Reseñas

Arte y compromiso
España 1917-1936

Arturo Ángel Madrigal Pascual
FAL, 2002 (Madrid)

 

 

La historia del arte español de la primera mitad del siglo XIX, como dice Jaime Brihuega en el prólogo del libro, se escribe en su segunda mitad. La razón es sencilla: la Guerra Civil. El arte anterior a la misma, como el famoso “gen rojo” de Antonio Vallejo-Nájera, se consideraba contaminado y, como hiciera el régimen nazi con el arte vanguardista, fue considerado en cierta medida “arte degenerado” por el franquismo; si bien no lo destruyó, tampoco lo estudió ni lo publicitó, simplemente lo invisibilizó. No existe aquello de lo que no se habla. Se ha dicho que la historia la escriben los vencedores (Orwell, 1944); “¡Ay de los vencidos!”, dijo el galo Breno tras conquistar Roma, según Tito Livio. Así es. No obstante, hubo estudiosos como Gaya Nuño y Moreno Galván que intentaron recuperar la memoria artística a partir de los años 50. Pasó el tiempo y en los 60 la investigación sobre el tema floreció si bien no lo suficiente. Hubo que esperar a que Arturo Ángel Madrigal Pascual presentara este gigantesco y esforzado trabajo para recuperar del olvido el arte comprometido español: “era una cuenta pendiente que debía saldar, además de una obligación ideológica y moral que todos teníamos con la memoria histórica”, explicó en su momento. El resultado es inmejorable: “por primera vez contamos con un trabajo de conjunto sobre las relaciones entre arte y política en España durante el primer tercio del siglo XX. […] este texto se ha convertido en una obra de referencia”, apunta Brihuega.

La pregunta que le surgió a Arturo Madrigal al inicio del estudio era si realmente había existido en el terreno del arte un compromiso político en el periodo que pretendía  analizar: 1917-1936. La respuesta, como constata este libro, es afirmativa.

El trabajo está dividido en tres momentos históricos. El primero se sitúa entre 1917 y 1923, caracterizado por la Primera Guerra Mundial, la Guerra de Marruecos y la Revolución Bolchevique. El segundo parte del año 1924 y se extiende hasta abril de 1931 con la proclamación de la II República; por supuesto, la Dictadura de Primo de Rivera tiene un protagonismo fundamental. El tercer momento, que va de 1931 a 1936, está conectado con los avatares que vivió la República hasta el 18 de julio de 1936.

Antes de 1917 el panorama histórico, con la preponderancia de la burguesía, facilitó la aparición del intelectual romántico para el que “el arte es un refugio”. Hacia 1830, Fortoul acuñó la expresión el “arte por el arte” en una época en la que ya había románticos como Víctor Hugo, Lamartine y George Sand que apostaban por el “arte social o político”. No obstante, anota Madrigal, predominaron los Flaubert, Baudelaire y compañía, que incidieron en la búsqueda de lo bello, aclamando a pintores como Ingres o Delacroix. Pero en 1865 irrumpe en escena Pierre Joseph Proudhon que se posiciona en su texto Sobre el principio del arte a favor de que el artista se implique en la “lucha por un nuevo mundo”. Antes Saint Simon había situado en su sociedad ideal a los artistas “en la vanguardia de la civilización”. También Émile Zola denunció “la falta de sensibilidad de los artistas”. Hubo pintores como Brueghel el Viejo (1528-1569) o el mismo Delacroix (1798-1863) que en un momento dado de sus carreras hicieron que algunas de sus obras entraran dentro del terreno político.

Gustave Courbet (1819-1877) marcó la diferencia, su compromiso con la transformación social se inició en la revolución de 1848 y tomó forma militante con su participación en “La Comuna”; se acercó al anarquismo a través de la lectura de los textos de Proudhon. No se puede decir lo mismo de los impresionistas, exceptuando a Camille Pissarro (1830-1903), conectado con el anarquismo. Cita también Arturo Madrigal a Edvard Munch (1863-1944), que influiría en el expresionismo alemán.

En España la figura incuestionable ha sido Francisco de Goya (1746-1828), que vivió la ruptura interna que supuso la Guerra de la Independencia pero situado del lado de las víctimas: “de los que nada tienen y malviven de su trabajo”. Madrigal afirma que “Los desastres de la guerra” de Goya pueden ser los precursores del cartel político.

Entre 1850 y 1900 apareció el denominado “arte lacrimógeno”, caracterizado por temas históricos de exaltación patriótica, sin ninguna función social. En 1868 Fanelli llegó a Madrid para dar a conocer la internacional y las tesis bakunistas; simultáneamente, el país atravesó por una gran ebullición revolucionaria. Salieron al público pinturas de Sorolla, Gonzalo Bilbao o Joaquín Mir con imágenes de pobreza o de prostitución, mas sin pretensiones políticas. Con el cambio de siglo, la pintura adquirió otros matices. Azorín y Pío Baroja escribieron que “afloraba un regeneracionismo burgués”. La Generación del 98 relató con precisión las “desdichas de España”. En Luces de Bohemia Valle-Inclán  expuso una magnífica descripción del carácter anarquista, revolucionario y sacrificado.

