La
CNT durante el franquismo
Carta de Heleno Saña a Ángel Herrerín con motivo del
libro de este último publicado por la editorial Siglo XXI
Darmstadt,
9 de noviembre de 2004
Muy señor
mío:
Hace algunas
semanas adquirí en Madrid su libro La CNT durante el franquismo.
De regreso a Alemania y tras su lectura me permito dirigirle esta carta
para darle a conocer la impresión que he sacado de su obra.
El trabajo
realizado por Vd. está profusamente documentado y abunda en fuentes
y datos de primera mano, pero lejos de contener nada realmente nuevo,
no hace más que replantear, reactualizar y en el mejor de los
casos ampliar discusiones abordadas hace decenios por la historiografía
ácrata y no ácrata, y ello empezando ya por el espectro
temático al que Vd. dedica más atención: la vieja
pugna entre faístas y no faístas. Por mucho que Vd. sea
Premio de Fin de Carrera y Extraordinario de Doctorado y por mucho que
se imagine descubrir no sé qué Mediterráneos investigacionales,
su libro constituye
en realidad un reprise o déjà-vu compuesto, en conjunto,
de lugares comunes tan sobados como archisabidos. En todo caso, el lector
mínimamente familiarizado con la historia de la Confederación
no necesitaba esperar al Año de Gracia de 2004 y a su ilustre
persona para estar al corriente de lo que ocurrió a la militancia
libertaria durante la dictadura franquista. De ahí que la nota
de la contraportada afirmando que las vicisitudes sufridas por el anarcosindicalismo
«no han obtenido respuesta hasta el momento» carece de todo
fundamento y no pasa de ser pura y vulgar apologética publicitaria,
al margen de que implícitamente significa la infravaloración
de los cientos y miles de investigadores e historiadores ácratas
y no ácratas que con más experiencia y conocimientos que
Vd. han intentado, con mejor o peor fortuna, aportar luz a la complejísima
problemática libertaria.
Su libro
es, sin duda, una obra científica, pero, a la vez, un panfleto.
Sólo así se explican los ataques demoledores que Vd. dirige
a la CNT y el cuadro sombrío que traza Vd. de ella, y cuya intencionalidad
de fondo no es otra que la de desprestigiar al Movimiento Libertario
en general y a la Federación Anarquista Ibérica en particular,
y ello en contradicción abierta con las «horas maravillosas»
que, según Vd., pasó con los militantes libertarios que
le abrieron las puertas y le otorgaron su confianza. Con razón
o sin ella, yo le veo a Vd. como un submarino navegando con bandera
falsa por aguas libertarias y disparando, a escondidas o aflorando a
la superficie,sus
baterías contra la CNT-FAI.
Para saber
por dónde andan los tiros y percatarse de los motivos de fondo
que le han guiado a Vd., basta con prestar atención a las lecciones
que Vd. pretende dar al Movimiento Libertario en materia de comunismo
vg. de anticomunismo. En diversos pasajes censura Vd. a la CNT por su
oposición al comunismo; en el contexto de la desviación
cincopuntista descrita por Vd. con pelos y señales, se permite
incluso afirmar que en vez de pactar con las jerarquías del régimen
como hicieron los cincopuntistas, la CNT hubiera debido
imitar la táctica del doble juego (de origen leninista) practicada
por Comisiones Obreras, esto es, por una organización que sin
ser totalmente comunista, pasó a convertirse muy pronto en el
instrumento del Partido Comunista dentro del sindicalismo vertical.
En contra de lo que Vd. afirma, la oposición
de la CNT al comunismo no era en modo alguno el producto de un pasado
ya superado, sino que seguía siendo tan actual como en los tiempos
del estalinismo, ya por el sólo hecho de que en el momento en
que los militantes anarcosindicalistas luchaban contra el régimen
franquista, los órganos, tribunas y publicaciones del PCE seguían
identificándose con la dictadura soviética, de la que,
además, recibían toda clase de apoyo material y moral.
