Restos
del viaje de Errico Malatesta a la Patagonia (y II)
A
Margareth Rago, a quien le gustó esta historia
La
fiebre
A
veces, la geografía gasta bromas pesadas a los estadistas: el
oro del Yukon se halla a escasos kilómetros de Alaska, territorio
norteamericano. Pero siempre hay compensación para los ricos:
décadas después se descubrió oro negro en Alaska.
Y antes aun, los rusos se habían alzado con la carne de la ballena
y con las pieles de los grandes roedores y cérvidos. En cambio,
al populacho, a los juntapuchos, a los parias y al proletariado sólo
les resta recurrir a la apuesta y a la ilusión. No pocas veces
ello acaba en desvarío: el oro y la fiebre son siameses inescindibles.
La quimera del oro, película del comunista Charles Chaplin sobre
el rush del oro del Yukon, y el libro del anarquista B. Traven (Rett
Marut) El tesoro de la Sierra Madre, del cual John Houston dirigió
su versión, son dos indagaciones desoladoras sobre las consecuencias
que trae aparejada esa droga en polvo. Muchos de lo que peregrinaron
al Yukon murieron de hambre durante la travesía hacia el norte
helado, y los que allí se quedaron debieron retornar al antiguo
oficio de la caza y el comercio de pieles. En la Patagonia el oro apenas
alcanzaba para sobrevivir y extraerlo costaba un trabajo extenuante.
Pero incluso el oro encontrado en las zonas auríferas es «oro
de tontos», pues en la historia centenaria de las fiebres del
oro muy pocos se hicieron verdaderamente ricos. La mayoría sólo
encontraba las pepitas suficientes para subsistir ociosos por unos días,
para luego volver a trajinar las aguas del río. En el único
lugar de la Patagonia donde se encontró oro a raudales fue en
la isla de Tierra del Fuego.
De allí, en la década de los 80, el extravagante rumano
Julius Popper extraerá una buena cantidad, dispondrá de
un ejército, emitirá moneda y estampilla hasta que su
muerte prematura le evitaría las escaramuzas de rigor con el
gobierno argentino. En Santa Cruz el único filón seguro
crece en el ganado ovino. Pero el vellocino no es de oro.
Y sin embargo,
y a fin de cuentas, en los hornos de pan la masa de harina se vuelve
dorada.
En
la letra de molde
Cada una
de las expediciones tuvo su cronista. Al general Roca le corresponde
toda la historia oficial, y en particular los partes de guerra de la
campaña militar enviados a Buenos Aires. Su partido político
dispondrá de un periódico, La Tribuna. Al día de
hoy, el nombre de Roca se repite en todas las bocacalles de una de las
más importante diagonales de la ciudad de Buenos Aires, y su
rostro ilustra el billete de 100 pesos, la más alta denominación
monetaria argentina. No debería sorprender: la toponimia del
territorio tanto como la estatuaria urbana y la efigie gráfica
obligatoria son privilegios de los Estados. Pero la monetaria, al menos,
será, sin dudas, una gloria efímera: en Argentina la inflación
suele devorar el valor de la moneda con mucha celeridad.
Malatesta
dejó un breve testimonio1 y más tarde su biógrafo,
Luigi Fabbri, contará la aventura aurífera en un capítulo
de su biografía del revolucionario italiano2. El Rey Orllie Antoine
I se vio obligado a ser su propio notario de actas, engrandeciendo los
hechos de su fiasco imperial en francés y en un libro titulado
Orllie Antoine I, roi d’Araucanie et de Patagonie. Son avènementau
trône. Relation ècrite par lui même (3). Cincuenta
años más tarde, el estanciero Armando Braun Menéndez
sería el primero en ocuparse de recuperar y ajustar la historia
esperpéntica del Rey, y alguien filmaría una película4.