Muchos son los trabajos que se publicaron entonces sobre el arte y su función social, como los de Soledad Gustavo y Federico Urales, en los que “se elogia el trabajo manual y se condena el ‘arte por el arte’”. Lily Litvak dice en La mirada roja (1988):

“[…] la estética ácrata es el producto de una sensibilidad esencialmente antiautoritaria que  gira en torno a las relaciones del hombre con la realidad y que, en síntesis, pretende destruir el estatus de la obra de arte como goce privativo de las clases pudientes y como producto exclusivo de artistas profesionales.”

En un folleto de Fernand Pelloutier titulado El arte y la rebeldía “se le asigna al Arte la noble tarea de hacer rebeldes y de burlar las morales inventadas por el Poder”. De hecho, desde esa época los libertarios aprovecharon los medios técnicos a su alcance para difundir la obra de artistas comprometidos con la transformación social.

El periodo que transcurre en España entre 1917 y 1923 es convulso en extremo; también lo es para Europa y para el mundo en general. Aunque desde la Primera Internacional se aclamó la idea de que la clase obrera impediría mediante la huelga general una nueva contienda, este lícito planteamiento fracasó estrepitosamente y estalló la guerra en Europa; como ocurre siempre, la principal víctima fue el pueblo. El autor incluye en esta etapa histórica la Guerra de Marruecos, la Revolución rusa, el pistolerismo del Sindicato Libre —auspiciado por la burguesía catalana y con la complicidad del Estado— y la Dictadura de Primo de Rivera.

«El periodo que transcurre en España entre 1917 y 1923 es convulso en extremo; también lo es para Europa y para el mundo en general. Aunque desde la Primera Internacional se aclamó la idea de que la clase obrera impediría mediante la huelga general una nueva contienda, este lícito planteamiento fracasó estrepitosamente y estalló la guerra en Europa; como ocurre siempre, la principal víctima fue el pueblo»

Mientras todo esto se desarrollaba, en Europa nacía en 1918 el “dadaísmo”, lo que provocó debates intelectuales profundos sobre Arte y Literatura. En 1919 Der Dada, revista alemana dadaísta, reclamaba “la unión revolucionaria internacional de todos los hombres y mujeres creadores e intelectuales, sobre la base de un comunismo radical […] y la expropiación inmediata de la propiedad y la alimentación de todos solventada comunalmente”. En 1924 Grosz, Heartfield y Piscator formaron el “grupo rojo”, proclamando que “el arte revolucionario no podrá brotar más que del espíritu de la clase revolucionaria”.

¿Qué sucede entretanto en España? Pues con la guerra mundial el coste de la vida se disparó, la clase obrera se organizó en los sindicatos históricos UGT y CNT,  se produjo la huelga general de 1917, se consiguió la jornada de ocho horas gracias a la CNT y el “pistolerismo blanco” se dedicó a asesinar a anarcosindicalistas significados. En este contexto estremecedor, nuestros artistas tomaron partido por la vida española y sus tribulaciones. Autores como Ramón Acín mantuvieron bien alto un posicionamiento de denuncia continua.

Los años veinte fueron decisivos para la consolidación del compromiso del arte con el momento sociopolítico en que se vivía. Dice Madrigal que “los políticos de nuestro país vivían al margen de los valores del arte”. Esa indiferencia les explotó en la cara a través de artistas como el propio Acín, Joan Salvat Papasseit, Joaquín Torres-García, Rafael Barradas, Castelao y Bagaria. Repasemos por encima sus perfiles artísticos.

Joan Salvat-Papasseit (1894-1924), nacido en Barcelona, tallista, pintor y poeta. De origen proletario convirtió la pluma en su herramienta de combate. Primero se posicionó como socialista pero más tarde abrazó el anarquismo. Comenzó su andadura literaria como poeta romántico. En 1919 fue encarcelado durante dos meses por un artículo publicando en la revista Los Miserables. Su participación en la publicación Un Enemic del Poble define su lucha inquebrantable contra todo lo dañino que caracterizaba la sociedad de su tiempo.

Joaquín Torres-García (1874-1949), nació en Montevideo. Fue uno de los protagonistas del Noucentismo (vanguardia artística de principio de siglo XX en España). En él hay un ideal de belleza que se vierte sobre el urbanismo, sobre la ciudad ideal; aspira a la construcción de un país moderno. Este compromiso se expresa en sus pinturas murales. Entre 1911 y 1915 escribe una serie de artículos sobre arte en los que trata de comunicar su concepción del mismo. En un momento dado de su vida se distanció del compromiso político, situándose en un individualismo artístico. No obstante, más adelante volvió al “compromiso”, al “encuentro con lo social” y al “estudio de la obra de arte desde parámetros éticos”: “En arte más vale predicar la anarquía que la disciplina mansa de las escuelas”. Tanto él como Salvat-Papasseit “asocian estética con revolución política y libertad social con pintura pura”. A pesar de sus bandazos ideológicos, comenta Madrigal que la obra de Torres-García ejerció “una gran influencia sobre los artistas españoles de posguerra”.