De esta estrecha convergencia formaba parte también la difamación
sistemática de la CNT por parte del PCE y sus numerosos fellow
travelers dentro y fuera de nuestro país. Reconciliarse o pactar
con el comunismo hubiera significado para la CNT la renuncia absoluta
a sus ideales libertarios. El anticomunismo de la CNT no era, por todo
ello, un «fantasma», como Vd. afirma (p. 421), sino una
realidad tan rotunda como durante la guerra civil o en la fase de los
crímenes estalinianos y después. Por los mismos motivos
no tiene Vd. derecho alguno en afirmar (p. 353) que el anticomunismo
«envenenó» a buena parte de las fuerzas opositoras
al régimen de Franco. Ese supuesto veneno era, al contrario,
el antídoto lógico ante una ideología que traicionando
sus mismos orígenes marxistas, se convirtió muy pronto
en una máquina permanente de terror. Sólo alguien adscrito
a esta ideología puede afirmar, sin ruborizarse, que la lucha
de la CNT contra los comunistas la llevó a «cometer errores
importantes» para su devenir. Invirtiendo los términos
yo podría preguntarle qué piensa Vd. de los ataques que
los comunistas dirigieron sistemáticamente contra la CNT. ¿O
es que no existieron?
Pero Vd. no se limita a reprochar a la CNT su anticomunismo, sino que
paradójicamente arremete contra la Organización por haber
atacado al Estado capitalista surgido en los países occidentales
durante la guerra fría, Estado que Vd., asumiendo miméticamente
la terminología del sistema dominante, sublima de «Estado
del bienestar». Sin que yo niegue las mejoras sociales introducidas
por el tardocapitalismo keynesiano en las primeras décadas de
postguerra æentre otras cosas para atar a las clases trabajadoras
a su carro y desviarlas hacia el conformismo y el apoliticismoæ,
el tal «Estado del bienestar» no dejó por ello de
ser un Estado clasista basado en la explotación del hombre por
el hombre, el imperialismo, la voluntad de poder y el culto más
soez al lucro. No fue ciertamente por azar que yo dedicara a esta temática
mi primer libro El capitalismo y el hombre, publicado en 1967 por la
editorial Cuadernos para el Diálogo. Por lo demás, lo
que ha quedado de ese supuesto «Estado del Bienestar» en
manos del neoliberalismo y de sus cómplices socialdemócratas,
acabo de analizarlo en mi libro Macht ohne Moral (Poder sin moral):
paro, miseria, contratos laborales basura, dumping salarial, working
poor, desprotección social, inseguridad y miedo ante el futuro.
En su celo por acumular agravios contra la CNT y acusar a su sector
«ortodoxo» de haber considerado como enemigos principales
al capitalismo y al Estado, no se da siquiera Vd. cuenta de que, por
lo menos en este aspecto, el anarquismo coincide con la teorías
de Marx-Engels. ¿O por qué cree Vd. que nació la
CNT? ¿Y cómo se le ocurre a Vd. tildar peyorativamente
de «ortodoxa» una posición anti-capitalista y anti-estatal
que desde el primer momento constituyó el fundamento de su ideario?
¿Llamaría Vd. también «ortodoxa» a
la militancia de la Teología de Liberación y a otros movimientos
tercermundistas que desde hace decenios luchan contra el Estado capitalista?
Entérese Vd. de una vez por todas de que la oposición
al Estado capitalista ha sido una actitud compartida
por toda la militancia confederal, trátese de la sindicalista
o de la faísta.
Vd. describe
en los términos más negativos el proceso involutivo tanto
de la CNT del interior como de la del exilio, y su versión de
los hechos corresponde, en líneas generales, a lo que verdaderamente
ocurrió. Pero inaceptable es la división maniquea que
Vd. traza entre el núcleo de Toulouse dirigido por Germinal Esgleas
y Federica Montseny y los que se opusieron a él en el mismo exilio
y en la Península. Este esquema dicotómico entre buenos
y malos no corresponde de ninguna manera a la verdad. Yo tuve ocasión
de tratar a la mayor parte de militantes más conocidos de ambos
sectores (también a Gómez Peláez y el grupo de
Frente Libertario en el que Vd. se apoya continuamente) y sé
por ello que en las dos partes había militantes con virtudes
y con defectos. Leyendo su implacable crónica negra sobre las
querellas y disensiones intestinas de la CNT dentro y fuera de España,
el lector tiene que llegar a la conclusión de que aquellos militantes
eran un detritus humano compuesto exclusivamente de bajas pasiones,
rencores, afán de poder, fanatismo y otras deformaciones análogas
de carácter. Aun admitiendo que se dejaron llevar a menudo por
el sectarismo y cometieran, por ello, errores graves, no cabe olvidar
que su conducta, errónea o no, estaba dictada por la buena fe
y la buena voluntad subjetiva, esto es, por su profundo afán
de servir a la Confederación, un hecho que Vd. pasa por alto.
