hace una gran crítica al enfoque terapéutico con que se la trata. Señala que se construyen grandes hospitales para recluir a los enfermos pero no se atiende a la raíz del problema: «[…] el taller cargado de polvo, de humo o de gases tóxicos […] seguirá el obrero respirando todos los días y año tras año, preparando sus pulmones para la vegetación del microbio». Y agrega que para luchar contra la tuberculosis habría que atacar el régimen social que favorece la propagación a la que denomina como la «peste blanca».
En 1933 publicó en Estudios un artículo sobre Hildegart Rodríguez Carballeira, poniéndola como ejemplo de la infancia y juventud sacrificada al capricho, en su caso maternal, esclavizada por el derecho de propiedad sobre los hijos e hijas.
En cuanto a la sífilis, un importante mal de su época, decía en 1935 que los tratamientos que se aplicaban a los enfermos les empeoraban. Además, no era partidario de las vacunas sino de llevar una vida higiénica basada en el naturismo como remedio. Decía que la limpieza y una alimentación suficiente podían bastar en la mayoría de los casos.
«Puente considera que la soberanía radica en la asamblea; propone la obligatoriedad del trabajo para todas las personas útiles, la abolición del salario, la distribución de los productos organizada por la colectividad en cualquiera de sus formas de organización, intercambio entre las colectividades, organización nacional federalista, cultivo en común de la tierra. Estas serían «las bases mínimas del comunismo libertario, que ha de ser edificado con el aporte de todos, cada cual desde su plano de actividad […]«»
La segunda parte del libro se centra en temas relacionados con el anarquismo. Empieza hablando del poder del naturismo: «Nada hay más eficaz que las fuerzas de la Naturaleza […] Nuestra actuación debe limitarse a suprimir todo lo artificioso en la alimentación, en el género de vida y en el ambiente». Afirma que el hombre y la mujer son sociables por naturaleza y vivirían en paz si la sociedad se sustentara en la razón y en el modo «natural del hombre» [y la mujer].
Al hablar sobre las elecciones lo hace de un modo sarcástico, como si se tratara de una lotería a la que denomina como el «mito electoral», una especie de «sugestión colectiva». Propone la abstención «porque un individuo restado al juego político es un individuo ganado para la acción revolucionaria». Y sigue diciendo: «No nos interesa cambiar de gobierno […] El que triunfe, sea derecha o izquierda, será nuestro enemigo». Sobre la revolución libertaria dice que hay que conseguir interesar a amplias capas de la población. Sostiene que el municipio es «la célula política, administrativa y económica de la nación». Hace énfasis en la idea de que se aprende a amar la libertad siendo libre.
Isaac Puente defiende en sus textos el trabajo en común porque entre otras cosas mejora el rendimiento productivo, lo que redunda en asegurar la satisfacción de las necesidades materiales de la sociedad; pero esto ha de hacerse desde el comunismo libertario, por lo tanto es necesario «despertar la rebeldía de todos los espíritus libres». «Nuestro odio no va dirigido contra los burgueses sino contra las instituciones. Reducidos a hombres llanos como los demás, podemos brindarles nuestra fraternidad». Critica duramente a la II República a la que acusa de aprobar leyes de excepción dirigidas contra el anarcosindicalismo. Desde el primer momento se armó legislativamente contra las aspiraciones revolucionarias de las masas obreras y campesinas: Ley de Defensa de la República (1931), ley de Orden Público (1933), Ley de Vagos y Maleantes (1933). Defiende el hecho revolucionario, lo califica de deber «precipitarlo, desencadenarlo, dramatizando la vida social y llevando al terreno de la insurgencia las luchas emancipadoras».
Para Isaac Puente, como para cualquier anarquista, el Estado es la peor de las instituciones sociales y el «sostén de todas las injusticias, un veneno que destruye los sentimientos humanos». Reflexiona sobre la situación del mundo y concluye que «toda la inteligencia humana parece haberse aplicado a hacer al hombre insolidario, enemigo y lobo del hombre». El hombre ha producido una desigualdad profunda. La solución de este estado de las cosas pasa por destruir el Estado mediante la violencia revolucionaria. A partir de su eliminación, todos los pilares que sustentan la sociedad oprimida serán revisados: la familia, la religión, la enseñanza, el naturismo en contraposición a la medicina oficial. Acabar con el Estado supone necesariamente acabar con la «política» como profesión burguesa «que atribuye a unos hombres condiciones de mando y a todos los demás obliga a la sumisión y a la obediencia».