Rafael Barradas (1890-1929), nacido en Montevideo, fue pintor e ilustrador en revistas como La Gaceta Literaria, Revista de Occidente y La Novela Roja. En 1913 desembarcó en Europa y se instaló en Barcelona. Empezó realizando caricaturas políticas, todas ellas con un fuerte contenido crítico. Conoció a Torres-García y a Salvat-Papasseit, y comenzó a colaborar en las publicaciones en que ellos participaban. A parte de este hecho, estuvo en contacto “con una nueva sensibilidad cultural desarrollada por artistas y poetas como Buñuel, Lorca y Dalí”. La Dictadura de Primo de Rivera provocó una reacción radical en Barradas que se manifestaría en una colección de dibujos y pinturas que tituló “La España trágica o Los Magníficos”. Barradas asumía como propios el dolor de los humildes y la solidaridad.

«El siguiente periodo que analiza Arte y compromiso se desarrolla entre los años 1924 y 1931. La situación en España estuvo determinada por la Dictadura de Primo de Rivera. En ese tiempo muchos intelectuales reaccionaron contra ella, como Ramón J. Sénder, Ramón Acín, Bagaría, Francisco Mateos, Valle-Inclán, Luis Araquistaín o Ángel Samblancat. Los males que aquejaban a la sociedad entonces eran los del periodo anterior: el mantenimiento de la guerra de África, la pobreza endémica que sufría el país, el analfabetismo, la corrupción, la represión obrera, el poder de la Iglesia que permanecía intacto, el caciquismo.»

Un personaje transcendental de este periodo es Ramón Acín (1888-1936), nacido en Huesca y asesinado en 1936 por los rebeldes. Sus artículos y dibujos fueron publicados por un gran número de publicaciones: Heraldo de Aragón, Solidaridad Obrera, Floreal o El Comunista. Desde el inicio de su vida artística estuvo comprometido políticamente. No se consideraba artista y su intención era “poner el arte al alcance de todos”. Se denominaba “Anartista”: “Dícese del libertario o libertaria que hace cosas en el terreno de las artes plásticas y manifiesta unas pautas de comportamiento contrarias a las del artista burgués”.

Felipe Alaiz habla de Acín en estos términos:

“El arte de Acín era personal. No tenía estilo comercial. Tal vez no tenía sus días, sino más bien sus horas. Hay pintores que trabajan para el cliente, para el modelo, para el crítico o para el comedor de cuadros. Acín trabajaba para recrearse […].”

Debido a su militancia conoció a lo más granado del anarquismo español. Cuando se edita el periódico La Ira de la mano de Samblancat, Acín denuncia en él la Guerra de Marruecos, la Semana Trágica de Barcelona y el fusilamiento de Ferrer i Guardia. Unos años después centraría toda su lucha en condenar la Primera Guerra Mundial. Entre 1918 y 1921 realizo 35 dibujos antigermanófilos y antimilitaristas. Más tarde dedicaría 32 dibujos a denunciar la “fiesta de los toros”. Intensa vida la de Acín y amargo final.

Castelao (1886-1950), gallego, polifacético tanto dentro del mundo de las artes como en otras áreas profesionales tan diferentes como la medicina o la política. Castelao fue un furibundo nacionalista gallego, “anticaciquil” a ultranza. En 1909 fundó el semanario satírico anticaciques El Barbero Municipal. De la mano de Bagaría, en 1918 publicó en el diario madrileño El Sol donde se radicalizó ideológicamente. A partir de 1926 publicó también en El Pueblo Gallego y en el Faro de Vigo. Castelao, dice Madrigal, “amalgama en su trayectoria personal arte y política, haciendo de su obra un instrumento de humanización”, y añade: “La solidaridad, la denuncia moral y política, y la fuerza incisiva de sus imágenes […] colocan a Castelao entre el amplio grupo de artistas que pondrían su arte al servicio del ideal”. En 1934 fue desterrado por el gobierno Lerroux.

Bagaría (1882-1940), barcelonés, fue “el caricaturista catalán más comprometido y más conocido a nivel internacional”. Trabajó en numerosas publicaciones de México, Nueva York, Francia, Cuba, España y Alemania. En España publicó en La Gaceta Literaria, La Calle, Gracia y Justicia y Crisol. Ejerció como dibujante durante la Guerra Civil en La Vanguardia de Barcelona. Su ideología estaba enmarcada dentro del republicanismo catalanista. Bagaría trató a sus personajes con “crueldad y violencia intelectual”. Ridiculizaba al militarismo alemán, rechazaba la forma de vida de la burguesía y, también, criticó ferozmente la “fiesta” de los toros. Bagaría puso en tela de juicio en sus trabajos sobre la Primera Guerra Mundial la neutralidad española. Comenta el autor: “El cariño que Bagaría sentía por los políticos en general, quedaría patente en una caricatura en la que les aplica el calificativo de besugos”.