En el tiempo transcurrido entre su primer retorno obligado a Francia
y su segundo viaje a Patagonia, Orllie Antoine publicó intermitentemente
un periódico en Marsella destinado a defender su causa, La Corona
de Acero, que resultaba ser una especie de boletín oficial de
un reino inexistente. Lewis Jones, en galés, escribió
la historia de los colonos, Una Nueva Gales en América del Sur,
traducida al castellano recién en la década de 1960. Pero
antes fundaría el periódico I Dravod (La Verdad), editado
en lengua galesa en el Chubut, crónica diaria de la experiencia
de los colonos.
Cuando
las biografías, los periódicos facciosos y los testimonios
ya han sido olvidados, todavía subsisten estas leyendas en otros
estilos y formatos. Se sabe que en las mesas de los bares circula un
anecdotario curioso sobre personajes y eventos apenas conocidos. Todo
eso acaba en un «sociales del rumor» aunque, a veces, se
transforma también en papilla literaria, materia prima de escritores.
Roberto Arlt debió de haber escuchado la historia del fracaso
de la expedición de Malatesta en algún bar porteño.
Son conocidas sus simpatías por el acratismo. Malatesta, que
en su madurez sería conocido como el «Lenin de Italia»,
nunca se enteró de que su anécdota biográfica sería
integrada en la novela Los siete locos, transmutada bajo la forma de
un personaje que se propone financiar la revolución mundial con
una cadena de prostíbulos.
Tragedia
En 1921
la Patagonia sería el escenario de uno de los dramas más
conocidos de la historia anarquista. Ese episodio trágico le
garantizó a la región su ingreso en el atlas histórico
de la revolución. En aquellas huelgas y revueltas sucedidas en
el Territorio de Santa Cruz morirían más de mil trabajadores.
Pero la Patagonia atrae la imaginación libertaria incluso hasta
el día de hoy. Osvaldo Bayer, cronista de aquellas gestas anarquistas
de 1920 y 1921 (5), reclamó en 1996 la independencia de Patagonia
(6), propuesta por la que se ganó la animadversión del
Senado Nacional, donde fue amenazado con ser declarado persona non grata.
Pero bien pensado, es inevitable que encontremos anarquistas en todos
los arrestos febriles de la historia. En la Fiebre del Oro los había.
La tierra prometida es siempre Terra Nova, pero los adelantados que
allí llegan pronto descubren que su paso ha ido demasiado rápido
y los ha llevado demasiado lejos y que ya es tarde como para volver
sobre sus pasos. Irónicamente, los anarquistas, cuando todavía
eran peligrosos, solían acabar en el presidio de Usuahia, institución
que malafamó a Tierra del Fuego con el mote siniestro de La Siberia
Argentina, la Isla del Diablo fría (7).
Secuelas
El 2 de
abril de 1982 el ejército argentino inició abruptamente
la conquista de la única porción de suelo patagónico
que cien años antes había quedado fuera de sus posibilidades.
Apenas comenzada la Guerra de Malvinas, la colectividad galesa del Chubut
tomó inmediato partido por la causa argentina. No fueron las
tres generaciones nacidas en la Patagonia las únicas causas que
motivaron esa preferencia política y subjetiva. Los galeses aún
recordaban la antigua opresión de Gales a manos de los ingleses,
que incluso llegaron a prohibir el uso público de los nombres
propios escritos en galés, condición que sólo recuperaron
al pisar tierra argentina. A su vez, los escasos grupos anarquistas
locales se constituyeron en uno de los poquísimos grupos del
arco de la izquierda en manifestarse en contra de la guerra. Por ese
tiempo, en el mismo momento en que la armada inglesa navegaba hacia
el Atlántico sur, un pequeño buque se deslizó por
el Canal de la Mancha en dirección a las Islas del Canal, bajo
soberanía inglesa. Por la madrugada, el heredero actual del Reino
de Araucanía y Patagonia, junto a un breve séquito, plantó
la bandera del Reino en la playa de la Isla Guernsy. El rey en el exilio
francés había decidido protestar contra el intento inglés
de invadir sus Illes Malouinas, a las cuales consideraba un apéndice
insular de su enorme aunque prohibido imperio.
