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Memoria e historia
DIEGO, un film documental de Frédéric Goldbroni

Diego, 40 minutos, VHS, sistema PAL. Precio: 1 500 pts.

Hay una cosa en la que están de acuerdo los historiadores, sean de la tendencia que sea o de la ideología, que aunque parezca mentira también la tienen, que sea: negar la existencia en la España de 1936-1939 de un proceso revolucionario. Con más o menos matices, la verdad histórica es que en el verano de 1936, en medio de una tensa situación social que los gobernantes republicanos no controlaban, un grupo de militares se sublevaron. Golpe de Estado que fue respondido, en defensa del régimen democrático, por gran parte del pueblo español. La consecuencia fue una terrible guerra civil en la que, ambos contendientes, cometieron horribles excesos y, con el triunfo de los llamados nacionales, abrió un oscuro periodo de dictadura encarnada en la figura del general Franco. Derrota ocasionada, además de por el apoyo fascista internacional, por la división existente en el campo gubernamental. Los anarquistas, con su radicalismo, no sólo habían sido responsables de la sublevación, sino que también lo fueron de la capitulación.

Ni una palabra, en el mejor de los casos, al hecho de que, en su mayor parte, quienes se enfrentaron a los rebeldes, a veces con la oposición de las propias autoridades revolucionarias, no lo hicieron por defender un régimen al que debían bien poco, sino por la construcción de una nueva sociedad. En una palabra, que la guerra española no tuvo de civil más que cualquier otra, sino que fue una guerra social en la que se dilucidó el régimen social del porvenir de España. Incluso si el historiador es más profundo, llega a reconocer que, de forma limitada, hubo un intento, unas experiencias, revolucionario que, por supuesto, fracasó y, en la mayoría de los casos, fue fuente de descontrol.

Como bien se sabe, los historiadores se pertrechan de un bagaje de herramientas, unas más sofisticadas que otras, para dotar de un pretendido carácter 'científico' a su oficio: reconstruir la 'verdad' de las actuaciones humanas. Una de ellas es la necesaria lejanía de los hechos que se historian. Cuando ya no quedan ninguno de sus protagonistas quienes, además, están viciados de origen. Aunque, poco a poco, con unos especiales condicionamientos, se comienza a aceptar los testimonios de quienes vivieron los sucesos que se historian. Es lo que llamamos "historia oral". En el caso de la revolución española, contamos con varios trabajos de este tipo. Quizás el más conocido sea el del hispanista británico Ronald Fraser. Seguramente Diego, este documental de Frédéric Goldbroni no gozará de los beneplácitos de los profesionales de la historia. No sólo porque habla, y no mal, de la revolución española, sino también porque carece de esos requisitos que la avalarían como un 'documento' susceptible de ser utilizado 'científicamente'. A pesar de que este vídeo nos proporciona muchas más claves sobre lo ocurrido a partir del 19 de julio de 1936 en Barcelona que muchos de esos trabajos reconocidos.

Goldbroni lo ha conseguido con bases tan simples como unas cuantas fotografías y el testimonio de un veterano militante anarcosindicalista, también conocido por sus incursiones en el mundo de la historia. Lo logra porque se enfrenta con ellos con la mente abierta, dejando hablar a los recursos de los que dispone. ¡Y bien que hablan! Las fotografías no son un mero apoyo a los pensamientos de Diego, sino que nos la confirman. Un ejemplo. Los rostros de la salida de la columna Durruti hacia el frente aragonés, transmiten lo que dice sobre la alegría de esos días. Emiten poesía. La de la perspectiva de un mundo nuevo que está sustituyendo a otro que se desmorona. El momento de la 'fiesta revolucionaria' en la que los hombres se sienten libres. Una auténtica libertad, no la que, como un sueño, creemos que tenemos hoy.

Habitualmente se nos suelen transmitir los efectos negativos del hecho revolucionario. Sus excesos, sus errores, su capacidad de destrucción. Pero no lo que de positivo tiene para la vida colectiva y, sobre todo, para sus protagonistas. También en este aspecto la visión de la película es diferente y enriquecedora. Las barricadas que se nos muestran como un elemento agresivo o, en el mejor de los casos, se convierten en una muestra de la capacidad constructiva de la revolución. No responden a un criterio militar, ni siquiera tienen una finalidad estratégica clara. Son consecuencia del deseo de levantar lo nuevo. "En la revolución se necesita levantar algo", sentencia Diego. Entonces se nos aparece el hecho revolucionario no como algo fundamentalmente destructivo, sino todo lo contrario. Porque para quienes la hacen es el momento más intenso de su vida.

De estos planteamientos surge una reflexión sobre el tiempo. Cuestión íntimamente ligada a la historia. El tiempo vital, de hombres y sociedades, es directamente proporcional a la intensidad con el que se vive. Para Diego, como para muchos otros de sus coetáneos, los acontecimientos de la noche del dieciocho al diecinueve de julio fueron los más intensos. Tanto que han condicionado el resto de su vida. No es para menos, porque lo que en aquella madrugada se estaba decidiendo, ni más ni menos, que la vida de un pueblo. En el caso de nuestro protagonista, con quince años, además, vivió el tránsito de niño a adulto. De quien, de vencer, iba a tener el futuro por delante. Porque como le dijo Ricardo Sanz, cuando quiso incorporarse a las milicias, "para morir hay mucha gente", de él, por su edad, sería el porvenir que estaban construyendo.

Diego nos dice algo sobre la revolución española que ningún libro de historia podrá decirnos nunca. Algo que sólo nos lo pueden decir con autoridad quienes la vivieron: que rompieron el tiempo que les había tocado vivir e impusieron otro diferente. Después, con la derrota, se lo quitaron. Pero nadie les podía arrebatar el propio que habían vivido. Ese era suyo y nadie, ni nada, podría robárselo. La utopía había dejado de serlo. Se había concretado. Durara lo que durara, horas, días, semanas, meses o años, había existido. Después el sueño se hizo pesadilla. Vendría la lucha por la vida, en la que lo primero que se perdía era la propia vida. Mundo nuevo que arraigó de tal forma que perduró incluso en la derrota. En los campos de concentración que las autoridades francesas levantaron sobre los arenales de sus costas. Trato del que no se queja porque era el que cabía esperar con unos revolucionarios por parte de las autoridades sucesoras de quienes habían masacrado a decenas de participantes en la Comuna parisina de 1871.

Visión diferente, como el lugar elegido para situar el documental, la bodega a la que suele acudir Diego. Además, la película tiene una duración ajustada. Nada sobra, ni falta. Correctamente realizada, tiene una fotografía que se adecua con las sensaciones que nos trasmite y una original versión de ¡A las barricadas! Da igual que las anécdotas que cuenta el protagonista sean ciertas o no. Son la cáscara que envuelve el fruto prohibido que se nos acerca a nuestros labios: la revolución. Diego lo comió y nos dice cómo sabe. Algo que papá Estado no quiere que sepamos nunca.

José Luis Gutiérrez Molina

2002 Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo l Contacto: fal@cnt.es