En mayo de 1919 fue encarcelado y puesto en libertad en 48 horas por su caricatura “A lo que parece que se aspira”, en la que denunciaba la militarización de la vida española. Condenó el pistolerismo de la patronal catalana y justificó la autodefensa sindical en una viñeta titulada “El sindicalista y la fiera”. Atacó la Guerra de Marruecos a pesar de la férrea censura. Al final, en 1926, tuvo que exiliarse a Buenos Aires hasta que llegaran tiempos mejores

El siguiente periodo que analiza Arte y compromiso se desarrolla entre los años 1924 y 1931. La situación en España estuvo determinada por la Dictadura de Primo de Rivera. En ese tiempo muchos intelectuales reaccionaron contra ella, como Ramón J. Sénder, Ramón Acín, Bagaría, Francisco Mateos, Valle-Inclán, Luis Araquistaín o Ángel Samblancat. Los males que aquejaban a la sociedad entonces eran los del periodo anterior: el mantenimiento de la guerra de África, la pobreza endémica que sufría el país, el analfabetismo, la corrupción, la represión obrera, el poder de la Iglesia que permanecía intacto, el caciquismo. Primo de Rivera persiguió especialmente a la CNT y toleró a la UGT y al PSOE, que colaboraron con su régimen dictatorial. En este difícil contexto se produjo una fuga de intelectuales y artistas al extranjero: Unamuno, Miravitlles y Bagaría formaron parte de una larga lista de exiliados. Como en los años precedentes, se mantuvo el debate sobre el denominado “arte por el arte”, en este caso enfrentando a la “pureza intelectual” y al “compromiso socio político”. Federico Urales escribió un importante artículo en la Revista Blanca “en el que arremete contra la gente que se vende, poniéndose al servicio del que mejor paga”. A este respecto apunta Madrigal que “la cultura libertaria siempre estuvo en vanguardia y consideraba que la literatura y el arte eran un valioso instrumento, además de un medio eficaz y necesario para la construcción de la sociedad del futuro”.

Anselmo Lorenzo ya había escrito en la década anterior textos proletarios como El Pueblo y Solidaridad; y Federica Montseny Horas trágicas; También Felipe Alaíz, Samblancat, Mauro Bajatierra, Ramón J. Sénder, Salvador Seguí y Ángel Pestaña.

Esta época tan truculenta se caracterizó por numerosas conspiraciones contra el dictador: en 1926 se produjo “La sanjuanada” y el complot de Prats de Molló; en 1928 la conspiración de los astilleros; en 1930 el levantamiento de Jaca con el apoyo de la CNT y la colaboración importante de Ramón Acín; también la conspiración de Godet en Cádiz.

Hacía 1925 se abrió en el país un intenso debate sobre “la deshumanización del arte” de la mano de Ortega y Gasset: “La vida se puede modificar a través del arte siempre que el hombre modifique primero sus pautas de comportamiento”. Ese mismo año la Sociedad de Artistas Ibéricos (SAI) celebró en Madrid una exposición en la que se pudieron contemplar obras “humanizadas y comprometidas” de Barradas y Bagaría. También ese año, Louis Aragón dio una conferencia en la Residencia de Estudiantes en Madrid en que expresaba su deseo de que “prevalezca lo divino sobre lo humano”; este discurso nada tenía que ver con la sociedad española. “Aragón […] no entiende cómo personas sin ningún poder político y económico son capaces de soñar con la revolución”, subraya el autor.

En 1926 la SAI organiza otra exposición, esta vez en Barcelona, en la que participan entre otros, Otto Dix, George Grosz y Käthe Kollwitz, todo un acontecimiento expresionista alemán. La obra de Grosz fue difundida en España en revistas como Orto, Nueva España y Tierra y Libertad.

La generación del 27 irrumpió con fuerza de la mano de Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, José Bergamín, Miguel Hernández, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre. La asociación entre vanguardia literaria y vanguardia política era un hecho.

“La poesía se aparta entonces del mundo de los sentimientos para convertirse en un discurso político que se enfrenta claramente a la burguesía.”

Es obvio que la Revolución rusa supuso una auténtica explosión dinámica en nuestra literatura. Se configuró un Frente Popular de intelectuales y artistas antes que el frente político. Entre estos estaban Valle-Inclán, Antonio Machado, Julián Zugazagoitia e Isidoro Acebedo. La novela irrumpió con fuerza en la sociedad española a partir de 1923 con la Novela Ideal de Federico Urales, Biblioteca de la Revista Blanca, La Novela del Pueblo, La Novela libre y La Novela Nueva. En  todas ellas escribió Federica Montseny.

Auspiciada por la Internacional comunista, Ángel Pumarega fundó en 1922 la Unión cultural Proletaria en compañía de Julián Gorkin, Joaquín Maurín y Andreu Nin. Su empeño fue dar a conocer el marxismo-leninismo a través de revistas como El Comunista, La Antorcha, Bandera Roja, Aurora Roja o La Batalla. No se sabe a ciencia cierta la influencia de toda esta literatura en la población española. Julián Zugazagoitia respondió en su tiempo afirmativamente a esta pregunta en el artículo Los obreros y la literatura.