Mucho
antes, el 10 de mayo de 1886 el Presidente Julio Argentino Roca se dirigió
caminando, junto a todos sus ministros y seguidos por la escolta militar,
hacia el Congreso de la Nación. Poco antes de entregar el mando
a su concuñado Miguel Juárez Celman, se encaminaba a inaugurar
el XXVI periodo de sesiones del Parlamento Argentino. Allí dirigiría
el cíclico y tradicional mensaje al país. Por entonces
el Congreso funcionaba en una mansión que había pertenecido
a la familia Balcarce y que luego sería la sede del Banco Hipotecario
Nacional. Eran la tres de la tarde. En ese momento un anarquista llamado,
paradójicamente, Ignacio Monjes, salió de la multitud
y se abalanzó sobre Roca, asestándole un golpe en la cara
con una piedra. Mientras Roca cae al suelo, Carlos Pellegrini, su ministro
de guerra y futuro presidente, derriba al atacante. La herida era leve,
y ya en el Congreso el ministro de salud, Eduardo Wilde, le practicó
las primeras curaciones, y le vendó la herida. A pesar del desaliño
ceremonial, Roca dirigió su mensaje al país. La escena
fue inmortalizada en un cuadro que hasta el día de hoy puede
contemplarse en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso.
Ignacio Monjes pasaría diez años de su vida en la cárcel.
Sesenta años después, Laureano Riera Díaz, último
dirigente anarquista del Sindicato de Panaderos, una vez perdida la
conducción del gremio, viajó con varios compañeros
de ideas hacia Barcelona. Era el año 1936 y en Cataluña
no sólo los panaderos eran anarquistas; la ciudad entera estaba
ornamentada de banderas rojinegras.
Gastronomía
Quienes
se internan en territorio desconocido han de sobrellevar aún
una prueba más, y una de las más básicas: la prueba
del hambre. Demasiadas veces comer y sobrevivir se vuelven verbos homónimos.
La comida, salvo en el caso del ejército organizado de Roca,
no la tenían garantizada ni los pioneros, ni el rey sin corona,
ni los tres anarquistas. De cada una de las cuatro expediciones a la
Patagonia cabe destacar su deriva gastronómica, que al fin y
al cabo sería la única duradera. De antiguos imperios
y de lenguajes que alguna vez se hablaron en enormes extensiones hoy
sólo restan sus ruinas y sus ininteligibles escrituras.
Y sin embargo, sus costumbres culinarias sobrevivieron en posteriores
reorganizaciones geopolíticas y en la población que mientras
tanto pudo haber cambiado sus dioses, sus tecnologías y su alfabeto.
La relación entre una cultura gastronómica y el territorio
donde ella se despliega viene determinada por la cuota de animales y
vegetales que en el momento de la creación les fuera otorgada
en suerte. También de la benignidad del clima y de la voluntad
de aprendizaje y cambio de un pueblo. Pero quienes están en marcha
dependen de sus provisiones, de la bondad de los extraños, y
de la suerte.
Indudablemente,
los colonos galeses vivieron de lo que en Chubut sembraron y cosecharon,
y sin duda también, Orllie Antoine y los anarquistas debieron
verse obligados, en algún momento de su travesía, a recurrir
a la caza y la pesca, y han de haber saciado el hambre con un bife de
guanaco o con una porción de «picana» de avestruz8.
Sin embargo, todos ellos innovaron en materia de gastronomía.
Artemio Gramajo, edecán de campaña del General Roca en
su incursión a la Patagonia, le inventó a su jefe el único
plato aceptado actualmente en los más finos restaurantes parisinos
como auténticamente argentino: el Revuelto Gramajo, bautizado
a partir de su apellido. Mientras los soldados se veían obligados
a masticar su ración diaria de charqui, esa carne seca con que
se nutría a la soldadesca, Roca se relamía, dentro de
lo que las circunstancias permitían, ante un plato superior.
