Arte
y compromiso. España 1917-1936
Arturo Madrigal
Madrigal,
Arturo: Arte y compromiso. España 1917-1936 (pr. de Jaime Brihuega),
Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2002,
483 págs. Precio: 17,43 euros.
Que
en el año 2002 un señor redacte un libro en torno al «arte
comprometido» sorprende. Parece que hoy no se lleve eso. De compromiso,
qué cosas, los únicos que hablan son los curas que han
desvirtuado su significado con la expresión «compromiso
cristiano». Si además aliñas la ensalada con el
picante vanguardista, enseguida te llaman antiguo. La decadencia marxista
y el empuje globalizador permiten tal incoherencia. Injustificada e
injusta valoración.
Hace treinta
años, la obsesión era la contraria: a quien no hablara
de compromiso se le arrancaba el cráneo como Valle-Inclán
solicita de uno de sus personajes. Quien no metiera en sus estudios
de arte y literatura a Hauser y Blanco Aguinaga no contaba, y también
era de obligado cumplimiento mangonear en Guillermo de Torre hasta trocar
sus vanguardistas en postulantes del marxismo. Como el marxismo ahora
anda de capa caída y los hasta hace poco furibundos leninistas
restañan heridas en el tálamo epicúreo, el asunto
(que tan sectariamente analizaron y utilizaron) ha caído en desuso
y molesta, eso al menos creo, que el tema se trate y sobre todo que
alguien como Madrigal acumule una montonera de nombres comprometidos
con ideologías nada leninistas ¿pero había gente
de esa, pero no eran todos de la Pasionaria y de Rafael Alberti? Los
que ya comenzamos a pintar canas, sobre arte y literatura «comprometidas»
tuvimos que leer mucho y sobre todo oír mucho y en una sola dirección.
¿Compromiso?
¿con quién? ¿con qué? Seguramente ha existido
siempre o no ha existido nunca. Lo novedoso del siglo xx es que surgen
nuevos patrones: hacia 1917 con la conformación de la URSS surge
un patrón interesado en destacar los valores del proletariado,
hacia 1936 con la participación de CNT en el gobierno republicano
surge otro patrón también interesado en ensalzar los valores
proletarios, ¿pero los artistas se comprometen?, ¿se creen
lo que pintan, escriben, dibujan o simplemente se amoldan a los requisitos
del nuevo patrón? ¿Cuando allá por la Edad Media,
el Renacimiento, el Barroco los pintores nos agobian con imágenes
religiosas eran artistas comprometidos con la religión o simplemente
pintaban, dibujaban, escribían para quien les pagaba?
Sería
importante distinguir entre el artista que se cree su «anarquismo,
socialismo, comunismo, republicanismo, anticlericalismo» y el
que se atiene a las nuevas normas que el amo de los dineros impone.
¿Trazar carteles revolucionarios en 1936 en Barcelona es señal
de compromiso o de obediencia temerosa? Te asalta ferviente la duda
cuando hasta bien entrada la República una buena parte de estos
diseñadores tan convulsivamente revolucionarios se había
dedicado al diseño de carteles de lo más oficialista y
comercial. En otros casos, aún hay menos dudas: arribistas que
creen que la guerra de 1936, y antes el oro soviético, les permite
abrirse camino en el siempre
difícil terreno del arte, terreno cómodo para el situado
y extremadamente arduo para el anónimo. En los menos, la mano
acompaña al sentimiento. Madrigal, igual me equivoco, también
tiene sus dudas, se hace la pregunta y por último responde afirmativamente:
sí existió un compromiso político auténtico
en el arte en la España de 1917 a 1936. Ya tenemos libro.
Un libro
hermoso y provechoso, no lo dudéis. Ofrece algunos antecedentes
del arte comprometido: destaca sobre todo a Courbet, Goya, condena el
arte lacrimógeno y la pintura de historias y no lo ve nada claro
en gentes como Sorolla (en mi opinión con ¡Y aún
dicen que el pescado es caro!, el levantino se salva), bucea en el anarquismo
español de fines del xix y comienzos del xx y alumbra a Opisso,
Ose, Casas, Fillol, Cutanda, Domingo, Blay, en los que cree ver un arte
que, además de denunciar los males sociales, incita a los trabajadores
a la lucha contra la opresión. También merodea por el
modernismo bohemio, el novecentismo, el nacionalismo vasco y su arte
y no olvida al dadaísmo. Son sus antecedentes, los de Madrigal,
y como siempre discutibles, yo, no menos discutiblemente, podría
apuntar a un casi olvidado escritor del xix, Quintana, para el que el
arte era adorno del Estado y del poder y, por tanto, de existencia paralela.
Divide
el periodo estudiado en tres fases, que vienen a coincidir con la Dictadura
de Primo, la Segunda República y la Guerra, precedidos del periodo
1917-1923 (ligado dice a la guerra mundial y a la de Marruecos). Enlaza
por tanto política y arte. Fijar el arranque en 1917 no sé
si es una decisión previa del autor o cree justificada la fecha.
Si justificada, quizás hubiera sido más exacto adelantarla
a fines de siglo. Entre 1870 y 1917 corren cincuenta años con
muy importante prensa revolucionaria, y puesto que el autor plantea
su trabajo más a nivel de arte sobre papel impreso (libros, periódicos,
revistas, carteles) que sobre lienzo, no hubiera sido difícil
taladrar el reloj.
