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Cartas del exilio libertario

Álvarez Ferreras, Félix: Cartas del exilio libertario. Epístolas de anarquistas ilustres a través del mundo, Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2005.

La correspondencia, como lo que manifestamos oralmente en conversaciones privadas, suele ser más sincera y explícita sobre lo que pensamos de los hechos y acontecimientos que vivimos que los artículos que se escriben para publicar en los medios de comunicación.

La intrahistoria, el día a día de los compañeros, cómo viven, cómo se van construyendo sus casas, cómo muestran su anhelo por la lectura, con qué voluntad tratan de dar a conocer lo que saben, sus angustias vitales, sufrimientos, sinsabores, su desesperación ante la injusticia, enfrentamientos generacionales, luchas internas dentro de la propia organización..., se ve muy bien reflejada en estas misivas.

Son las cartas que durante sus años de exilio canadiense fue recibiendo Félix Álvarez Ferreras de compañeros como Víctor García, Federico Arcos, Eugen Relgis, Fontaura, Renée Lamberet, Carlos Peregrín Otero, Hermosa Plaja, Vladimiro Muñoz, Miguel Giménez Igualada, Francisco Deogracia... Guardadas con mucho cariño por el destinatario, hoy las damos conocer.

Agrada la gran cultura que tienen los compañeros, su amor y dedicación para aprender de todo, la cantidad de idiomas que saben hablar y escribir. Su peregrinar por uno y otro continente, cruzando fronteras para evitar la represión o salvar la vida, propio del ser humano desde que salió, según dicen los antropólogos, de África. De muy distintos rincones y culturas, la apasionada comunicación de compañeros, procedentes de diferentes países –casi todos huyendo de las barbaries autoritarias de uno u otro signo–, nos ilustrará sobre su vidas.

La intensa y constante labor para dar a conocer la historia, ideas y prácticas anarquistas, luchando contra todo, robando tiempo al sueño para que el proyecto editorial siga adelante, buscando recursos económicos, tan escasos siempre; estas son las fotografías de sus vidas, el constante fluir de unas vidas intensas de seres inquietos.

Faltos quizás de palabras para poder transmitir fielmente el mensaje de las cartas, preferimos extractar párrafos de algunas de ellas. No obstante, no todas los textos (algunos de ellos supremos) tienen la profundidad de análisis y pensamiento que mostramos en las siguientes líneas; hay algunos donde habla más del quehacer diario que de cuestiones más
trascendentales.

Una carta de Campio Carpio se expresa así: «Por eso digo que lo que importa es insistir. ¿Que uno se equivoca alguna vez? Bueno, se equivocan los que hacen algo. Los que critican solamente, sin hacer nada, ya no cuentan. El caso es hacer, como tú haces con La Escuela Moderna y la colaboración en nuestra prensa, que siempre leo con placer y con provecho personal porque aprende siempre uno de todos los que trabajan.»

El mismo Campio Carpio le decía en otra misiva: « Es muy tarde, son las 23 horas. Se siente el frío. Termino con un abrazo para vuestros “artistas gráficos”. Todo lo que tenga vinculación con la imprenta a mí me contagia. El olor a tinta me arrastra como la miel a las moscas. Desde que llegué aquí encontré mi hogar en La Protesta; el ruido de las máquinas (linotipos, dos máquinas planas, una caja de tipos móviles, dos guillotinas, una prensa, una Minerva, una abrochadora), el olor del aceite y del papel todavía lubrican mis células.»
Francisco Deogracia le escribe desde California lo siguiente: «Te diré que con motivo ya de mi edad avanzada (he cumplido 72 años) quiero dejar algo de lo que me pertenece, es decir, mis pequeños y grandes amigos, mis buenos compañeros de mi vida, mis libros. Voy mandándoselos al compañero Alejandro Lamela para que él se los entregue a las Juventudes Libertarias o a la C.N.T. Pero como tú eres uno de mis más apreciados amigos, digno de mis sentimientos, quiero hacerte don a ti también de algunos recuerdos de este viejecito insignificante que tanto te aprecia. Me dirás si posees ya estos libros y en caso negativo te los enviaré como aprecio que siento por ti. Estos volúmenes son los siguientes: El ingenioso hidalgo de La Mancha Don Quijote [sic], La gran revolución francesa, de Pedro Kropotkin, El proletariado militante, de Anselmo Lorenzo, El hombre y la tierra, de Eliseo Reclus; La geografía universal, de Eliseo Reclus.(1)

