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Una civilización al servicio de la técnica

Ellul, Jacques: La edad de la técnica (trad. de Joaquín Sirera Riu y Juan León) Barcelona, Octaedro, 2003 (Límites, 13) 444 págs. Precio: 22,00 euros.

Por regla general, en los análisis que se llevan a cabo sobre el papel que la técnica juega en las sociedades occidentales, se pone el acento en la posibilidad de poner el desarrollo técnico al servicio de la humanidad. Se postula que si la técnica se utilizara de forma diferente, sus resultados serían mucho más provechosos para todos. Se olvida con demasiada frecuencia que el desarrollo técnico está al servicio de un determinado sistema económico y que resulta muy difícil de demostrar –y mucho menos de sugerir de qué forma se podría cambiar el proceso– cómo conseguir que la técnica esté al servicio del ser humano y no al contrario, como ha sucedido hasta ahora. Jacques Ellul, en sus numerosos trabajos, ha demostrado de manera admirable que este optimismo ontológico carece de todo fundamento y que la técnica en nuestra civilización ha conseguido servirse a sí misma, siguiendo sus propias reglas.

Con todo, para aquellos que se muestran interesados por el fenómeno técnico en la sociedad actual, Jacques Ellul no es ningún desconocido. Este profesor francés, de inspiración libertaria, ha dedicado muchos años al estudio de este apasionante tema y ha escrito algunos ensayos sobre el mismo, además de participar en numerosos debates.

Uno de estos ensayos, el que ahora me propongo reseñar, también es bastante conocido, ya que fue publicado por primera vez en España en 1960 (Ellul, Jacques: El siglo xx y la técnica, Barcelona, Labor, 1960, 393 páginas), seis años después de la edición original francesa. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la presente edición se basa en la segunda edición francesa, revisada y ampliada en 1960 (esta segunda edición francesa fue editada en 1990, por la editorial Economica de París). El interés despertado por este trabajo en el momento de su aparición no ha disminuido en absoluto, a pesar de los años transcurridos. Las tesis sustentadas por Ellul siguen manteniendo plenamente su vigencia e incluso se han visto confirmadas en muchos aspectos, especialmente por lo que se refiere a su intento de situar el fenómeno técnico en el lugar que le corresponde.

Efectivamente, el profesor francés, mediante sutiles argumentaciones, intenta separar del concepto de técnica todo aquello con lo que se la ha identificado a fin de encontrar una definición que se adapte de modo preciso a su función real en el mundo de hoy.

Sobre todo rebate la opinión, muy generalizada, que identifica la técnica con la máquina. Aunque aquélla tenga su origen en el maquinismo, hoy «ha adquirido una autonomía casi completa respecto de la máquina, y ésta se queda muy atrás con respecto a su criatura» (Ellul, Jacques: La edad de la técnica, pág. 8).

Para Ellul, la técnica trasciende no sólo la máquina, sino el industrialismo en general, «pues la técnica asume hoy la totalidad de las actividades del hombre y no solamente su actividad productora» (Ibídem). Así la ciencia se encuentra hoy de tal modo imbricada en la técnica que resulta sumamente difícil separarlas, hasta el punto de que aquélla se ha convertido en un medio de ésta, invirtiendo de ese modo la primitiva relación. Y lo mismo puede decirse de las demás actividades humanas, porque una de las características básicas de la técnica es su eficacia en la búsqueda de soluciones.

Esta serie de consideraciones lleva al autor a definir el fenómeno técnico como «la preocupación de la inmensa mayoría de los hombres de nuestro tiempo que buscan en todas las actividades el método absolutamente más eficaz» (pág. 26).

Con este bagaje conceptual, Ellul lleva a cabo un análisis del desarrollo técnico y su inserción en una determinada sociedad histórica, para concluir que los caracteres de la relación entre técnica, sociedad e individuo, más o menos comunes a todas las civilizaciones anteriores al siglo xviii, han desaparecido en el mundo moderno.

Pero ¿cuáles son estos caracteres nuevos que hacen de nuestra civilización una civilización eminentemente técnica? Además de la racionalidad y la artificialidad, en los que el autor apenas se detiene por su evidencia, subraya de manera precisa el automatismo, la indivisibilidad, el universalismo y la autonomía.

