Cartas
del exilio libertario
Álvarez
Ferreras, Félix: Cartas del exilio libertario. Epístolas de anarquistas
ilustres a través del mundo, Madrid, Fundación de Estudios Libertarios
Anselmo Lorenzo, 2005.
La correspondencia,
como lo que manifestamos oralmente en conversaciones privadas, suele
ser más sincera y explícita sobre lo que pensamos de los
hechos y acontecimientos que vivimos que los artículos que se
escriben para publicar en los medios de comunicación.
La intrahistoria,
el día a día de los compañeros, cómo viven,
cómo se van construyendo sus casas, cómo muestran su anhelo
por la lectura, con qué voluntad tratan de dar a conocer lo que
saben, sus angustias vitales, sufrimientos, sinsabores, su desesperación
ante la injusticia, enfrentamientos generacionales, luchas internas
dentro de la propia organización..., se ve muy bien reflejada
en estas misivas.
Son las
cartas que durante sus años de exilio canadiense fue recibiendo
Félix Álvarez Ferreras de compañeros como Víctor
García, Federico Arcos, Eugen Relgis, Fontaura, Renée
Lamberet, Carlos Peregrín Otero, Hermosa Plaja, Vladimiro Muñoz,
Miguel Giménez Igualada, Francisco Deogracia... Guardadas con
mucho cariño por el destinatario, hoy las damos conocer.
Agrada
la gran cultura que tienen los compañeros, su amor y dedicación
para aprender de todo, la cantidad de idiomas que saben hablar y escribir.
Su peregrinar por uno y otro continente, cruzando fronteras para evitar
la represión o salvar la vida, propio del ser humano desde que
salió, según dicen los antropólogos, de África.
De muy distintos rincones y culturas, la apasionada comunicación
de compañeros, procedentes de diferentes países casi
todos huyendo de las barbaries autoritarias de uno u otro signo,
nos ilustrará sobre su vidas.
La intensa
y constante labor para dar a conocer la historia, ideas y prácticas
anarquistas, luchando contra todo, robando tiempo al sueño para
que el proyecto editorial siga adelante, buscando recursos económicos,
tan escasos siempre; estas son las fotografías de sus vidas,
el constante fluir de unas vidas intensas de seres inquietos.
Faltos
quizás de palabras para poder transmitir fielmente el mensaje
de las cartas, preferimos extractar párrafos de algunas de ellas.
No obstante, no todas los textos (algunos de ellos supremos) tienen
la profundidad de análisis y pensamiento que mostramos en las
siguientes líneas; hay algunos donde habla más del quehacer
diario que de cuestiones más
trascendentales.
Una carta
de Campio Carpio se expresa así: «Por eso digo que lo que
importa es insistir. ¿Que uno se equivoca alguna vez? Bueno,
se equivocan los que hacen algo. Los que critican solamente, sin hacer
nada, ya no cuentan. El caso es hacer, como tú haces con La Escuela
Moderna y la colaboración en nuestra prensa, que siempre leo
con placer y con provecho personal porque aprende siempre uno de todos
los que trabajan.»
El mismo
Campio Carpio le decía en otra misiva: « Es muy tarde,
son las 23 horas. Se siente el frío. Termino con un abrazo para
vuestros artistas gráficos. Todo lo que tenga vinculación
con la imprenta a mí me contagia. El olor a tinta me arrastra
como la miel a las moscas. Desde que llegué aquí encontré
mi hogar en La Protesta; el ruido de las máquinas (linotipos,
dos máquinas planas, una caja de tipos móviles, dos guillotinas,
una prensa, una Minerva, una abrochadora), el olor del aceite y del
papel todavía lubrican mis células.»
Francisco Deogracia le escribe desde California lo siguiente: «Te
diré que con motivo ya de mi edad avanzada (he cumplido 72 años)
quiero dejar algo de lo que me pertenece, es decir, mis pequeños
y grandes amigos, mis buenos compañeros de mi vida, mis libros.