«Estos libros, con el conjunto de algunos más que suman más de 300 y que por espacio de unos 30 años he venido acumulando, han sido mis mejores consejeros, mis más firmes y sinceros amigos. Tengo además algunos en inglés que dejaré en herencia a mis hijos para que los lean cuando la oportunidad se les presente y el tiempo les sea más favorable... Esto no significa que yo me vaya a morir mañana, ¡no!, nada de eso, pero fatigado ya al extremo para prolongadas lecturas, y siendo que los libros no están hechos para adornar los escaparates y las viviendas y, contrariamente, sí para que sean leídos y comprendidos y despidan aroma y sabor, deseo que sean también vuestros buenos amigos como amigos míos fueron durante muchos años, y de los que me despido con tanta tristeza y tanto dolor ya que ellos me alentaron, me enseñaron y me pusieron por el buen camino de la vida. Algunas de estas personas de la localidad me ofrecieron precio para que se los vendiera y la promesa de ese odioso metal me sirvió como una bofetada en mi dignidad y honradez de hombre libre. Yo no los vendo porque no se vende a los amigos por todo el oro del mundo y porque los sacrificios que yo hice para adquirirlos no son tampoco vendibles. Deben ser regalados a los amigos y compañeros para que a su vez se eduquen y amplíen sus conocimientos antes que nos los pidan, ya que ese es el caminar de todo anarquista.»

Como venimos diciendo desde el inicio de esta reseña, son puras manifestaciones del amor por el conocimiento, la cultura y la transmisión de saberes propias del anarquismo. Deogracia no es un titulado de la sacrosanta universidad, es un trabajador de la metalurgia; no es ningún ilutrado docto universitario ni guardian de ningún centro oficial del saber; es un hombre de a pie enamorado de las letras y con un gran aprecio por el conocimiento.
En la carta siguiente, contestando a Félix, dice Deogracia: «Me agrada que te hayan gustado los libros que te mandé. Me siento satisfecho al comprobar que otros compañeros serán felices con ellos y porque sé que jamás serán abandonados en un sótano cualquiera.»(2)

Dice Vladimiro Muñoz: «Mi opinión sobre los que “claudicaron” es que no debemos de inquietarnos. Dieron lo que pudieron en su tiempo, luego murieron (les morte-vivants a que aludía Émile Armand).Tampoco debemos “inquietarnos” porque los hijos de los compañeros no sigan las ideas de los padres (el hijo de Mella fue luego gobernador en España), como tampoco deberían preocuparse los padres “autoritarios” porque algunos de sus hijos se hagan anarquistas. Los anarquistas son una familia de elección y no una familia sanguínea. Mejor que mejor si ambas familias se fusionan, como ocurre en escasos casos. Ninguno de los numerosos hijos de Tato es anarquista, aunque el pobre viejo siga solitario y firme con su Acracia hasta el ocaso. No por eso debemos dejar de querer y amar a esos hijos, al contrario, debemos ser indulgentes, pues fueron ganados por el ambiente poderoso (autoritario) que nos circunda.

[...]

No te inquietes porque los otros hayan claudicado; tú no has claudicado (eso es lo importante). Veo que los “claudicantes” tienen un magnifico bar privado, pero en sus casas no hay dignidad, pues como decía D’Amicis “una casa sin biblioteca es una casa sin dignidad”.

[...]

En cuanto al compañero Ledo, que se desespera porque nuestro ideal no se ha implantado, hay que entender que la Anarquía no está en puertas, tardará aún bastante tiempo; pero no luchamos por el Individuo en este sentido, sino por la Humanidad; la que a la postre será beneficiada de todos cuantos por ella lucharon a través de los siglos. Luchamos pues por dignidad y no por esperanza inmediata.

[...]

Mella mismo tiene muy buenas páginas sobre esto; resume que el hombre se debe al medio, lo forma el medio o lo desvía posteriormente el medio en que vive y muere. Muy pocos son los que nadan “contracorriente”. Supongamos que tú en vez de haber nacido en la buena familia en que naciste, hubieras nacido en otra completamente opuesta; te hubieras formado y educado de otra manera. No por eso deberíamos estimarte menos. Mirándolo bien deberíamos estimarte más, puesto que no habrías tenido la suerte de haber nacido en una buena familia.

[...]