De todos estos caracteres, que el autor desarrolla ampliamente, en mi opinión el más significativo es el que se refiere a la autonomía de la técnica, porque es el más arriesgado, ya que supone el cuestionamiento global de nuestra civilización, pero sobre todo porque pone en cuestión al ser humano al hacerlo completamente dependiente de la técnica y por tanto prescindible. En efecto, para Ellul la autonomía es la condición misma de la técnica, y lo ejemplifica con la organización policial, afirmando que la policía para ser eficaz debe ser independiente, es decir, una organización cerrada y autónoma, de modo que pueda emplear, en un momento determinado, los medios más rápidos y eficaces, sin verse obstaculizada por valoraciones ajenas a ella. Lógicamente, esta autonomía también debe serlo con respecto a la ley, ya que si se consigue ser eficaz, poco importa que se haga respetando o no la legalidad, porque «las reglas a que obedece la organización técnica no son las de lo justo y lo injusto, sino, simplemente, “leyes”, en sentido puramente técnico» (págs. 137-138).

Aceptar este presupuesto es entrar en un mundo ya totalmente deshumanizado donde las únicas reglas válidas son las que rigen la técnica, es decir, aquellas que conducen a ser lo más eficaz posible, y en el cual la única realidad es la que la propia técnica impone: «En la medida en que la técnica es precisamente un medio que debe obtener matemáticamente su resultado, tiene por objetivo eliminar toda la variabilidad y la elasticidad humanas. Es un tópico afirmar que la máquina reemplaza al hombre, pero en realidad lo reemplaza mucho más de lo que se cree» (pág. 140).

La última parte del libro –la más extensa– está dedicada al análisis del impacto de la técnica en los distintos ámbitos de la actividad humana, pero especialmente el autor se detiene de manera particular en las técnicas del hombre, analizando minuciosamente como éste se ve transformado por ellas, hasta el punto de llegar a la conclusión de que «se trata de un nuevo despedazamiento del ser humano, una reconstrucción global para que, al fin, el hombre pueda convertirse en el objetivo (pero también totalmente en el
objeto) de las técnicas. Completamente cifrado, excluido lo que no pueda serlo, es un objeto digno de los medios fabricados por él. Pero al mismo tiempo es despojado de lo que, hasta el presente, constituía lo esencial del hombre. Se convierte en pura apariencia, ensamblaje de formas, exclusiva exterioridad: sombra en un medio terriblemente concreto, pero sombra provista de los signos soberanos del Júpiter tonante» (pág. 434).

Quizá sorprenda el hecho de que Ellul no dedique un apartado específico a tratar temas relacionados con la técnica que suelen despertar un gran interés, como por ejemplo la contraposición dialéctica entre las ventajas e inconvenientes de la misma o la elaboración de juicios éticos o estéticos a su respecto. Sin embargo, el propio autor nos advierte de que «nadie puede hacer el balance efectivo y detallado de la totalidad de los efectos debido al conjunto de las técnicas» (p. 5), especialmente si tenemos en cuenta el encadenamiento de las técnicas que hacen cada vez más complejo el proceso de producción, pero sobre todo la organización de la misma, todo lo cual exige una colonización cada vez mayor de la técnica en todos los ámbitos de actividad del ser humano.
Sin duda nos encontramos ante un análisis del fenómeno técnico desde un enfoque muy original que recoge las aportaciones de los estudiosos del tema, como Mumford, Rubinstein y otros, pero tratando de soslayar los escollos con los que, en su opinión, éstos se tropezaron. Para ello debe colocar a la técnica en el centro de su atención y profundizar en ella obviando consideraciones que nada tiene que ver con la misma. Esto le conduce a formular juicios que seguramente dejarán perplejo al lector, pero que, sin embargo, son muy coherentes con su línea de investigación. El más espectacular lo encontramos en su afirmación de que «es vano hablar mal del capitalismo: no es él quien crea este mundo, sino la máquina. Las penosas y forzadas demostraciones para probar lo contrario han hecho desaparecer esta evidencia bajo toneladas de papel impreso, sin embargo, honestamente, y si no se quiere hacer demagogia es necesario señalar al responsable» (pág. 9).

Ciertamente la técnica crea su propia dinámica de desarrollo y también se rige por su propia moral que nada tiene que ver con la ética del ser humano, sino con la suya propia, es decir, la eficacia. Esto lo podemos comprobar constantemente en nuestra propia vida cotidiana, especialmente en lo que se refiere a las técnicas del Estado. En efecto, tal como señala Ellul, «una determinada técnica debe ser empleada tal y como es, aunque sean divergentes las opiniones de los ministros sucesivos», y esto «explica el hecho, frecuentemente señalado, de que los ministros socialistas que llegan al poder hace, poco más o menos, en todos los países, lo mismo que todos sus predecesores no socialistas. Ello nada tiene que ver con supuestas traiciones al marxismo o con la debilidad de carácter, sino con el peso de las técnicas» (pág. 272).

La bibliografía que acompaña al texto se basa únicamente en el aparato crítico usado por el autor para llevar a cabo su trabajo y por tanto –ya lo señala el propio autor– no pretende ser exhaustiva.

Paco Madrid


2004 Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo l Contacto: fal@cnt.es