Faltando a las leyes más elementales del fair play a que todo
verdadero historiador está ética y profesionalmente obligado,
omite Vd. señalar que los mismos militantes que Vd. llena de
improperios, fueron los mismos que además de luchar en condiciones
técnicamente inferiores durante casi tres años contra
la máquina militar franco-nazifascista, llevaron a cabo la revolución
social más genuinamente revolucionaria y más importante
del siglo XX, un acontecimiento histórico al que por su envergadura
cuantitativa y cualitativa he intentado rendir honor en mi libro Die
libertäre Revolutionæ Die Anarchisten im Spanischen Bürgerkrieg,
aparecido en una editorial de Hamburgo hace cuatro años [en 2001].
Eran también los mismos hombres que gracias a su coraje moral
impidieron que la España republicana se convirtiera en una nueva
versión de la Rusia estaliniana. Por lo demás, los compañeros
del Movimiento Libertario no fueron los únicos que andaron a
la greña. ¿O tengo que recordarle a Vd. el ignominioso
enfrentamiento dentro del PSOE entre prietistas y negrinistas o la no
menos ignominiosa conducta de los últimos con respecto a Largo
Caballero en plena guerra civil? En cuanto a los comunistas, basta leer
las Memorias de quienes tuvieron el valor de romper con el Partido para
enterarse del terror que reinaba en sus filas, tema del que hace ahora
treinta años me ocupé in extenso en los dos volúmenes
La Internacional Comunista 1919-1945 y que he tratado también
en diversos contextos en otros libros y textos tanto en lengua castellana
como alemana.
De la misma
manera que Vd. consagra la mayor parte de su libro a resaltar los aspectos
negativos de la militancia confederal, concede Vd. demasiada importancia
a la desviación cincopuntista, que a pesar de lo que Vd. parece
sugerir, no pasó de ser un epifenómeno protagonizado por
una minoría desautorizada desde el primer momento por los sectores
mayoritarios tanto de la CNT del interior como la del exilio. No deja
de ser tampoco
significativo que mientras Vd. fustiga en los términos más
draconianos al sector militante que Vd. denomina «ortodoxo»,
trata Vd. con guante blanco a los cincopuntistas y rompe lanzas a favor
de los militantes que en el interior actuaron dentro de los sindicatos
verticales. Por eso entra Vd. en trance pensando en la «importante
labor» que la CNT «podía haber realizado en el seno
del Vertical» (p. 410).
En el capítulo
que Vd. llama pomposamente «Culturas políticas libertarias»,
vuelve Vd. a incurrir en graves simplificaciones y rígidos enfoques
dualistas, y ello empezando por su arbitraria división entre
«ortodoxos» y «posibilistas», división
que Vd., para rizar el rizo, eleva a la categoría de «fracciones».
Pero ya la terminología es falsa. Lo que Vd. denomina «fracción
posibilista» es aplicable únicamente a Horacio Martínez
Prieto, no a la mayor parte de quienes disentían, por motivos
distintos a los del autor de Posibilismo libertario, de la línea
representada por Esgleas-Montseny. La denominación justa para
los sectores de la CNT que colaboraban con otras fuerzas para el derrocamiento
del régimen, era la de «políticos», y no la
de «posibilistas», y ello ya por el sólo hecho de
que estos sectores diferían no sólo de los «apolíticos»
de la Rue Belfort, sino que no tenían nada que ver con Horacio
Martínez Prieto. Eso fue, en todo caso, lo que yo, de la mano
de mi padre Juan Saña Magriñá, aprendí durante
la fase juvenil de mi modestas actividades clandestinas. El sector «político»
al que mi padre pertenecía y en el que ocupó varios cargos,
no podía tener nada en común con el posibilismo horacioprietista
ya por el solo hecho de que encarnaba la esencia del sindicalismo cenetista.