Voy mandándoselos al compañero Alejandro Lamela para que
él se los entregue a las Juventudes Libertarias o a la C.N.T.
Pero como tú eres uno de mis más apreciados amigos, digno
de mis sentimientos, quiero hacerte don a ti también de algunos
recuerdos de este viejecito insignificante que tanto te aprecia. Me
dirás si posees ya estos libros y en caso negativo te los enviaré
como aprecio que siento por ti. Estos volúmenes son los siguientes:
El ingenioso hidalgo de La Mancha Don Quijote [sic], La gran revolución
francesa, de Pedro Kropotkin, El proletariado militante, de Anselmo
Lorenzo, El hombre y la tierra, de Eliseo Reclus; La geografía
universal, de Eliseo Reclus.(1)
«Estos
libros, con el conjunto de algunos más que suman más de
300 y que por espacio de unos 30 años he venido acumulando, han
sido mis mejores consejeros, mis más firmes y sinceros amigos.
Tengo además algunos en inglés que dejaré en herencia
a mis hijos para que los lean cuando la oportunidad se les presente
y el tiempo les sea más favorable... Esto no significa que yo
me vaya a morir mañana, ¡no!, nada de eso, pero fatigado
ya al extremo para prolongadas lecturas, y siendo que los libros no
están hechos para adornar los escaparates y las viviendas y,
contrariamente, sí para que sean leídos y comprendidos
y despidan aroma y sabor, deseo que sean también vuestros buenos
amigos como amigos míos fueron durante muchos años, y
de los que me despido con tanta tristeza y tanto dolor ya que ellos
me alentaron, me enseñaron y me pusieron por el buen camino de
la vida. Algunas de estas personas de la localidad me ofrecieron precio
para que se los vendiera y la promesa de ese odioso metal me sirvió
como una bofetada en mi dignidad y honradez de hombre libre. Yo no los
vendo porque no se vende a los amigos por todo el oro del mundo y porque
los sacrificios que yo hice para adquirirlos no son tampoco vendibles.
Deben ser regalados a los amigos y compañeros para que a su vez
se eduquen y amplíen sus conocimientos antes que nos los pidan,
ya que ese es el caminar de todo anarquista.»
Como venimos
diciendo desde el inicio de esta reseña, son puras manifestaciones
del amor por el conocimiento, la cultura y la transmisión de
saberes propias del anarquismo. Deogracia no es un titulado de la sacrosanta
universidad, es un trabajador de la metalurgia; no es ningún
ilutrado docto universitario ni guardian de ningún centro oficial
del saber; es un hombre de a pie enamorado de las letras y con un gran
aprecio por el conocimiento.
En la carta siguiente, contestando a Félix, dice Deogracia: «Me
agrada que te hayan gustado los libros que te mandé. Me siento
satisfecho al comprobar que otros compañeros serán felices
con ellos y porque sé que jamás serán abandonados
en un sótano cualquiera.»(2)
Dice Vladimiro
Muñoz: «Mi opinión sobre los que claudicaron
es que no debemos de inquietarnos. Dieron lo que pudieron en su tiempo,
luego murieron (les morte-vivants a que aludía Émile Armand).Tampoco
debemos inquietarnos porque los hijos de los compañeros
no sigan las ideas de los padres (el hijo de Mella fue luego gobernador
en España), como tampoco deberían preocuparse los padres
autoritarios porque algunos de sus hijos se hagan anarquistas.
Los anarquistas son una familia de elección y no una familia
sanguínea. Mejor que mejor si ambas familias se fusionan, como
ocurre en escasos casos. Ninguno de los numerosos hijos de Tato es anarquista,
aunque el pobre viejo siga solitario y firme con su Acracia hasta el
ocaso. No por eso debemos dejar de querer y amar a esos hijos, al contrario,
debemos ser indulgentes, pues fueron ganados por el ambiente poderoso
(autoritario) que nos circunda.
[...]