Mirándolo bien, aún no representa ninguna ventaja tener profusión de “licorería” en la casa, auto en la puerta y otras materialidades. Somos más ricos que todas esas miserias si entendemos que tenemos un gran Ideal. Veamos un ejemplo: Una anciana compañera de los EE. UU. me va a regalar una colección completa de Mother Earth, la publicación de Emma Goldman. Pues bien, si me dijeran que en vez de ella se me regalaría el mejor coche del año 1969, rechazaría esta última oferta, y de nada tendría particularmente que quejarme, pues para mí representa una superlativa mayor riqueza poseer la colección citada que el auto en cuestión.»

Desde Madrid, en 1970, escribe Daniel Seijas Moure: «Por aquí se están escribiendo y publicando libros muy atrevidos, lo que pasa es que el pueblo español lee muy poco, de cada 100 libros, 90 se leen en Madrid y Barcelona, el resto solo en las demás partes de esta nación. El narcótico del fútbol, toros y televisión mantienen a la gente embobada. Creo que leer es asociarse ante todo a la existencia de sus semejantes y hacer acto de unión y de fraternidad con los hombres. El que lee, aunque se halle confinado en una aldea, vive del movimiento universal y puede decir como el hombre de Terencio que “nada humano me es indiferente”.

[...]

Recuerdo durante la Primera Guerra Mundial en Youngtown (Ohio), en un gran complejo metalúrgico que empezó a fabricar tanques de guerra, amigos españoles e italianos abandonamos el trabajo y fuimos al campo a trabajar en la construcción de carreteras, ganando menos; pero la colaboración con la guerra es un crimen y si los obreros de todo el mundo se negaran a fabricar armas, sinagogas y cinebarrios de todas las sectas, e incluso, como preconizaba Luis Bulffi hace 70 años, la huelga de vientres, habría menos esclavos; pero todos caemos en la trampa.

[...]

Mas para vencer a la violencia del Estado hace falta una super-violencia y lo que es más triste, después de la victoria, mantener esa violencia como en Rusia, aquí y en Cuba. La no colaboración en la vida burguesa sería una arma más eficaz. ¿Y la misma prensa, el cine, la televisión? ¿Quién las mantiene? El pueblo. ¿Todos los deportes? El pueblo. Habría que boicotear todo a fondo y el mundo cambiaría en poco tiempo y creo que cambiaría forzosamente [...]»

David Alonso, que firmaba con el sudónimo Don Nadie en Tierra y Libertad, de México, con la madurez que dan los años y la experiencia, dice en una de sus misivas en 1969, después de haber estado en España en el verano del 67: «La caída del régimen fascista en España vendrá sin auxilio de vuestro libro. Pero vuestro libro hará su labor en nuestro campo aun después de la caída del despotismo actual en España, pues la revolución social y la sociedad libertaria han de ser obra de muchos años o siglos, pues no pueden venir de un salto, puesto que vendrán con la evolución mental de las masas [...]»

Y sigue en otra: «Los cultores de una revolución violenta, algunos impregnados de humanos sentimientos pero equivocados, ignoran que, una revolución violenta, al triunfar, tiene que establecer la dictadura para defenderse contra sus enemigos apeados, y como nosotros somos enemigos de toda dictadura y nos vemos obligados a combatirla, seremos los primeros en ser eliminados por los nuevos dictadores.

«La cultura como tú bien dices, es la que ha de abrir al hombre la ruta de su libertad, de su paz, de su salvación. Cuando el hombre comprenda, crea o no en la anarquía, que su salvación estriba en el establecimiento de una sociedad libre, optará por cooperar con sus hombres para establecerla -cuando sepa que no existe otra ruta, otro ismo capaz de hacerle feliz-.»

Miguel Giménez Igualada en 1970, con motivo de la lectura del libro de Vicisitudes de la lucha, le escribe a su autor: «Tú alcanzaste en la vida a ser un “obrero metalúrgico”, pero yo no logré ni aun eso, porque fui un hombre sin oficio ni beneficio, viéndome precisado por ello a hacer de todo en la vida, desde vender puntillas por las calles (rendas les llaman en Portugal), a oficiar de charlatán en la puerta de un cine de feria, y desde chofer de taxi en una gran ciudad hasta encargado de cultivos en un Ingenio Azucarero. Una vez crié gallinas; otra, cerdos. y durante un tiempo fui hortelano. Sé, pues, el sabor que tiene la tierra y el que tienen los hombres. No pocas veces dormí debajo de un banco de una plaza o me refugié en algún portal abierto; nunca me acerqué a un asilo, prefiriendo taparme con la luz de las estrellas a revolcarme en la sordidez de una cama de todos. En esa universidad, en la que tuve muchos y variados maestros, me hice hombre.