Horacio Martínez Prieto, con quien Vd. parece simpatizar y a
quien Vd. dedica un gran espacio reproduciendo sus peregrinas y grotescas
tesis sobre lo que debería ser el Movimiento Libertario, estaba
más solo que la luna y había perdido todo crédito
entre la militancia tanto
del exilio como del interior, por mucho que formase parte de aquél
cadáver flotante llamado «república del exilio».
Que Vd. le eleve a figura visible de la oposición contra lo que
Vd. llama «fracción ortodoxa», sólo se explica
por su idea fija de reclutar aliados contra Toulouse, fuesen de la categoría
que fuesen. Ese es también el motivo del realce que Vd. da a
figuras como Fidel Miró (a quien traté a fondo), a Félix
Carrasquer, a Ramón Álvarez y a otros militantes opuestos
a los «ortodoxos». Vd. dice que los Comités Nacionales
del interior pertenecían a la fracción «posibilista»
(p. 146), palabrita ésta, que ningún militante utilizaba
para definir su posición, ya por su connotación peyorativa
y su vecindad con el oportunismo. ¿Y de dónde se saca
Vd. ese dislate de que la fracción «posibilista»
(p. 340) fue alejándose de sus planteamientos libertarios para
acabar postulando la implantación de un «Estado sindicalista»,
cuya expresión es, aparte de su connotación filofalangista,
una contradictio in adjecto?
En general
dedica Vd. más espacio a relatar los acontecimientos del exilio
que a los del interior, lo que a mí personalmente me parece ya
un grave error de perspectiva. La información que aporta Vd.
en este segundo plano es parca, unilateral y a todas luces arbitraria.
Vd. se limita, en esencia, a enumerar los nombres y algunos avatares
de los Comités Nacionales. Y cuando se refiere a las actividades
de los Comités Regionales incurre en silencios incomprensibles.
Así, al referirse a los primeros años del franquismo en
Cataluña habla Vd. casi exclusivamente de los militantes confederales
que colaboraron con el régimen y sus sindicatos verticales y
no dice apenas nada sobre los que desde el primer momento fueron fieles
a sus ideales e iniciaron en seguida el proceso de reorganización
de la CNT y de resistencia al régimen, entre ellos mi padre,
fuese como secretario del Comité Regional o como delegado de
éste en la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas que
Vd. tan a menudo cita, sin hablar de otros cargos y funciones que asumió.
Eso explica que fuera detenido cinco veces con un total de once años
de cárcel, los últimos cinco de los cuales los cumplió
en la cárcel de Guadalajara por orden expresa del tristemente
célebre coronel Eymar. Y si traigo a colación su nombre
no es porque se trate de mi padre, sino que le nombro en representación
de los muchos militantes que participaron, como él, en la lucha
clandestina y que Vd., por motivos que ignoro, no ha se ha dignado nombrar,
mientras que, de otro lado, dedica Vd. un espacio enorme a dejar hablar
o enfatizar a militantes de su predilección que peroraban o contaban
chismes desde la seguridad de su exilio mientras los del interior arriesgaban
su libertad, eran torturados por la policía o se pudrían
en las cárceles, tema este último que Vd. trata marginalmente,
en vez de concederle la atención que por razones obvias merece.
De igual modo omite Vd. hablar a fondo de la represión de la
policía francesa contra los refugiados españoles de todos
los partidos, ya a partir de su llegada a la frontera. A la inversa
de Vd., en mi libro sobre la revolución libertaria mencionado
más arriba, dediqué un amplio fragmento describiendo la
conducta canallesca de las autoridades francesas, y que significativamente
titulo «Un nuevo círculo del infierno». En su obsesión
por buscarle tres pies al gato, llega Vd. incluso a la mezquindad de
recriminar a la CNT-FAI por haber ensalzado una y otra vez la figura
de Durruti. ¿Por qué no habla Vd., para variar, del culto
bizantino que los comunistas han rendido a sus líderes e iconos?