No te inquietes
porque los otros hayan claudicado; tú no has claudicado (eso
es lo importante). Veo que los claudicantes tienen un magnifico
bar privado, pero en sus casas no hay dignidad, pues como decía
DAmicis una casa sin biblioteca es una casa sin dignidad.
[...]
En cuanto
al compañero Ledo, que se desespera porque nuestro ideal no se
ha implantado, hay que entender que la Anarquía no está
en puertas, tardará aún bastante tiempo; pero no luchamos
por el Individuo en este sentido, sino por la Humanidad; la que a la
postre será beneficiada de todos cuantos por ella lucharon a
través de los siglos. Luchamos pues por dignidad y no por esperanza
inmediata.
[...]
Mella mismo
tiene muy buenas páginas sobre esto; resume que el hombre se
debe al medio, lo forma el medio o lo desvía posteriormente el
medio en que vive y muere. Muy pocos son los que nadan contracorriente.
Supongamos que tú en vez de haber nacido en la buena familia
en que naciste, hubieras nacido en otra completamente opuesta; te hubieras
formado y educado de otra manera. No por eso deberíamos estimarte
menos. Mirándolo bien deberíamos estimarte más,
puesto que no habrías tenido la suerte de haber nacido en una
buena familia.
[...]
Mirándolo
bien, aún no representa ninguna ventaja tener profusión
de licorería en la casa, auto en la puerta y otras
materialidades. Somos más ricos que todas esas miserias si entendemos
que tenemos un gran Ideal. Veamos un ejemplo: Una anciana compañera
de los EE. UU. me va a regalar una colección completa de Mother
Earth, la publicación de Emma Goldman. Pues bien, si me dijeran
que en vez de ella se me regalaría el mejor coche del año
1969, rechazaría esta última oferta, y de nada tendría
particularmente que quejarme, pues para mí representa una superlativa
mayor riqueza poseer la colección citada que el auto en cuestión.»
Desde Madrid,
en 1970, escribe Daniel Seijas Moure: «Por aquí se están
escribiendo y publicando libros muy atrevidos, lo que pasa es que el
pueblo español lee muy poco, de cada 100 libros, 90 se leen en
Madrid y Barcelona, el resto solo en las demás partes de esta
nación. El narcótico del fútbol, toros y televisión
mantienen a la gente embobada. Creo que leer es asociarse ante todo
a la existencia de sus semejantes y hacer acto de unión y de
fraternidad con los hombres. El que lee, aunque se halle confinado en
una aldea, vive del movimiento universal y puede decir como el hombre
de Terencio que nada humano me es indiferente.
[...]
Recuerdo
durante la Primera Guerra Mundial en Youngtown (Ohio), en un gran complejo
metalúrgico que empezó a fabricar tanques de guerra, amigos
españoles e italianos abandonamos el trabajo y fuimos al campo
a trabajar en la construcción de carreteras, ganando menos; pero
la colaboración con la guerra es un crimen y si los obreros de
todo el mundo se negaran a fabricar armas, sinagogas y cinebarrios de
todas las sectas, e incluso, como preconizaba Luis Bulffi hace 70 años,
la huelga de vientres, habría menos esclavos; pero todos caemos
en la trampa.
[...]
Mas para
vencer a la violencia del Estado hace falta una super-violencia y lo
que es más triste, después de la victoria, mantener esa
violencia como en Rusia, aquí y en Cuba. La no colaboración
en la vida burguesa sería una arma más eficaz. ¿Y
la misma prensa, el cine, la televisión? ¿Quién
las mantiene? El pueblo. ¿Todos los deportes? El pueblo. Habría
que boicotear todo a fondo y el mundo cambiaría en poco tiempo
y creo que cambiaría forzosamente [...]»
David Alonso,
que firmaba con el sudónimo Don Nadie en Tierra y Libertad, de
México, con la madurez que dan los años y la experiencia,
dice en una de sus misivas en 1969, después de haber estado en
España en el verano del 67: «La caída del régimen
fascista en España vendrá sin auxilio de vuestro libro.