El revuelto gramajo, mezcla de papas fritas, huevo, cebolla, ajo, jamón,
arvejas y especias es, hasta el día de hoy, un plato gustosamente
aceptado por los niños y adolescentes argentinos.
La colonia galesa del Chubut transmite aún a la siguiente generación
la receta de la Torta Galesa. Originalmente vinculada a la fiesta de
casamiento, la torta galesa, de consistencia dura y orlada interiormente
de frutas secas, es una de las típicas ofrendas turísticas
de la región. Cuando una pareja galesa se unía en matrimonio,
probaban apenas un trozo pequeño de la torta y guardaban el resto
en una lata cerrada herméticamente, que era nuevamente abierta
en los siguientes aniversarios a modo de prueba confirmatoria de la
fortaleza y duración del vínculo amoroso. Es una dieta
posible para enamorados, pero decididamente insuficiente para un rey.
Gustave Laviarde D’Alsena era el nombre de uno de los lugartenientes
de Orllie Antoine I, y primo suyo en segundo grado.
Había sido designado como sucesor, y a la muerte del fundador
de la dinastía, asumió el cetro adoptando el nombre de
Aquiles I. Ya antes se arrogaba otros títulos nobiliarios que
le había conferido el Rey de la Patagonia, el de Príncipe
de los Aucas y Duque de Kialeú. A pesar de que otorgaba, y a
granel, títulos nobiliarios de su imposible reino de ultramar,
Aquiles I jamás salió de París. En su «destierro»
parisino, alejado de las riquezas explotables de su reino, y mientras
denunciaba continuamente la usurpación de sus territorios a manos
de los gobiernos de Chile y Argentina, el nuevo monarca se vio obligado
a terminar sus días como comensal a sueldo de Le Chat Noir, cabaret
de moda de París en la década de 1890, donde oficiaba
a modo de oso carolina, es decir, de número «sensacional»
para los clientes. Cuando murió, en 1902, ya llevaba un cuarto
de siglo reinando sobre un mapa que sólo una secta consultaba,
en cuyo centro estaba marcada Mapú, la aldea indígena
que había sido elegida como ciudad capital por su predecesor.
En 1889
Errico Malatesta abandona la Argentina, dejando atrás el combativo
sindicato que él había ayudado a organizar, el de Panaderos.
Además de pan, en los locales de panadería argentinos
despachan también la repostería matinal que más
habitualmente desayunan los porteños, las «facturas»,
de gusto dulce y horneadas a partir de una mezcla de harina, levadura
y manteca. Algunas de ellas son de origen europeo, pero en Argentina
adquirieron formas singulares y apodos sugerentemente blasfemos. Quizás
la más conocida de ellas, la «media luna», permita
entender el sentido sarcástico de esos nombres. Cuando en 1529
Viena fue sitiada por largos meses por los ejércitos turcos,
los reposteros locales, a fin de animar el alicaído ánimo
de la población, tomaron el emblema de los sitiadores, la media
luna musulmana que flameaba en las banderolas del campamento enemigo,
y las moldearon en sus hornos de pan. Luego, el populacho se asomaba
a las murallas de la ciudad y se mostraba ante los irritados soldados
turcos masticando su símbolo sagrado. Blasfemia y gastronomía.
A su vez, estas muestras de repostería argentina llevan por nombre
«cañones», «bombas», «vigilantes»,
«bolas de fraile», «suspiros de monja» y «sacramentos»,
para escarnio del ejército, la policía y la iglesia respectivamente.
¿Habrá existido una secreta conspiración de los
oficiales panaderos de ideas anarquistas para dar nombres blasfemos
a las facturas? Cabe conjeturarlo: el vínculo entre palabra y
comida parece haber sido suturado con hilo de coser ideológico.