Su libro
no es sólo un ajuste de cuentas con la Confederación,
sino también un retrato de Vd. mismo, aunque Vd., no sea consciente
de ello. Y lo primero que percibo es su tendencia a pensar en términos
utilitarios y a valorar por encima de todo la eficacia y el éxito,
como se desprende de sus juicios de valor sobre el cincopuntismo, los
sindicatos verticales y el anticomunismo de la CNT. Vd. vuelve a aplicar
el mismo criterio al referirse al anticlericalismo de la Confederación.
En vez de afirmar que las creencias religiosas forman parte de la libertad
de conciencia y constituyen un derecho inalienable, o de decir, con
Rosa Luxemburg, que la libertad «es siempre la libertad de los
que piensan de otra manera», no se le ocurre a Vd. otra cosa que
indicar lo útil que hubiera resultado a la CNT dar cabida en
su seno a los grupos y movimientos cristianos opuestos al régimen.
Y para que Vd. no me confunda, le diré de paso que a título
personal no sólo he respetado siempre la fe de los creyentes
sino que he tenido excelentes relaciones con muchos de ellos, empezando
por la editorial Zero-Zyx dirigida por mi fraterno amigo Julián
Gómez del Castillo, editorial en la que, como también
Juan Gómez Casas, publiqué varios libros. Y en esto, como
en otras cosas, sigo el ejemplo de mi padre, que al estallar la revolución
del 36 lo primero que hizo fue salvar, junto a su amigo y compañero
Juan Peiró, la vida de 17 monjas de clausura que vivían
en la calle de la Coma de Mataró, frente a nuestra casa.
Con razón
o sin ella y a riesgo de equivocarme creo que le falta a Vd. la sensibilidad
y grandeza moral común a las personas que Schiller denominaba
«almas bellas». Ésta es, entre otras, la razón
de que Vd. no haya sabido comprender lo que fue la CNT y trace una caricatura
guiñolesca de ella, en vez de rendirle justicia, como han hecho
otros historiadores. Pero lo primero que le falta es humildad, que es
siempre el signo de los espíritus excelsos. Ya por su joven edad,
no puede Vd. tener el grado de cultura teórica e historiográfica
que se necesita para emprender un trabajo como el que Vd. ha llevado
a término. En vez de darse cuenta de ello, pontifica Vd. ex cathedra
de temas sobre los cuales no tiene Vd. la menor idea, como demuestran
sus penosas elucubraciones sobre el individualismo y el colectivismo.
Me temo que
Vd. vive, sin darse cuenta, una tragedia personal, concretamente la
tragedia de quienes no conocen otro principio que el de la razón
instrumental y son, por ello, inaccesibles a valores, motivaciones y
modos de conducta de orden superior. Don Quijote es derrotado una y
otra vez, pero no por ello deja de ser el personaje más sublime
de la literatura universal. ¿Y qué ha sido la CNT sino
la encarnación colectiva del donquijotismo? Mire Vd., para ser
historiador o escritor de verdad no basta con tener padrinos ni tampoco
ser una rata de archivos ni andar de un lado para otro con el bloc o
un magnetofón en la mano, aunque ello pueda ser a veces necesario.
Si Vd. se limita a eso, estará condenado a parir libros superficiales
y sectarios como el que estoy comentando, un libro en el que no siempre
pero muchas veces atropella Vd. no sólo la verdad, sino el idioma
castellano, y que además de su alambicada y malograda estructura
técnica está lleno de repeticiones, empezando por sus
«Conclusiones». Para no alargar esta carta, renuncio a referirme
al material bibliográfico enumerado por Vd. Me limitaré
a señalar que entre la larga lista de libros compuesta por Vd.
falta una obra tan elemental como El corto verano de la anarquía,
de Hans-Magnus Enzensberger, quien a pesar de su formación marxista
tuvo la nobleza de rendir cálido homenaje a la militancia confederal,
también a Federica y los exiliados de Toulouse. Tampoco cita
Vd. los tres grandes tomos de Peter Weiss Ästhetik des Widerstands
(Estética de la resistencia), en los que otro autor marxista
de rango mundial habla siempre con gran respeto de los libertarios y
critica una y otra vez a sus correligionarios comunistas. Tampoco ninguna
palabra sobre la monumental obra The Spanish Revolution, de Burnett
Bolloten, el historiador extranjero más documentado y competente
sobre nuestra incivil guerra.