«Para nosotros [hombres y mujeres anarquistas] todos los políticos son iguales: en demagogia electoral, en arribismo […], para criticar desde la oposición o cínicamente para justificarse cuando alcanzan el poder».
Puente considera que el mal «no está en los hombres sino en la autoridad». Nosotras decimos hoy que «la lucha está en la calle y no en el parlamente», y él decía en 1933: «Ha de ser en la calle, y mediante la revolución social, como nos opondremos al fascismo de derechas y al fascismo de izquierdas, ambos prisioneros del capitalismo». Él lo tenía muy claro, consideraba dos años después de ser proclamada la II República que ésta se encontraba ya en la pendiente del fascismo.
«[…] no se considera bastante armada [la República] con la Guardia Civil, la Policía, los de Seguridad y los de Asalto a quienes ha dotado espléndidamente de medios y armamentos. Los derechos individuales escritos con lápiz en la Constitución van a ser suprimidos con lo que se prepara para sustituir la ley de Defensa de la República: La Ley de Orden Público, la de vagos y la supresión del jurado. Todo se dispone para una guerra contra el ciudadano rebelde». Concluye diciendo que «al individuo consciente no le queda otro camino que el revolucionario. No tiene que esperar nada del Estado», el choque con él es inevitable.
En este contexto reflexivo, admite la variedad de visiones que pueden existir, y de hecho existen, en la sociedad: «No es posible que todos los componentes de la sociedad coincidan en una misma ideología. […] No es preciso que el comunismo libertario, para ser hacedero, se concrete en un programa único, porque es menester dejar a cada localidad en libertad de implantar aquella modalidad más conforme con sus características».
Insiste en que el hecho revolucionario se produce en la medida en que lo viejo decae: «[…] la sustitución de la economía capitalista por la comunista libertaria es un fenómeno de la evolución histórica». Ahora bien, la anarquía no puede significar uniformidad: «La mejor organización social es aquella que mejor favorece la libre manifestación de las individualidades». El individuo es libre de actuar como desee siempre y cuando no atente contra los demás.
«Lo mismo que la célula, la libertad individual debe crecer en sentido concéntrico, limitándose allí donde tropieza con la libertad de otro, y extendiéndose sin limitación donde no choca con el interés ajeno. […] Pretender que todos sean buenos, bellos, bondadosos, capacitados, sabios y perfectos no es una utopía sino una vana ilusión de novela».
Puente cree que «el hombre [y la mujer] es bueno por naturaleza pero desde el nacimiento la sociedad encierra esa bondad natural, que sólo una sociedad libre, sin propiedad, sin dinero y sin autoridad coercitiva puede liberar».
Sobre la ciencia opina que se la quiere convertir en una nueva deidad. Los humanos somos muy aficionados a someternos a un poder superior; y dice: «El ingenio, la sabiduría, el talento, la inventiva no son admirables por sí mismos, sino por el uso y aplicación que se les dé. Sirven para explotar la ignorancia y para combatirla […] Es el dinero el que lo corrompe y prostituye todo». Y afirma contundente: «[…] es mil veces preferible el sentido propio de un ignorante que la sabiduría puesta al servicio de la opresión». Esto, naturalmente, no quiere decir que Isaac Puente renegara del saber. En un magnífico artículo de 1935 publicado en Tiempos Nuevos titulado «La voluntad humana como factor de evolución social», señala que la evolución es considerada «como un equilibrio, siempre variable, entre factores que tienden a fijar las formas, como la herencia, y factores que tienden a modificarlas, como las variaciones del medio». Remarca que en las sociedades existe «la voluntad de impulsar la evolución social hacia una meta clara de perfección, hacia una sociedad rica y próspera, no porque lo sea una parte con mengua de las demás, sino porque de la prosperidad y de la riqueza se benefician todos [todas]». Termina diciendo que «si la conciencia del hombre evoluciona también […] ella es la mejor garantía de que el progreso social conducirá a la generalización del bienestar».