Transitan
Salvat-Papasseit, Joaquín Torres-García, Barradas, Ramón
Acín, Castelao, Bagaría, Giménez Caballero, Shum,
Francisco Mateos, Alberto Sánchez, Carlos Maside, Lobo, García
Lamolla, Renau, Lescarboura, Blasco, Helios Gómez, algunas revistas
como La Revista Blanca, Orto, Estudios, Tiempos Nuevos, Tierra y Libertad.
Interesante, y más explicado que en otros lugares, lo referido
a los sindicatos de dibujantes y profesionales liberales en la guerra.
Para el
periodo 1917-1932 destaca la oposición a la guerra («el
negocio de la muerte»), la progresiva entrada en el arte de los
intereses populares, la fuerza de Castelao, Bagaría y Acín
y el compromiso del arte nuevo en la coyuntura sociopolítica
-me parece que Salvat-Papasseit queda un tanto desubicado (¿lo
fue, o no?), que se otorga desmedida cancha a Torres-García si
atendemos a la realidad, y que Barradas necesita mayores precisiones-.
Las referencias a Samblancat y Maurín, esperables; de agradecer
lo referido a Gil Bel, del que se sabía poquísimo y del
que últimamente se está escribiendo bastante para bien
y para mal.
De 1924
a 1931 se ocupa de las relaciones de los intelectuales con la Dictadura,
de la generación del 27, de revistas de avanzada, de la influencia
de la Revolución rusa, de José Díaz Fernández
y su nuevo romanticismo, de Giménez Caballero, del futurismo
de Marinetti, de las revistas anarquistas del periodo (Revista Blanca,
Revista Nueva, Generación Consciente), de García Maroto,
de Acín, de Maside, de Shum, de Francisco Mateos, de Alberto
Sánchez.
La llegada
de la República acarrea un cambio (por otro lado, también
visible en Europa, es la época de las asociaciones de escritores
y artistas). El autor comenta la importante tarea cultural de la República,
actividades como la de La Barraca (asunto ya convertido en un tópico
a mayor gloria de García Lorca), la proliferación de publicaciones
comprometidas de tinte marxista, anarquista y fascista, el nacimiento
de la UEAP y de la AEAR, el influjo del octubre asturiano, las polémicas
en torno al surrealismo, el anticlericalismo, Renau y su Nueva Cultura,
las revistas Orto, El Luchador, Leviatán, Mundo Obrero, Liberación,
Tierra y Libertad, Tiempos Nuevos y sus nóminas de ilustradores
(Bon, Les, Vidal, Cochet, Blasco, Helios Gómez...), la escuela
de Vallecas (Palencia, Alberto Sánchez, Díaz Caneja, Maruja
Mallo), de nuevo Bagaría, Maside y Acín, Francisco Mateos,
García Lamolla, Miguel Prieto, Antonio Rodríguez Luna,
Renau, Lescarboura, Eleuterio Blasco y los para mí, extrañamente,
desconocidos Federico Comps y González Bernal.
En el capítulo
(epílogo) sobre la Guerra Civil destaca la relevancia del cartel
como arte necesario, cuyos antecedentes ve en la Asociación de
Cartelistas fundada en Barcelona en 1931, y lo estudia con detenimiento
en sus tres grandes focos: Madrid, Barcelona y Valencia. A destacar,
muy notables, las páginas dedicadas a Baltasar Lobo.
Que algunos
artistas (Acín, Bagaría, Maside, etc.) sean tratados en
cada uno de los momentos cronológicos, creo que dificulta la
lectura. Tampoco me ha entusiasmado que el periodo bélico aparezca
«a manera de epílogo» (si significa que son unos
apuntes sueltos precisados de mayor información, sí; en
caso contrario, no, ya que la guerra es precisamente el gran crisol
de todo lo anterior).
Ausencias,
algunas las hay. No está por ejemplo la familia Lucarini, todos
anarquistas de pico y pala, y de cincel. Tampoco he leído el
nombre de Ricardo Baroja (quizás para Madrigal no sostiene vela
en este entierro) y muy de pasada el de Díaz Caneja, aunque es
posible que se me hayan pasado por alto, nada extraño en un libro
en el que son centenares los convocados a la celebración (y por
eso se echa de menos un índice alfabético final). ¿Estoy
poniendo pegas? Pocas son posibles, porque leído el libro uno
queda satisfecho, se aprende mucho sobre vanguardias, se aprende mucho
sobre la relación de las vanguardias con el arte comprometido
y, por qué no decirlo, se constata que hubo más anarquismo
en el mundo del arte de lo que nos han enseñado. Sobre el anarquismo
hispano cuelga el sambenito de ser un movimiento con reducidísimo
número de artistas, con libros como el de Madrigal cambias de
opinión. Una cosa es su magrísima presencia en los diccionarios
al uso de celebridades literarias artísticas y otra la realidad.
Una cosa es que los críticos que han fijado los cánones
literarios y artísticos desconozcan totalmente (o casi) la vitalidad
artística de tan peculiar y popular movimiento y otra muy distinta
que esa vitalidad no exista.
Y terminemos.
Sería una indecencia mostrarse reticente con un libro que por
primera vez enumera largas listas de buenos artistas expulsados del
oficialismo burgués y del catecismo estalinista. Y me parece
que ese es el primer escalón para que puedan pasar a la historia
del arte a la altura de otros muchos comprometidos también (en
este caso con la burguesía, el dinero y la dictadura). Y hay
que agradecérselo fervorosamente a Madrigal.
Mar
Díez