El sindicato de panaderos fue conducido por dirigentes anarquistas por
varias décadas.
Los usos
gastronómicos que dejaron las cuatro expediciones fueron resultado
de la nostalgia (la Tarta Galesa), del fracaso (la viandada semanal
en Le Chat Noir), de la urgencia (el Revuelto Gramajo) y de la voluntad
de protesta (las Facturas). Ahora ha pasado el tiempo, y los habitantes
de Buenos Aires de la actualidad ya no reconocen en los nombres de la
repostería que suelen degustar por las mañanas su retintín
inquietante, pues rara vez pensamos el vínculo entre nombre y
forma, entre palabra y cosa, menos aún la relación entre
origen político-lingüístico y costumbre gastronómica.
Las palabras suelen osificarse en el uso cotidiano, y lo que en un tiempo
fue escándalo, hoy es rutina. Por su parte, el anarquismo argentino
ha quedado angostado a un mínimo caudal político, y su
audibilidad política es muy escasa. Y sin embargo, cada vez que
mordemos una factura, el crujido de lo que en otros tiempos fuera sarcasmo
sedicioso popular resuena entre los dientes.
Christian
Ferrer
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Notas
1 Fue publicado
a modo de prólogo del libro de Max Nettlau: Errico Malatesta.
La vida de un anarquista, Buenos Aires, La Protesta, 1923.
2 Malatesta,
Buenos Aires, 1954.
3 Publicado
en París en 1863. Antes de morir volvería a intentar un
alegato a favor de su reino, Araucanie, publicado en Burdeos en 1878.
4 El reino
de Araucanía y Patagonia, Buenos Aires, EMECE, 1936 (Buen Aire).
Es curioso que Braun Menéndez, miembro de una de las tres familias
más ricas de la Patagonia, contara la historia del rey menesteroso.
La película se llamó La película del rey, estrenada
en 1986, y dirigida por Carlos Sorín, con guión propio
y de Jorge Goldemberg.
5 La Patagonia
rebelde, 4 v. (ed. rev. y aum.), Buenos Aires, Planeta, 1982-2000. La
edición original se llamó Los vengadores de la Patagonia
trágica, editados en tres volúmenes por la editorial Galerna,
en Buenos Aires, 1974-1975, y cuyo cuarto y último volumen fue
editado, ya en el exilio de Bayer, en Alemania, en 1978. Del libro se
hizo una versión fílmica en 1974, que sería prohibida
por aquellos años: La Patagonia rebelde, dirigida por Héctor
Olivera, con guión de Bayer y Olivera.
6 En una
entrevista realizada en la efímera sección «Patagonia»
del diario Página/12.
7 El presidio
estuvo en funciones hasta fines de los años 50. El anarquista
más famoso que estuvo confinado allí fue Simón
Radowitzky, quien había ajusticiado al Jefe de Policía
Coronel Ramón Falcón, y quien sería protagonista
de dos fugas frustradas. Muchos otros permanecieron años en el
lugar. Pero también estaba un preso enloquecido conocido como
El Rey de las Finanzas, quien realizaba rocambolescas e imaginarias
especulaciones financieras que le hacían afluir a la celda millones
de dólares todos los días para diversión de los
turistas ocasionales. La historia del via crucis de Radowitzky fue contada
por Osvaldo Bayer en su libro Los anarquistas expropiadores, Buenos
Aires, Galerna, 1975. Y la historia de la planificación de las
dos fugas de Radowitzky, a cargo de Juan Arcángel Roscigna, ha
sido llevada recientemente al cine, en el Uruguay, en un documental
titulado Ácratas.
8 Son dos
platos tradicionales de la región patagónica, aunque la
caza del guanaco, camélido sudamericano, y del avestruz, con
cuyo pecho se confecciona la «picana», están actualmente
prohibidas.