No se olvida Isaac Puente de destacar «La pobreza proverbial de España» (1935): «España es un país de los más pobres de Europa», artículo en el que destaca que se cultiva poca tierra y con rendimiento escaso. Además, el capital extranjero invierte en el país porque encuentra una mano de obra barata y un «trabajo esclavizado». Por el contrario, detrás de este mal, tenemos una «burguesía dilapidadora y rumbosa». Todo esto podría cambiar, añade, si se aplicara el progreso científico, cultural y técnico al desarrollo de la producción. Pero reconoce que esto no es posible dentro del orden social vigente. «España […] no podrá salir de su miseria y de su atraso dentro de la sociedad capitalista, ni aún en los brazos prometedores y estranguladores del fascismo», sólo la revolución social podrá redimir a España de su miseria.
En las mismas fechas del artículo anterior, escribe otro sobre el «Atraso moral de las sociedades modernas», en el que argumenta que los países industrializados muestran una gran superioridad técnica pero no han evolucionado tanto en sentido moral, muy por el contrario, manifiestan un gran desprecio por el derecho a la vida; unos pocos se enriquecen a costa de que el resto de la sociedad sufra privación. «La civilización es […] una educación domesticadora, análoga a la que permite convivir al zorro con las gallinas, o al gato con el ratón, sin devorarse». Y concluía que no podía existir progreso social sin perfeccionamiento moral de la convivencia humana: «No desees para otro lo que no quieras para ti».
En 1936 definía la miseria no sólo como necesidades vitales insatisfechas: «[…] lo que la caracteriza especialmente es la abyección moral». A partir de este aserto, argumenta que el «proletariado militante» avanza gracias a su voluntad transformadora, a sus aspiraciones a una vida mejor y «a una tónica moral. […] Gracias a esa voluntad y a ese valor moral, no se hunde en el abismo envilecido de la miseria».
Para terminar de comentar este magnífico libro, hay que decir que los autores han seleccionado varios artículos que nos sitúan ante la evidencia práctica del comunismo libertario. En el primero de ellos «Las dos interpretaciones fundamentales del socialismo», Isaac Puente parte de la idea de que ambas —marxismo y anarquismo— aspiran a mejorar la sociedad, aunque su enfoque de la solución toma senderos disimiles. Si bien el proletariado es su motor fundamental, el socialismo autoritario lo va a utilizar como artífice del «incendio revolucionario», luego le va a restar capacidad transformadora porque debe dársela a una vanguardia erudita que le conducirá hacia el socialismo. Esto no sucede así en la perspectiva anarquista porque la prioridad en ella es la libertad, y exige un enfoque de la revolución horizontal construido de abajo a arriba.
«La fe que el autoritario pone en el Gobierno y la providencia de unos hombres elegidos, la pone el libertario en cada uno y en todos los individuos, que no sólo no son mejores gobernados, sino que sólo pueden ser buenos en posesión de sus derechos a vivir y ser libres».
La aspiración de los anarquistas la explica en los dos últimos textos que cierran esta recopilación: «Concretando nuestras aspiraciones» y «Ensayo programático del comunismo libertario»: «Aspiramos a la libertad, a la independencia económica y a la soberanía individual». A la abolición de la propiedad privada, a la abolición de la autoridad. Puente considera que la soberanía radica en la asamblea; propone la obligatoriedad del trabajo para todas las personas útiles, la abolición del salario, la distribución de los productos organizada por la colectividad en cualquiera de sus formas de organización, intercambio entre las colectividades, organización nacional federalista, cultivo en común de la tierra. Estas serían «las bases mínimas del comunismo libertario, que ha de ser edificado con el aporte de todos, cada cual desde su plano de actividad […]».
ÁNGEL E. LEJARRIAGA
Un médico rural, editado por Pepitas de Calabaza y la Fundación Anselmo Lorenzo, 2021. Colección Biblioteca de la Anarquía, nº2. Lo podéis encontrar en nuestra librería.