La
huelga de los 100 días
Historia de la lucha social olvidada en la Transición
desconocida
CRosón
Ordóñez, César Alberto: La huelga de la construcción
asturiana en la Transición española, Madrid, Fundación
de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2003, 536 págs. Precio:
24 euros
Amigo
lector: seguro sabe usted que, tras la muerte del dictador Franco, un
proceso denominado La Transición Política Española
transformó el gobierno dictatorial, impuesto por los vencedores
de la guerra civil, en una monarquía democrática. La versión
oficial lo convierte en una reforma política ejemplar, fruto
de la voluntad y determinación de unos pocos prohombres del momento;
destacándose con insistencia el papel representado por el rey
Juan Carlos, hasta convertirle en centro rector de toda la operación.
Mas si
uno busca algo de verdad en lo ocurrido durante ese periodo de nuestra
historia reciente, encuentra que una versión oficial tan interesada
carece del más mínimo rigor, pues explica los hechos como
si de un cuento oriental se tratara, donde un gran rey, coronado por
un tirano genocida de su propio pueblo, despierta una mañana
seducido por un revelador sueño democrático y, presto,
convoca a los políticos para instaurar la democracia en su reino.
El libro
que aquí presentamos, sin pretender erigirse en la verdad alternativa,
nos descubre la trama del engaño, permitiéndonos revivir,
a través de sus páginas, un episodio crucial para la configuración
de la España que hoy padecemos. Centrado en la dura huelga que
los trabajadores de la construcción ganaron en Asturias, en la
primavera de 1977, de las hojas del libro brota la lucha social que
cercaba al régimen postfranquista, y que provocó una rápida
intervención de fuerzas políticas, económicas y
sociales de distinto signo, tanto nacionales como internacionales, para
rescatar al capitalismo español de tal asedio. La lucha socio-laboral
recobra su protagonismo olvidado, como una de las claves esenciales
de la Transición, por más que el poder pretenda erradicarla
de la memoria colectiva de su pueblo. Así reproduce una de sus
páginas declaraciones de Fraga Iribarne al diario Le Monde en
marzo de 1976, refiriéndose a tal lucha: «Lo que sucedía
entonces en la calle, en las fábricas ocupadas, en las iglesias,
era algo más que una agitación obrera. Todo el mundo reconoce
hoy que se trataba de una acción típicamente
revolucionaria.»
Mediante
una rigurosa y sistemática labor de investigación, siempre
contrastada, el autor, cual genial demiurgo, devuelve la vida al pasado
para que auténticas personas, en vez de personajes, reconstruyan
su devenir. Son trabajadores, hábiles constructores de otras
obras, quienes aquí se convierten en hacedores de la historia,
culminando su huelga con la victoria, en un memorable ejercicio de autogestión
y acción directa. El autor, como uno más de ellos, se
limita en la narración a animar y coordinar relatos, documentos
y recuerdos revividos; igual que animaba y coordinaba desde las asambleas
y desde los comités la lucha que nos relata. Merced a este ingenioso
proceder, el libro se convierte en una máquina del tiempo capaz
de volvernos al pasado, e incluso, si nos lo proponemos, de corregir
sus errores.
Escribimos,
pues, acerca de una historia de abajo, surgida del corazón mismo
de un pueblo rebelde, puesto en pie para defender su dignidad. Un relato
donde es la propia vida que bulle en las calles la que lo narra, donde
son los hechos que ocurren en lugares concretos los que lo cuentan.
Un relato que la alegría de la gente unida en la lucha grita,
invitándonos a desaparecer, perdidos entre las páginas
del libro, para sumarnos y participar de nuevo en sus vibrantes asambleas.
Gozamos aquí de una historia libre de la perversión agradecida
que impregna los textos oficiales, tan relumbrantes hoy en los lupanares
culturales del Poder.
Además
de la huelga en cuestión, el año 1977 fue prolijo en acontecimientos
históricos cruciales para nuestro porvenir: legalización
del PCE y de los sindicatos; primeras elecciones democráticas;
Pactos de la Moncloa... Todos resultan bien ensamblados en el libro,
con su espacio preciso y su justa importancia. En otro alarde excelente
de rigor y análisis histórico, el autor casa a la perfección
las piezas de su inventario, interrelacionando con naturalidad lo transcendente
y lo anecdótico; lo particular y lo general; lo local y lo nacional
e internacional. Ello nos permite, tanto rescatar la memoria histórica
de esa época, tan necesaria para avivar el movimiento obrero
actual, como entenderla e interpretarla correctamente.
En este
sentido, la huelga de la construcción asturiana, entroncada con
la corriente autónoma y autogestionaria que caracterizó
la lucha contra el capitalismo franquista, es ya un hito importante,
aunque modesto, en el movimiento obrero. Quebró en su momento
las bases del Pacto Social (entreguismo de la izquierda) que sostiene
la transición política pasada y la democracia presente,
y puede ser hoy modelo de lucha en nuestro afán por emanciparnos
del trabajo, de la opresión política, y de la explotación
capitalista.
Autonomía
frente a dependencia de partidos políticos; autoorganización
contra dirigismo, son signos visibles de la oposición dialéctica
entre sindicalismo revolucionario y sindicalismo institucional presente
a lo largo de toda la Huelga, y que resume en las páginas del
libro, el propio presidente de la patronal asturiana, y diputado, Rubio
Sañudo: «[...] queremos negociar con las centrales sindicales
más conscientes como son USO, UGT y Comisiones Obreras. Estas
centrales defienden el puesto de trabajo y por tanto es posible llegar
a un acuerdo con ellas. Son las otras centrales las que propugnan la
revolución, o el anarcosindicalismo, las que intentan establecer
unos sueldos que las empresas no pueden pagar [...]»
Y al igual
que en las grandes obras de ficción, liberados los actores y
el propio relato de la tutela del autor, este libro no puede ofrecer
conclusiones por sí mismo. A cambio, nos proporciona argumentos
y razonamiento para disfrutar ejercitando nuestra propia lógica
deductiva. Una de las muchas deducciones posibles nos lleva a una conclusión
elemental apenas finalizada su lectura: Mientras un movimiento popular
se desarrolla autónomo y autoorganizado genera una fuerza vital
incontrolable para el poder establecido, tanto en funciones de gobierno
como en la oposición; y esa vitalidad conforma los únicos
momentos de la historia en que la humanidad prospera de verdad a través
de la libertad y la justicia. Así es en todas las grandes gestas
de los pueblos.
Advertimos
que el libro presentado «no es una obra concebida como un lujo
cultural por los neutrales» (G. Celaya). Nada hay más malintencionado,
además de imposible, en una creación personal que pretender
la objetividad. Siendo el autor a la vez uno de los huelguistas más
comprometidos, parece lógico que «tome partido hasta mancharse».
Pero no buscando la obra currículo, fama, ni dinero, será
un compromiso solo con la autenticidad del relato; pues el libro es,
ni más ni menos, un servicio a la causa genérica del movimiento
obrero, un deber moral –en palabras del autor– dictado por
su formación y conciencia anarquista que le condena, por ello,
a él y a su obra, a erigirse en paladín de la Verdad.
Sirva esta
reseña de homenaje al encomiable trabajo histórico que
mi entrañable amigo Rosón realizó en torno a una
huelga vivida por ambos en primera línea. Un relato que nos brinda
un reencuentro enamorado con el pasado reciente de un orgulloso movimiento
obrero en plena rebeldía, y aún vivo, al menos en nuestro
recuerdo.
José
Ramón Palacios