Pero vuestro libro hará su labor en nuestro campo aun después
de la caída del despotismo actual en España, pues la revolución
social y la sociedad libertaria han de ser obra de muchos años
o siglos, pues no pueden venir de un salto, puesto que vendrán
con la evolución mental de las masas [...]»
Y sigue
en otra: «Los cultores de una revolución violenta, algunos
impregnados de humanos sentimientos pero equivocados, ignoran que, una
revolución violenta, al triunfar, tiene que establecer la dictadura
para defenderse contra sus enemigos apeados, y como nosotros somos enemigos
de toda dictadura y nos vemos obligados a combatirla, seremos los primeros
en ser eliminados por los nuevos dictadores.
«La
cultura como tú bien dices, es la que ha de abrir al hombre la
ruta de su libertad, de su paz, de su salvación. Cuando el hombre
comprenda, crea o no en la anarquía, que su salvación
estriba en el establecimiento de una sociedad libre, optará por
cooperar con sus hombres para establecerla -cuando sepa que no existe
otra ruta, otro ismo capaz de hacerle feliz-.»
Miguel
Giménez Igualada en 1970, con motivo de la lectura del libro
de Vicisitudes de la lucha, le escribe a su autor: «Tú
alcanzaste en la vida a ser un obrero metalúrgico,
pero yo no logré ni aun eso, porque fui un hombre sin oficio
ni beneficio, viéndome precisado por ello a hacer de todo en
la vida, desde vender puntillas por las calles (rendas les llaman en
Portugal), a oficiar de charlatán en la puerta de un cine de
feria, y desde chofer de taxi en una gran ciudad hasta encargado de
cultivos en un Ingenio Azucarero. Una vez crié gallinas; otra,
cerdos. y durante un tiempo fui hortelano. Sé, pues, el sabor
que tiene la tierra y el que tienen los hombres. No pocas veces dormí
debajo de un banco de una plaza o me refugié en algún
portal abierto; nunca me acerqué a un asilo, prefiriendo taparme
con la luz de las estrellas a revolcarme en la sordidez de una cama
de todos. En esa universidad, en la que tuve muchos y variados maestros,
me hice hombre.
[...]
En medio
de ese mundo que pintas magistralmente, te tocó vivir, y lo realmente
apreciable es que te salvaras, que te mantuvieras hombre. No vencido
al mal, porque al mal no se le vence con fierezas; pero no te pervertiste,
pues podías haber muerto para el bien y, sin embargo, te mantuviste
en la bondad, buscando, todavía hoy, anheloso, más luz
para tu mente y más bondad para tu corazón.
«Te
sería utilísimo -y perdona que te diga estas cosas- que
hicieras una rememoración de hechos, de tus hechos, de tu vida,
y no releyendo lo que escribiste, sino yendo más a lo hondo;
pasando revista mental a todo cuanto sentiste -yo hago eso con mucha
frecuencia- para saber qué fue lo que te movió a ejecutar
tal o cual acto, pero también, y ello es muy importante, cuáles
fueron sus resultados. Si lo hicieras, encontrarías en tu vida
lagunas morales que vas llenando ahora con tierra fértil, quiero
decir, con sentimientos nobles y humanos que en ciertos momentos te
faltaron, comprobando que cuando amaste, te amaron, y que cuando odiaste,
te odiaron. Tus remembranzas de amores gustados en medio de la tormenta,
te traen hoy a los labios agridulces sabores, que no dejas de gustar
con fruición; las de los odios, te llenan el corazón de
desconsuelos. Luego es verdad que el bien es lo que vale, lo único
que tiene moral por ser también lo único con sentido humano.
Lo demás, que fue tormenta de odios, el remolino de odios en
que te viste envuelto se lo llevó, quedando solo jirones de ideologías
que unos tras otros fueron pisoteando.
»No salvaste a nadie, piénsalo bien, y no hablo, tú
lo comprendes, del que se está ahogando y se le tiende una mano,
labor humana que todos o casi todos hacen; no, no salvaste a nadie,
y menos a un pueblo. Los salvadores, si alguna vez existieron, se acabaron.