En 1930 José Díaz Fernández editó Nueva España, revista “que ejercerá un magisterio importantísimo en cuanto que contribuye al abandono de la literatura de vanguardia y a la negación del arte deshumanizado”, apunta el autor. Su trabajo significó la vinculación de toda la obra intelectual a “los problemas que inquietan a las multitudes”.

«La Revista Blanca editada por Federico Urales (Juan Montseny) y Soledad Gustavo (Teresa Mañé) realizó una inmensa labor de difusión de los principios anarquistas, intentando configurar una estética proletaria que relacionase el arte con la vida»

En este periodo las revistas anarquistas fueron fundamentales. Destacaron: Acracia (Barcelona, 1886-1888), Ciencia Social (Barcelona, 1895-1896), Natura (Barcelona, 1903-1905), La Revista Social (Madrid, 1881-1884), La Revolución Social (1884-1885), La Bandera Roja (Madrid, 1888-1889), La Revista Blanca (Barcelona, 1923-1936), La Revista Nueva (Barcelona, 1924), Generación Consciente (Alcoy, 1923).

La Revista Blanca editada por Federico Urales (Juan Montseny) y Soledad Gustavo (Teresa Mañé) realizó una inmensa labor de difusión de los principios anarquistas, intentando configurar una estética proletaria que relacionase el arte con la vida. El arte era concebido por sus editores como un medio de enseñanza revolucionaria: “Son evidentes en esta revista las manifestaciones a favor de una arte del pueblo y para el pueblo, un arte libre de premisas favorecedoras de intereses particulares en detrimento de los generales”, destaca Madrigal.

En 1924 apareció en Barcelona La Revista Nueva de la mano de Antonio García Birlán, en cuyas páginas escribieron Felipa Alaíz, Francisco Pi y Margall, Ricardo Mella y Carlos Malato. En ella destacaban los temas sociales del momento pero también se criticaba el “arte por el arte”. Carlos Malato escribió: “Allí donde reina la servidumbre, la inspiración se deforma, el genio se agota”.

En 1923 nació la revista Generación Consciente con abundantes artículos sobre naturismo y sexualidad. Sus páginas las firmaron autores como Piotr Kropotkin, Eliseo Reclus y Oscar Wilde.

Cuatro años después, en 1927, salió a la calle la revista Post-Guerra, impulsada por jóvenes intelectuales como Rafael Giménez Siles. Su objetivo era “luchar contra la ideología burguesa” y “la fusión de arte y política”. Su posicionamiento ideológico se encontraba en línea con la Revolución soviética; combatía las formas académicas del arte y la indiferencia ante la política.

En 1930 se publicó Nueva España, impulsada por José Díaz Fernández, con un afán de lucha a favor de la proclamación de la República y la oposición a Primo de Rivera. También ese año se editó Nueva Era, dirigida por Joaquín Maurín; en 1936 la dirigiría Andreu Nin. Esta revista sería la publicación teórica del Bloque Obrero y Campesino (BOC) y del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).

La antítesis de las revistas citadas fue La Gaceta Literaria cuyo director fue Ernesto Giménez Caballero “precursor del fascismo en España”, según escribe Madrigal. La revista estaba financiada por elementos derechistas, y si bien en un primer momento se declaró ecléctica, en 1931 se quitó la careta, manifestando abiertamente su derechismo.

Durante la Dictadura de Primo de Rivera destacaron algunos artistas que no se han citado todavía, como Gabriel García Morato (Ciudad Real, 1889 – México, 1969), dibujante y pintor de origen obrero. Publicó escritos sobre “la renovación y socialización del arte español”. El autor considera a este artista como “un visionario de la revolución sociopolítica que estaba por llegar”. Lo cierto es que en un momento dado de su trayectoria, decepcionado por las escasas posibilidades transformadoras de España, decidió marcharse a México de donde regresaría en 1934. Durante la Guerra Civil, Maroto fue miembro de la Asociación de Intelectuales Antifascista para la Defensa de la Cultura. A él se debe la creación de las Milicias de Cultura.

Otro personaje importante de estos años fue Carlos Maside (1897-1958), gallego; desde el principio de su carrera fue políticamente comprometido, en su ser estaba arraigada una profunda “conciencia con el pueblo gallego y un sentimiento nacionalista”. Estuvo muy unido a Castelao. “Sus temas preferidos son el mundo urbano, las industrias, las fábricas, las fábricas de conservas y la construcción naval, fiel reflejo de una Galicia cada vez menos agraria”. Estuvo influido por la Revolución rusa. Para este artista “la revolución social y la defensa del proletariado en contra del fascismo fueron dos armas con las que luchó para conseguir las libertades y el estatuto de autonomía para su tierra”, dice Madrigal, y añade:

“[Sus] obras son el símbolo universal de cualquier enfrentamiento en cualquier lugar del mundo de las fuerzas del poder constituido con las del pueblo que sufre la represión. La fuerza de las mismas comprometen al espectador a juzgar unos hechos para que a través de la reflexión se implique en los movimientos sociales de su tiempo.”