[...]

En medio de ese mundo que pintas magistralmente, te tocó vivir, y lo realmente apreciable es que te salvaras, que te mantuvieras hombre. No vencido al mal, porque al mal no se le vence con fierezas; pero no te pervertiste, pues podías haber muerto para el bien y, sin embargo, te mantuviste en la bondad, buscando, todavía hoy, anheloso, más luz para tu mente y más bondad para tu corazón.

«Te sería utilísimo -y perdona que te diga estas cosas- que hicieras una rememoración de hechos, de tus hechos, de tu vida, y no releyendo lo que escribiste, sino yendo más a lo hondo; pasando revista mental a todo cuanto sentiste -yo hago eso con mucha frecuencia- para saber qué fue lo que te movió a ejecutar tal o cual acto, pero también, y ello es muy importante, cuáles fueron sus resultados. Si lo hicieras, encontrarías en tu vida lagunas morales que vas llenando ahora con tierra fértil, quiero decir, con sentimientos nobles y humanos que en ciertos momentos te faltaron, comprobando que cuando amaste, te amaron, y que cuando odiaste, te odiaron. Tus remembranzas de amores gustados en medio de la tormenta, te traen hoy a los labios agridulces sabores, que no dejas de gustar con fruición; las de los odios, te llenan el corazón de desconsuelos. Luego es verdad que el bien es lo que vale, lo único que tiene moral por ser también lo único con sentido humano. Lo demás, que fue tormenta de odios, el remolino de odios en que te viste envuelto se lo llevó, quedando solo jirones de ideologías que unos tras otros fueron pisoteando.
»No salvaste a nadie, piénsalo bien, y no hablo, tú lo comprendes, del que se está ahogando y se le tiende una mano, labor humana que todos o casi todos hacen; no, no salvaste a nadie, y menos a un pueblo. Los salvadores, si alguna vez existieron, se acabaron. Hubo, según nos dicen, un Salvador y lo crucificaron, que es lo que pudo haberte sucedido a ti, y cuando el Salvador murió, los hombres no salvados, continuaron su vida azarosa en infraterna. Yo creo que no podemos, ni nosotros no los que vengan, pasar a nado estos encrespados mares sociales, echándonos a hombros a todos los millares y millones de seres que se están ahogando por no saber nadar, y si, empecinados, tratásemos de hacerlo, sucumbiríamos, pues ni con las revueltas olas del mar ni con las enloquecidas olas humanas se puede jugar, porque todas absorben, destrozan, ahogan. A lo más que podemos llegar, si somos nadadores, es enseñar a nadar a los que no saben. Y aun eso, solamente a unos cuantos, a los que están más cerca de nosotros, pues ni nuestra palabra, ni nuestra enseñanza alcanza a los lejanos.

«Por eso, si tomaras como guía a nuestra razón, esta nos dice que las ideologías, que no son vida, sino lucubraciones de torpes ideólogos ænos engañan cuando nos hablan, sollozando o maldiciendo, de los dolores que debemos aplacar, y de los niños hambrientos que tenemos que alimentar, y de los fallos justos que nos es obligado pronunciaræ, y nos engañan porque no podemos ser los redentores de la humanidad. Si nos adjudicamos el papel de médicos del mundo, fracasaremos por imposibilidad de que la receta que le demos cure de sus males a las criaturas que llenan el planeta. Y el fracaso sería más sensible, porque si los que nos escucharan, nos tomaran por impostores al no cumplir lo que les prometimos, nosotros nos descorazonaríamos de tal modo que llegaríamos a acusarnos de impotencia y hasta de falsedad, apoderándonos de nosotros tal desconsuelo que nos hiciese desembocar en la misantropía, terminando por odiar a los que dijimos y quisimos amar, por lo que nos inutilizaríamos para toda acción noble. A aquella acción podríamos llamarla torpeza, pues torpe es el que por inhabilidad no cumple lo que prometió y se propuso; pero a la nuestra, a la propia y personal, deberíamos llamarla criminal, porque nos suicidaríamos moralmente ¡para siempre!, o volveríamos a caer en la ferocidad guerrera, que sería otro suicidio. (Tus quejas acerca de los muertos morales que te vas encontrando por todas partes, prueban mi aserto).