Hubo, según nos dicen, un Salvador y lo crucificaron, que es
lo que pudo haberte sucedido a ti, y cuando el Salvador murió,
los hombres no salvados, continuaron su vida azarosa en infraterna.
Yo creo que no podemos, ni nosotros no los que vengan, pasar a nado
estos encrespados mares sociales, echándonos a hombros a todos
los millares y millones de seres que se están ahogando por no
saber nadar, y si, empecinados, tratásemos de hacerlo, sucumbiríamos,
pues ni con las revueltas olas del mar ni con las enloquecidas olas
humanas se puede jugar, porque todas absorben, destrozan, ahogan. A
lo más que podemos llegar, si somos nadadores, es enseñar
a nadar a los que no saben. Y aun eso, solamente a unos cuantos, a los
que están más cerca de nosotros, pues ni nuestra palabra,
ni nuestra enseñanza alcanza a los lejanos.
«Por
eso, si tomaras como guía a nuestra razón, esta nos dice
que las ideologías, que no son vida, sino lucubraciones de torpes
ideólogos ænos engañan cuando nos hablan, sollozando
o maldiciendo, de los dolores que debemos aplacar, y de los niños
hambrientos que tenemos que alimentar, y de los fallos justos que nos
es obligado pronunciaræ, y nos engañan porque no podemos
ser los redentores de la humanidad. Si nos adjudicamos el papel de médicos
del mundo, fracasaremos por imposibilidad de que la receta que le demos
cure de sus males a las criaturas que llenan el planeta. Y el fracaso
sería más sensible, porque si los que nos escucharan,
nos tomaran por impostores al no cumplir lo que les prometimos, nosotros
nos descorazonaríamos de tal modo que llegaríamos a acusarnos
de impotencia y hasta de falsedad, apoderándonos de nosotros
tal desconsuelo que nos hiciese desembocar en la misantropía,
terminando por odiar a los que dijimos y quisimos amar, por lo que nos
inutilizaríamos para toda acción noble. A aquella acción
podríamos llamarla torpeza, pues torpe es el que por inhabilidad
no cumple lo que prometió y se propuso; pero a la nuestra, a
la propia y personal, deberíamos llamarla criminal, porque nos
suicidaríamos moralmente ¡para siempre!, o volveríamos
a caer en la ferocidad guerrera, que sería otro suicidio. (Tus
quejas acerca de los muertos morales que te vas encontrando por todas
partes, prueban mi aserto).
«No,
no podemos, por mucho que lo deseemos, salvar a los hombres, y ese anarquismo
salvador, o mesiánico, que pregonan unos cuantos enloquecidos
revolucionarios, está condenado al más estrepitoso fracaso.
Y lo están por dos fundamentalísimos motivos: primero,
porque a ese que le llaman anarquismo, no lo es, y lo no humano no engendra
criaturas humanas ni actos de humanidad; segundo, porque con la violencia
se mata, pero no se educa. Porque si no es verdad que la letra
con sangre entra, tampoco lo es que las ideas entran en los cerebros
a martillazos o a bombazos.
«Pero
si no podemos salvar a la humanidad, si podemos salvarnos nosotros,
que somos parte de la humanidad. Y nos salvaremos en cuanto, por abandono
de ideas redentoras que se nos fueron pegando por los caminos que transitamos,
ya lavadas y limpias nuestras conciencias del polvo mesiánico,
nos dediquemos a cuidar las que, virginales y puras, nacen en nosotros.
A cuidarlas y a mejorarlas y hasta engalanarlas.