Sobre la figura de Ramón Acín ya se ha hablado en páginas anteriores, nunca suficientemente, mas hay que destacar su participación en apoyo al levantamiento en Jaca de Fermín Galán y Ángel Gar­cía Hernández en 1930, lo que le costó el exilio en Francia hasta el advenimiento de la república en 1931.

En el libro se hacen referencias a otros tres artistas contemporáneos de los anteriores: Shum, Francisco Mateos y Alberto Sánchez.

Alfons Vila i Franquesa “Shum” (1897-1967) nació en Lérida en el seno de una familia proletaria. Fue un militante anarquista, pintor y dibujante autodidacta. En 1922 fue condenado a muerte acusado de realizar un atentado sangriento contra miembros del Somaten, en el que no participó. Al proclamarse la república fue amnistiado. Colaboró con el Sindicato de Dibujantes Profesionales. Su trabajo se puede encuadrar dentro del realismo expresionista.

Francisco Mateos (1894-1976), sevillano de origen obrero, fue pintor y dibujante de militancia socialista; Madrigal lo considera como “uno de los adalides del arte nuevo en España; un tipo de arte bastante alejado de las modas impuestas por París, y de los cambios que se dejaban notar en Italia”.

Por último, destaca la figura de Alberto Sánchez (1895-1962), nacido en Toledo, de origen humilde. Militó en las filas del PSOE, fue pintor, ilustrador y escultor. Su contacto con Barradas fue primordial para ampliar sus horizontes artísticos. En 1925 obtuvo el reconocimiento que se merecía en la Exposición de Artistitas Ibéricos.

 

«Entramos en el último periodo estudiado por este libro, el comprendido entre 1931 y julio de 1936. Antes de la proclamación de la II República y la llegada de la Guerra Civil habían ocurrido desastres que estaban conformando la historia de Europa y del mundo: el crack de la Bolsa de Nueva York y la eclosión del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania.»

Entramos en el último periodo estudiado por este libro, el comprendido entre 1931 y julio de 1936. Antes de la proclamación de la II República y la llegada de la Guerra Civil habían ocurrido desastres que estaban conformando la historia de Europa y del mundo: el crack de la Bolsa de Nueva York y la eclosión del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania.

Como es bien sabido, 1931 fue el año de la proclamación de la II República tras la caída de Primo de Rivera, también del surgimiento de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS). En 1933 se fundó Falange Española. Se puede decir que en esas fechas ya había dos Españas dispuestas a la confrontación violenta.

La nueva república se implicó en el arte contemporáneo a través de la Junta de Relaciones Culturales; a su vez reapareció la Sociedad de Artistas Ibéricos (SAI). En principio, el nuevo gobierno apoyó económicamente el arte español.

La primera etapa de la República de 1931 sería conocida como “de los intelectuales” o “de los profesores”. Este apoyo inicial desapareció en gran medida en 1933; la decepción con los nuevos gestores políticos fue generalizada, radicalizando a algunos de estos intelectuales.

En 1931 el Ministerio de Instrucción Pública inició un proyecto “que llevó el arte, la literatura, el teatro y el cine a muchos pueblos y aldeas de la península ibérica: las Misiones Pedagógicas”. Su inspirador fue Manuel Bartolomé Cossio.

En noviembre del mismo año, patrocinada por la Federación Universitaria Escolar (FUE), se fundó “La Barraca” de la mano del poeta y dramaturgo Federico García Lorca junto con estudiantes de la Universidad de Madrid. Se trataba de un teatro ambulante universitario que recorría los pueblos de España.

Ni que decir tiene que el “purismo intelectual” había dejado paso a un “compromiso del arte con la realidad social del momento”. En 1935 Pablo Neruda publicó Sobre una poesía sin pureza. En este texto se afirmaba la necesidad de un contacto humano entre el arte y la vida cotidiana.

El “bienio negro” (gobierno de la CEDA) hizo que la mayoría de los intelectuales “tomaran partido y se implicaran en la lucha de clases”.

La insurrección de Asturias en mayo de 1934 “radicalizó la cultura y el arte antifascistas y endureció la postura de artistas, literatos y poetas”. Tal es el caso de Federico García Lorca, Miguel Hernández, González Bernal, Miguel Prieto y Antonio Rodríguez Luna. García Lorca escribió al respecto:

“Yo siempre seré partidario de los pobres. Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.”

Andrés Bretón hizo acto de presencia en España en 1935, defendiendo el surrealismo, lo que dio pie a numerosos debates. Es cierto que muchos artistas e intelectuales compartieron sus premisas, pero también es cierto que según los acontecimientos sociopolíticos se fueron desencadenando, éstos se pusieron del lado del proletariado combativo, asumiendo el arte posturas creativas realistas y expresionistas.