«No, no podemos, por mucho que lo deseemos, salvar a los hombres, y ese anarquismo salvador, o mesiánico, que pregonan unos cuantos enloquecidos revolucionarios, está condenado al más estrepitoso fracaso. Y lo están por dos fundamentalísimos motivos: primero, porque a ese que le llaman anarquismo, no lo es, y lo no humano no engendra criaturas humanas ni actos de humanidad; segundo, porque con la violencia se mata, pero no se educa. Porque si no es verdad que “la letra con sangre entra”, tampoco lo es que las ideas entran en los cerebros a martillazos o a bombazos.

«Pero si no podemos salvar a la humanidad, si podemos salvarnos nosotros, que somos parte de la humanidad. Y nos salvaremos en cuanto, por abandono de ideas redentoras que se nos fueron pegando por los caminos que transitamos, ya lavadas y limpias nuestras conciencias del polvo mesiánico, nos dediquemos a cuidar las que, virginales y puras, nacen en nosotros. A cuidarlas y a mejorarlas y hasta engalanarlas.

«Cuando contemplo el mundo, este mundo de redentores, me sacude un escalofrío, porque siendo como es cada redentor un fanático, y el fanático sufre de perversión del juicio, todos pervierten sus propios sentimientos, y, al convertirse en legisladores, todos nos dictan sus leyes. Ahora bien, la ley exige que haya verdugos que obliguen a cumplirla, regla de la que no escapa el revolucionario que, una vez triunfador, dicta su pavorosa ley y nombra a sus terribles verdugos para hacerla cumplir. Esto nos explica por qué el mesiánico legislador y fanático sea violento; sufre trastornos de su razón, y la falta de razonamiento sereno, le lleva a la locura, obrando sin conciencia por incapacidad de concebir al hombre libertado de la idea mesiánica, y quien no concibe al hombre libre, no puede amarlo; le falta la idea y el sentimiento de hermandad. Es decir, por no razonar cae en el absurdo. Y absurdo es que el hombre que se llama anarquista trate de imponer su ley a otros. Y eso le sucede æa él y a los demás atacados de mesianismoæ porque el fanático no se pertenece, no es él, sometido como se halla a una idea a causa redentora, en cuyo nombre obra. Y es que un fanático, aunque nos llame compañero, no es un hombre completo, un hombre cabal; es un enfermo. Tenemos, pues, que curarlo. La labor, nuestra labor anárquica, es por consiguiente, de desfanatización, que será tanto como de individualización, porque tanto como lo colectivo es violento por rebañego, lo individuado es libre y bondadoso. Por algo dijo aquel hombre maravilloso que fue Eliseo Reclus: “Si ha penetrado bastante el individualismo en los corazones, el próximo movimiento moral ya no podrá ser sofisticado. Trabajad, pues, hijos míos, en despertar lo más posible las conciencias individuales. La salvación se halla en las conciencias autónomas. Y como solo el anarquista æel que lo es y lo sienteæ puede penetrar en lo más hondo de los sentimientos humanos, porque nadie como él puede poner su corazón a tono con los corazones de los hombres, solo a él le corresponde esa labor de curación. Pero, ¿qué herramienta deberá llevar en las manos para no lastimar a los enfermos? La bondad. Y si no fuera bastante con ella, la dulzura, que es la llave que abre corazones. (Lo dicho te explicará y lo porvenir te irá diciendo por qué sin ser yo un escritor profesional escribo libros que regalo a los hombres).

«Si bien fijamos -y esto lo digo contestando a lo que dices que no nos permiten “desarrollar nuestra obra bondadosa”- veremos que nadie o casi nadie nos prohibe hacer bien a nuestro prójimo. Lo que sucede es que “nuestro bien” lo hacemos a gritos, no pocas veces con escándalo y hasta con explosiones de bombas, y a eso no solo le temen los gobernantes, sino los prójimos tímidos y amables, por lo que estorbamos a los que tienen el poder en sus manos y a los que a sí mismo se llaman tranquilos ciudadanos. No, no, no es buena nuestra obra bondadosa, porque no debemos molestar a quienes desean vivir en paz, y toda obra, para que sea bondadosa, debe hacerse en bondad.

«Podría suceder, sí, como supones, que “desapareciéramos del mundo” por exterminio de nuestras personas, pero no desapareciéramos por ser buenos, tenlo por bien seguro, sino por ser duros, ya que se nos enfrentará una dureza más dura que la nuestra, o sea que por ser guerreros y declararnos en permanente guerra, nos aniquilarán otros guerreros que sean más duros y estén mejor pertrechados que nosotros.