«Cuando
contemplo el mundo, este mundo de redentores, me sacude un escalofrío,
porque siendo como es cada redentor un fanático, y el fanático
sufre de perversión del juicio, todos pervierten sus propios
sentimientos, y, al convertirse en legisladores, todos nos dictan sus
leyes. Ahora bien, la ley exige que haya verdugos que obliguen a cumplirla,
regla de la que no escapa el revolucionario que, una vez triunfador,
dicta su pavorosa ley y nombra a sus terribles verdugos para hacerla
cumplir. Esto nos explica por qué el mesiánico legislador
y fanático sea violento; sufre trastornos de su razón,
y la falta de razonamiento sereno, le lleva a la locura, obrando sin
conciencia por incapacidad de concebir al hombre libertado de la idea
mesiánica, y quien no concibe al hombre libre, no puede amarlo;
le falta la idea y el sentimiento de hermandad. Es decir, por no razonar
cae en el absurdo. Y absurdo es que el hombre que se llama anarquista
trate de imponer su ley a otros. Y eso le sucede æa él
y a los demás atacados de mesianismoæ porque el fanático
no se pertenece, no es él, sometido como se halla a una idea
a causa redentora, en cuyo nombre obra. Y es que un fanático,
aunque nos llame compañero, no es un hombre completo, un hombre
cabal; es un enfermo. Tenemos, pues, que curarlo. La labor, nuestra
labor anárquica, es por consiguiente, de desfanatización,
que será tanto como de individualización, porque tanto
como lo colectivo es violento por rebañego, lo individuado es
libre y bondadoso. Por algo dijo aquel hombre maravilloso que fue Eliseo
Reclus: Si ha penetrado bastante el individualismo en los corazones,
el próximo movimiento moral ya no podrá ser sofisticado.
Trabajad, pues, hijos míos, en despertar lo más posible
las conciencias individuales. La salvación se halla en las conciencias
autónomas. Y como solo el anarquista æel que lo es y lo
sienteæ puede penetrar en lo más hondo de los sentimientos
humanos, porque nadie como él puede poner su corazón a
tono con los corazones de los hombres, solo a él le corresponde
esa labor de curación. Pero, ¿qué herramienta deberá
llevar en las manos para no lastimar a los enfermos? La bondad. Y si
no fuera bastante con ella, la dulzura, que es la llave que abre corazones.
(Lo dicho te explicará y lo porvenir te irá diciendo por
qué sin ser yo un escritor profesional escribo libros que regalo
a los hombres).
«Si
bien fijamos -y esto lo digo contestando a lo que dices que no nos permiten
desarrollar nuestra obra bondadosa- veremos que nadie o
casi nadie nos prohibe hacer bien a nuestro prójimo. Lo que sucede
es que nuestro bien lo hacemos a gritos, no pocas veces
con escándalo y hasta con explosiones de bombas, y a eso no solo
le temen los gobernantes, sino los prójimos tímidos y
amables, por lo que estorbamos a los que tienen el poder en sus manos
y a los que a sí mismo se llaman tranquilos ciudadanos. No, no,
no es buena nuestra obra bondadosa, porque no debemos molestar a quienes
desean vivir en paz, y toda obra, para que sea bondadosa, debe hacerse
en bondad.
«Podría
suceder, sí, como supones, que desapareciéramos
del mundo por exterminio de nuestras personas, pero no desapareciéramos
por ser buenos, tenlo por bien seguro, sino por ser duros, ya que se
nos enfrentará una dureza más dura que la nuestra, o sea
que por ser guerreros y declararnos en permanente guerra, nos aniquilarán
otros guerreros que sean más duros y estén mejor pertrechados
que nosotros.
«Si
pensáramos bien æy pensar es la función humana por
excelenciaæ veríamos con calma que andamos extraviados
por el mundo, y que por no ser anarquista nuestra actitud, dura y guerrera,
necesitamos cambiar en bondad efectiva la bondad pregonada, porque no
solo nuestra palabra hablada, que no pocas veces es insultante y grosera,
sino nuestra palabra escrita, que parece atacada de beocia y de beodia,
causa estragos morales en las personas sensibles a las que les decimos
quererlas redimir.