El primero de mayo de 1936 la CNT celebró el celebérrimo Congreso de Zaragoza en el que se definió el Comunismo libertario como forma de organización social. En un apartado del texto escrito por Isaac Puente se dice:

“El arte, la ciencia o la cultura, no se compran con dinero. Al contrario, si son dignas, rechaza todo vasallaje y se muestran insobornables. Los crean la dedicación artística, la aptitud y el afán investigador y el gusto de la propia perfección.”

El arte que surge en estos momentos históricos se une a la lucha por la vida con un compromiso frontal y político contra el fascismo.

Hasta entonces en España la izquierda proletaria e intelectual se había caracterizado por un anticlericalismo radical. Por ejemplo, en mayo de 1931 Ramón J. Sender escribía en Solidaridad Obrera un artículo aclaratorio del pensamiento imperante:

“Si el pueblo incendia hay que dejarle que incendie. Elimina naturalmente, siguiendo una sana ley biológica, lo que no debe existir. La misión del Gobierno es anticiparse a la acción popular, interpretar y cumplir fielmente la voluntad del país. […] Si no lo hace se hará de todas formas, implacablemente, inapelablemente.”

«Es imprescindible puntualizar que los artistas libertarios no eran profesionales de las artes plásticas, sino personas con una motivación ideológica que utilizaban sus potencialidades artísticas para luchar y vivir en libertad. Dice Madrigal que su obra estaba “alejada de ataduras y academicismos”.»

Otro ejemplo, en 1913 Ramón Acín en un artículo publicado en La Ira dijo que llegaría un tiempo en que conventos e iglesias arderían. La revista Estudios mantuvo ataques continuos a la religión y al capitalismo, tanto con sus textos como con los fotomontajes de Monleón y Renau. Lo mismo hizo Camilo Berneri con sus artículos desde la revista Tiempos Nuevos.

Otros artistas que tocaron el tema religioso fueron: Francisco Mateos, Helios Gómez, Fontserè, Fernando Cabedo Torrent, y muchos más.

En síntesis, los intelectuales y artistas del momento se agruparon en las publicaciones que proliferaban: Nueva Cultura, La Calle, Orto, Leviatán, Octubre, Comunismo, El luchador, Mundo obrero, Estudios, La Tierra, Antorcha, Liberación, Tierra y Libertad o Tiempos Nuevo.

Veamos algunas referencias de estas revistas. En 1935 apareció Nueva Cultura, dirigida por Renau, defensora incondicional de la URSS. Un poco antes había salido al público la revista Octubre, fundada por Rafael Alberti y María Teresa León, impulsores en España de la Asociación de escritores y artistas revolucionarios (AEAR). Orto se publicó en 1932 dirigida por Marín Civera; la revista era libertaria e internacionalista y en ella escribieron Sender, Pestaña, Grave, Isaac Puente, Nettlau, Cornelissen; de las ilustraciones se encargaron Renau y Monleón. Leviatan (1934-1936) estuvo dirigida por Luis Araquistáin; esta publicación sirvió de espacio teórico a los seguidores de Largo Caballero que criticaban al régimen republicano, como Joaquín Maurín, Andrade, Nin y el mismo Trotski. Mundo Obrero realizó su primera edición en 1930, dirigido por José Bullegos, era el portavoz del PCE. El luchador nació en 1930; era una revista comunista libertaria que luchaba por la libertad, contra el Estado y las desigualdades sociales; todos los dibujos estaban realizados por Rojas y Pelayo. En 1935 se editó Liberación, revista anarquista con Isaac Puente como principal colaborador; en ella se encuentran dibujos de Niv, Esbelt y Hugo Gellert, también hay fotomontajes de Renau, Fat y Romero. Tierra y Libertad, publicación anarquista, partió como suplemento de la Revista Blanca en 1899 y se independizó en 1902; en sus páginas estuvieron presentes las firmas de Federico Urales, Soledad Gustavo y Fermín Salvochea; estos articulistas atacaron ferozmente al PSOE y a Pablo Iglesias, a los que acusaban de “autoritarios y corruptos”, también criticaron duramente a la UGT; la presencia del arte en estos suplementos fue importante. Tiempos Nuevos fue suplemento de Tierra y Libertad entre 1934 y 1938, lo dirigió Diego Abad de Santillán; dibujaron en él Eleuterio Blasco, Liebe, Rohem y Kaete Köllwitz.