«Si pensáramos bien æy pensar es la función humana por excelenciaæ veríamos con calma que andamos extraviados por el mundo, y que por no ser anarquista nuestra actitud, dura y guerrera, necesitamos cambiar en bondad efectiva la bondad pregonada, porque no solo nuestra palabra hablada, que no pocas veces es insultante y grosera, sino nuestra palabra escrita, que parece atacada de beocia y de beodia, causa estragos morales en las personas sensibles a las que les decimos quererlas redimir.

«He leído estos días una especie de balance que hace un grupo que se dice anarquista internacional y revolucionario, quejándose sus componentes de estar solos o casi solos, pues los viejos se mueren y los jóvenes no llegan. Y... confieso que no he sabido si sentirlo o alegrarme, sintiéndolo un poco porque se va perdiendo el nombre del anarquista, amigo del respeto, de la libertad y de la belleza, y alegrándome otro poco porque con ese ostracismo se entierra la idea de un anarquismo terrorista que asusta a las gentes. Sí, sí, no sé si sentirlo o alegrarme; pero al decirme a mí mismo que el terrorismo no fue nunca anarquista, me repliego en mí y me uno a las personas nobles y pacíficas que componen mi familia amorosa, con la que vivo en perfecta armonía.

»También, y en otra publicación que se apellida anarquista, acabo de leer una incitación al atentado personal, que fue la obra de los nihilistas rusos, en la que todos perecieron, lamentándose estos de ahora de que no aparezcan hombres de la talla de los que por aquello de “a rey muerto, rey puesto”, al morir Dato quedó Maura, que fue el que hizo la terrible represión llamada de la Semana Trágica de Barcelona, por la que murió Ferrer y yo, más modesto, perdí mi plaza de telegrafista al tener que expatriarme a Francia. ¡Y tenía veinte años!

«Porque la obsesión revolucionaria es fanática, los anarcosindicalistas españoles enviaban a los jóvenes a los cuarteles creyendo que podrían conquistar a los soldados para que se levantaran en armas contra los oficiales, resultando que como la inexperiencia de los jóvenes les hacía cometer actos de indisciplina que las ordenanzas castigaban, terminaban todos o casi todos en los regimientos de guarnición en África, donde no pocos se quedaron para siempre. La gran equivocación de los revolucionarios consistía en meter a los jóvenes en la boca del lobo, porque el lobo los devoraba.

«Pero... todavía recuerdo con cierto horror el atentado del Diana, en Italia. Estaba Malatesta preso, y para protestar él mismo contra su detención se había declarado en huelga de hambre. Las publicaciones anarquistas pintaban con negras tintas los sufrimientos del viejo luchador, diciendo que estaba a punto de morir, y un grupo de jóvenes fanáticos, algunos de dieciséis años, enardecidos, dispuso tirar una bomba en el teatro Diana en plena representación. Los muertos fueron muchos, la protesta mundial escandalosa, y Malatesta, que también al parecer se horrorizó, dio por terminada su huelga de hambre en solidaridad con las víctimas del atentado, sin pensar que las verdaderas víctimas habían sido aquellas criaturas en cuyas manos algún fanático revolucionario había puesto una bomba de dinamita.

«En edades pasadas, la violencia de uno contra todos cumplió su misión; pero estábamos llegando a una etapa en que la solidaridad parecía ser la consecución de la finalidad humana. Y ahora, de pronto, como si la humanidad hubiera sido atacada de locura, se suceden los atentados personales de uno a otro polo, como si el furor fuera una manifestación de alta moral, por lo que el hombre enfurecido hubiera declarado sus enemigos a las demás criaturas del planeta [...]»

Nos hubiera gustado seguir reproduciendo textos seleccionados, pero sinceramente lamentamos no poder hacerlo falta de espacio en estas páginas. Os animamos a que siguáis leyendo en el libro, que con ese fin lo hemos editado.

Amador

Notas

1 Estos libros vinieron en la donación que Félix Álvarez Ferreras hizo a la FAL en 1994 y se consevan con el máximo cariño, y están a diposición todo aquel que desee consultarlos. Algunos llevan la firma de Deogracia, dedicados a Álvarez Ferreras.

2 Esperemos que la FAL, que es la que ahora los tiene, mantenga su firme deber para que esos libros, como otros donados por otros compañeros, no acaben «abandonados en un sótano cualquiera». Este es uno de los grandes compromisos de la Fundación, que cada vez tiene más responsabilidades ante la magna obra del proyecto que emprendió hace años.

 

2004 Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo l Contacto: fal@cnt.es