«He
leído estos días una especie de balance que hace un grupo
que se dice anarquista internacional y revolucionario, quejándose
sus componentes de estar solos o casi solos, pues los viejos se mueren
y los jóvenes no llegan. Y... confieso que no he sabido si sentirlo
o alegrarme, sintiéndolo un poco porque se va perdiendo el nombre
del anarquista, amigo del respeto, de la libertad y de la belleza, y
alegrándome otro poco porque con ese ostracismo se entierra la
idea de un anarquismo terrorista que asusta a las gentes. Sí,
sí, no sé si sentirlo o alegrarme; pero al decirme a mí
mismo que el terrorismo no fue nunca anarquista, me repliego en mí
y me uno a las personas nobles y pacíficas que componen mi familia
amorosa, con la que vivo en perfecta armonía.
»También,
y en otra publicación que se apellida anarquista, acabo de leer
una incitación al atentado personal, que fue la obra de los nihilistas
rusos, en la que todos perecieron, lamentándose estos de ahora
de que no aparezcan hombres de la talla de los que por aquello de a
rey muerto, rey puesto, al morir Dato quedó Maura, que
fue el que hizo la terrible represión llamada de la Semana Trágica
de Barcelona, por la que murió Ferrer y yo, más modesto,
perdí mi plaza de telegrafista al tener que expatriarme a Francia.
¡Y tenía veinte años!
«Porque
la obsesión revolucionaria es fanática, los anarcosindicalistas
españoles enviaban a los jóvenes a los cuarteles creyendo
que podrían conquistar a los soldados para que se levantaran
en armas contra los oficiales, resultando que como la inexperiencia
de los jóvenes les hacía cometer actos de indisciplina
que las ordenanzas castigaban, terminaban todos o casi todos en los
regimientos de guarnición en África, donde no pocos se
quedaron para siempre. La gran equivocación de los revolucionarios
consistía en meter a los jóvenes en la boca del lobo,
porque el lobo los devoraba.
«Pero...
todavía recuerdo con cierto horror el atentado del Diana, en
Italia. Estaba Malatesta preso, y para protestar él mismo contra
su detención se había declarado en huelga de hambre. Las
publicaciones anarquistas pintaban con negras tintas los sufrimientos
del viejo luchador, diciendo que estaba a punto de morir, y un grupo
de jóvenes fanáticos, algunos de dieciséis años,
enardecidos, dispuso tirar una bomba en el teatro Diana en plena representación.
Los muertos fueron muchos, la protesta mundial escandalosa, y Malatesta,
que también al parecer se horrorizó, dio por terminada
su huelga de hambre en solidaridad con las víctimas del atentado,
sin pensar que las verdaderas víctimas habían sido aquellas
criaturas en cuyas manos algún fanático revolucionario
había puesto una bomba de dinamita.
«En
edades pasadas, la violencia de uno contra todos cumplió su misión;
pero estábamos llegando a una etapa en que la solidaridad parecía
ser la consecución de la finalidad humana. Y ahora, de pronto,
como si la humanidad hubiera sido atacada de locura, se suceden los
atentados personales de uno a otro polo, como si el furor fuera una
manifestación de alta moral, por lo que el hombre enfurecido
hubiera declarado sus enemigos a las demás criaturas del planeta
[...]»
Nos hubiera
gustado seguir reproduciendo textos seleccionados, pero sinceramente
lamentamos no poder hacerlo falta de espacio en estas páginas.
Os animamos a que siguáis leyendo en el libro, que con ese fin
lo hemos editado.
Amador
Notas
1
Estos libros vinieron en la donación que Félix Álvarez
Ferreras hizo a la FAL en 1994 y se consevan con el máximo cariño,
y están a diposición todo aquel que desee consultarlos.
Algunos llevan la firma de Deogracia, dedicados a Álvarez Ferreras.

2
Esperemos que la FAL, que es la que ahora los tiene, mantenga su firme
deber para que esos libros, como otros donados por otros compañeros,
no acaben «abandonados en un sótano cualquiera».
Este es uno de los grandes compromisos de la Fundación, que cada
vez tiene más responsabilidades ante la magna obra del proyecto
que emprendió hace años.