Hay artistas que no se han citado hasta ahora, como el segoviano Emiliano Barral (1896-1936), socialista, escultor que modeló la máscara de Pablo Iglesia la noche de su muerte; murió combatiendo en el frente de la Ciudad Universitaria. También Francisco Pérez Mateo (1903-1936), barcelonés, tallista, militante del PCE; murió luchando con el Quinto Regimiento. Sáenz de Tejada (1897-1958), nacido en Tánger, fue dibujante en La Libertad entre 1920 y 1934. Antonio García Lamolla (1910-1981), barcelonés, anarquista, dibujó para Acracia, Ruta, Esfuerzo, Cénit, Semáforo e Inquietudes; se le podría encuadrar dentro del expresionismo artístico; su compromiso con el arte y la vida le llevaron a exponer su vida en muchas ocasiones; regalaba sus obras más de lo que las vendía, “su alma estaba lejos del comercio del arte”, señala Madrigal. Federico Campas Sellés (1915-1936), aragonés, surrealista y anarquista, fue ejecutado por el ejército rebelde. Sus dibujos evolucionaron del surrealismo al expresionismo. José Luis González Bernal (1908-1939), aragonés, anarquista; dibujó para Cénit; luchó en el frente republicano en San Sebastián. Miguel Prieto (1907-1956), castellano manchego, pintor e ilustrador, perteneció al PCE; trabajó con García Lorca en “La Barraca” en la confección de decorados y figurines; colaboró en Octubre, Sur, El Tiempo y Nueva Cultura. José Renau (1907-1982), valenciano, cartelista y diseñador gráfico. Colaboró con Estudios, Tiempos nuevos, Orto y la Revista Blanca; durante la Guerra Civil desempeñó tareas de propaganda, hizo infinidad de carteles. Después de la guerra se exilió a México.

Es imprescindible puntualizar que los artistas libertarios no eran profesionales de las artes plásticas, sino personas con una motivación ideológica que utilizaban sus potencialidades artísticas para luchar y vivir en libertad. Dice Madrigal que su obra estaba “alejada de ataduras y academicismos”.

Nos faltan dos autores que añadir a la larga lista ya citada de artistas comprometidos políticamente, Ángel Lescarboura y Helios Gómez. El primero realizó dibujos y fotomontajes para Tiempos Nuevos y Tierra y Libertad; sus fotomontajes del año 1933 estuvieron dirigidos contra la política del gobierno republicano. Lescarboura realizó la película “Bajo el signo libertario”, en la que describió la experiencia de una comuna libertaria aragonesa. En lo que se refiere al sevillano Helios Gómez (1905-1956), fue pintor, xilógrafo, ilustrador y poeta. Luchó contra la Dictadura de Primo de Rivera desde las filas de la CNT; se exilió en Francia y Bélgica en 1927; regresó a España en 1930, poco después se afilió al PCE; colaboró con Octubre, Mundo Obrero y Heraldo Obrero.

Para poner punto y final a esta reseña hay que decir que el autor hace énfasis en destacar los logros o avances de la época en lo que se refiere a la impresión gráfica. Agrega, que el cartel político se convirtió durante la Guerra Civil en un “fenómeno artístico” que “fue apoyado tanto por la prensa diaria como por las organizaciones políticas y sindicales, que desde sus páginas animaban a los artista a colocar sus carteles antifascistas en toda clase de locales […]. Sin duda, el cartel fue la punta de lanza que penetró en las conciencias de muchas personas que fueron captadas por las organizaciones políticas y sindicales”. Desde las elecciones de febrero del 36 quedó constancia “de la existencia de un cartelismo comprometido con la política, en ambos bandos”.

No se puede cerrar este texto sin nombrar la figura de José Luis Rey Vila “Sim” y su álbum “Estampas de la Revolución Española: 19 de julio de 1936”, colección de dibujos a color hechos del natural. Y tampoco a Baltasar Lobo (1910-1993), escultor y dibujante militante anarquista y anarcosindicalista. Se puede conocer su trabajo artístico como ilustrador en la revista Mujeres Libres. Madrigal especula al final del libro con la hipótesis de si Pablo Picasso se pudo inspirar a la hora de pintar el “Guernica” en un dibujo de Lobo publicado en Mujeres Libres titulado “¡Asesinos!”.

Muchos autores y artistas se han quedado en el tintero, este libro es un homenaje a todos ellos, los citados y los no citados.

En conclusión, Madrigal entiende que el arte comprometido arrastró a muchas personas a la acción en contra del fascismo y la sociedad capitalista. Las formas que este arte tomó se enmarcaron dentro del realismo y el expresionismo: “Por tanto, podemos hablar del arte comprometido como de un lenguaje que se fundamenta tanto en las ideologías como en los sentimientos”. Es un hecho comprobado que la literatura que emanó de la Revolución rusa influyó en un amplio sector de los intelectuales españoles, entre ellos a gran parte de la Generación del 27.

El anarquismo, desde antes de la Guerra Civil, había cuestionado el “arte superficial” o “arte falso”. Para el universo libertario el “arte verdadero” tenía que ver con la vida y con el pueblo. El cartel en todo el tumultuoso contexto de la Guerra tuvo un papel preponderante, con una idea clara de servicio a la comunidad.

Termina Arturo Madrigal su magno estudio diciendo que: “[…] toda la producción artística que se generó en España durante el periodo que transcurre entre 1917 y 1936 tuvo un carácter eminentemente universalista”.

ÁNGEL E. LEJARRIAGA

Arte y compromiso. España 1917-1936, publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, FAL, en Madrid, 2002. Lo podéis encontrar en nuestra librería.