Vd. habla æaquí justificadamenteæ del ocaso de la
CNT. Pero este es un destino que hoy comparte, en mayor o menor medida,
toda la izquierda, empezando por la comunista. ¿O puede Vd. decirme
qué es lo que ha quedado del antiguo imperio soviético
o del todopoderoso PCE de Santiago Carrillo y la Ibárruri? Un
montón de ruinas. Pero a diferencia del comunismo, si el anarcosindicalismo
ha perdido la gran fuerza que tuvo durante la guerra civil y en etapas
anteriores no es porque sus ideales hayan perdido su vigencia, sino
porque son demasiado elevados y nobles para llegar al alma de unas masas
embrutecidas durante decenios por la ideología capitalista y
sus lacayos en los medios de comunicación y en la industria de
la cultura.
En contra
de lo que Vd. pueda suponer, soy todo lo contrario de un beato de la
CNT, organización de la que siquiera soy afiliado o militante.
Eso explica que si en mis libros y artículos he reivindicado
sus valores fundamentales, no he dejado tampoco de aludir a sus errores,
desviaciones y deformaciones, pero con propósitos muy distintos
a los suyos. Porque hay una diferencia básica entre la crítica
positiva y la crítica negativa. La que yo he practicado nacía
del amor y del dolor, la suya, en cambio, no tiene otro trasfondo que
la de destruir, aunque en su fragmento sobre la «sociabilidad»
(lo más honesto de su libro) testimonie Vd. excepcionalmente
su admiración y respeto a la solidaridad y a la ayuda mutua que
prevalecía en las filas tanto del interior como del exilio.
También en contra de lo que Vd. pueda imaginar, yo me he sentido
más cerca de la línea sindicalista que faísta del
Movimiento Libertario, pero sin caer, por ello, como Vd., en maniqueísmos
de brocha gorda ni reducir a la gente a una etiqueta doctrinaria, como
Vd. continuamente hace. Y como ejemplo remito a mis relaciones con Federica.
Desde mis años de aprendizaje como militante de la CNT yo no
ignoraba naturalmente la línea estratégica e ideológica
que ella representaba, pero cuando la conocí en Madrid pocos
años después de la muerte del dictador en los estudios
de televisión de Prado del Rey ædonde ambos habíamos
sido invitados por el equipo de «La Clave» dirigido por
José Luis Balbín para participar en el programa Los anarquistasæ,
la abracé y lloré con ella de emoción. Y lo mismo
les ocurrió a ella y a mi padre cuando los dos, tras una larga
separación personal e ideológica, se volvieron a ver en
Barcelona. Por cierto, si Vd. se tomara la molestia de ver el vídeo
al que aludo y que Vd. no cita (¿otra casualidad?), podría
comprobar la lección de lucidez, de madurez humana y de ética
política que Federica dio a sus compañeros de debate,
lo que me movió espontáneamente a publicar no recuerdo
si en CNT o en Solidaridad Obrera un caluroso artículo sobre
su intervención.
Pongo fin
a estas notas. Aunque a Vd. le parezca extraño, hubiera preferido
no haberlas tenido que escribir, ya por la sola razón de que
por principio no me gusta atacar a nadie. Si las he llevado a término
ha sido a contrapelo y luchando interiormente contra mi inclinación
a la amistad y la concordia. Pero por muchos que hayan sido los escrúpulos
de conciencia que he tenido que vencer, yo no podía pasar por
alto la versión desfigurada, tendenciosa y malintencionada que,
a mi juicio, da Vd. de la militancia libertaria que durante los largos
años de la dictadura sacrificó a menudo la vida y la libertad
en defensa de sus ideales.
Le saluda
atentamente
Heleno
Saña