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Errico Malatesta e il movimento anarchico italiano e internazionale

Berti, Giampietro: Errico Malatesta e il movimento anarchico italiano e internazionale 1872-1932, Milán, FrancoAngeli, 2003 (Storia), 813 págs.

Rara vez un gobernador civil .dice la verdad. En el caso .del gobernador de Roma, esto es lo que ocurrió, o casi ocurrió en 1896. Se trata de la conclusión de la ficha biográfica de Errico Malatesta y que termina así: «Su actividad es inmensa, sus relaciones en el Reino extensísimas, y no hay grupo anarquista de relevancia que no tenga relación alguna con él, además, en general, la acción del partido al que pertenece está regulada por él». Y Nico Berti lo recuerda oportunamente (pág. 239). Así es como queda expresado en el informe del policía Ettore Prina que, por encargo directo de Giovanni Giolitti, le estaba pisando los talones. Es más, a principios de 1902, Prina escribe que Malatesta era «bastante culto, un fácil, convincente y refinado orador y de dialéctica cortante», aparte de «enérgico, activo, audaz y que apunta más allá de los simples atentados individuales» (pág. 345).

Se sabe que habitualmente las fuentes policiales deforman gravemente los informes sobre los militantes subversivos ya que sus descripciones están viciadas por muchos factores negativos: su visión miopemente represiva, el interés del confidente en exagerar el peligro para justificar su sueldo, la incapacidad de entender los problemas de un movimiento por el cual la gente se arriesga por razones éticas, y aun otros más. Berti lo sabe muy bien y lo destaca en varias ocasiones extrayendo todo lo que se puede de unas fuentes que ofrecen solamente una imagen parcial del personaje sobre la que trabaja el historiador.

Se puede decir, basándose en las casi ochocientas páginas escritas por Berti, que de personalidades como Malatesta no ha habido más que una y que resultará irrepetible e inimitable

De cualquier modo, estos informes policiales, redactados a caballo entre los dos siglos pasados, aciertan al valorar la relevancia del personaje más destacado y más importante, y no sólo por esto, de la historia del anarquismo en lengua italiana. Sin embargo, este es un discurso bastante obvio entre personas medianamente informadas acerca del movimiento anarquista. Aquello que emerge del enorme y del meticuloso trabajo de Nico Berti es la figura de un militante excepcional por su constancia en el compromiso, por la lucidez de sus propuestas en el movimiento y por la intuición de los problemas centrales en el difícil camino de las ideas y de las esperanzas de libertad. Se puede decir, basándose en las casi ochocientas páginas escritas por Berti, que de personalidades como Malatesta no ha habido más que una y que resultará irrepetible e inimitable.

El autor
Nico Berti es un historiador muy conocido y apreciado no sólo en el movimiento libertario sino también en el mundo académico, dentro del cual cuenta con admiradores pero también con críticos malévolos. Con etapas y actividades diversas puede decirse que está en activo dentro del movimiento desde hace más de treinta años. Berti ha tenido, y tiene aún, un puesto relevante en la producción de estudios e investigaciones sobre historia y teoría libertarias (hasta el punto de que hay quien lo ha definido, en los últimos años, como «un militante del pensamiento»). Baste pensar en el rol de promotor y coordinador nacional de la gran obra Dizionario biografico degli anarchici italiani, un trabajo imprescindible, resultado también del empeño de un centenar de estudiosos y un estimulo para posteriores investigaciones.

Debe destacarse, no sin importancia, que sus primeros estudios estuvieron dedicados a la clásica fractura de la Primera Internacional entre anarquistas y marxistas. Este problema ha estado, de hecho, en el centro de sus actividades como polemista y propagandista en el ámbito histórico durante la primera mitad de los años setenta. En tiempos del nuevo movimiento anarquista, surgido de las luchas estudiantiles y juveniles de 1968, Berti asumió el no fácil cometido de ratificar la insalvable fractura entre «socialismo autoritario» y «socialismo libertario» con decenas de conferencias por toda Italia. En el curso de este compromiso militante y cultural, ha subrayado cuán inconciliable resulta el marxismo, con su carga de autoritarismo y de centralismo, con una visión libertaria de las luchas de hoy y de la sociedad del mañana. Ha desarrollado, por tanto, una función de orientación hacia las nuevas generaciones de anarquistas activos que, a menudo, colaboran en las iniciativas locales de grupos extraparlamentarios, más o menos marxistas, como la ambivalente Lotta Continua. No le resultó extraña, en aquel contexto, una aproximación vagamente sectaria para remarcar la dimensión ética y el orgullo de una elección antiautoritaria que había costado a muchos compañeros sacrificios y, en ocasiones, la propia vida. De Bakunin a Majno, de Kronstadt a Barcelona, los conflictos trágicos dentro del socialismo eran evocados por él con vigor y los relacionaba con las fracturas ideológicas consideradas, casi siempre con razón, como insalvables.

Nico ha estado además entre los promotores intelectuales de varios convenios ad hoc organizados por el Centro Studi Libertari de Milán, un ámbito en el cual, todavía hoy, presenta sus trabajos más recientes. Durante una decena de años, hasta la mitad de los años ochenta, las citas del CSL han constituido una original «escuela de cuadros» para los militantes sensibilizados con los enfrentamientos teóricos y la redefinición del anarquismo en el mundo actual. Tal vez, por parte del mismo Berti, ha faltado la animosidad (pero los años pasan para todos...) expresa contra el marxismo cuando se trataba de enfrentarse con ideas y exponentes del mundo liberal o liberalizante. Aunque si su recorrido crítico y autocrítico se desarrolla indudablemente en el interior del pensamiento anarquista, y su propia identidad reivindicada tradicionalmente es su confirmación, muchas de sus revisiones de los clásicos fundamentales del anarquismo, por más que sean legítimas y originales, parecen resentirse de la «indiscreta fascinación del liberalismo».

Mientras tanto, el fin sin gloria del socialismo de Estado ha confirmado el juicio negativo expresado (con un alto coste de incomprensión y de aislamiento por parte del proletariado) ya en los albores de la Revolución rusa por algunos anarquistas como Luigi Fabbri; al mismo tiempo que la victoria del capitalismo (la «victoria aplastante»,(1) diría Nico) está cambiando las reglas de juego para el anarquismo, tanto más para aquél entendido en sentido revolucionario. Ahora, Berti lo sostiene indirectamente incluso a través de análisis históricos y filosóficos, que regala sin avaricia (véase el monumental Il pensiero anarchico dal settecento al novecento, Piero Lacaita, 1998), en los cuales se puede entrever su búsqueda sobre antecedentes ilustres, como sería la biografía de Francesco Saverio Merlino (Franco Angeli, 1993), de la que legitimó la crítica de los métodos actuales y de las perspectivas políticas del movimiento.
Se puede estar de acuerdo o disentir de muchas de sus afirmaciones, a veces perentorias e incluso provocativas, pero no es posible desconocer la contribución fundamental aportada al debate de las ideas anarquistas de ayer y, quizás con un tono forzado, de las de hoy. En cualquier caso, cabe destacar que el carácter crítico y sin prejuicios de sus estudios abona, a mi parecer involuntariamente, un terreno precioso para quien, dentro y fuera de las revistas libertarias, intenta restar valor al componente subversivo del anarquismo. La fundada constatación bertiana de fracasos y errores, incluso en el corpus teórico y militante de Malatesta, empuja en realidad a los estudiosos, substancialmente liberales y «detractores» del socialismo anarquista, a presionar para depurar el anarquismo de las escorias clasistas y revolucionarias, y para hacer que sea absorbido por un reformismo liberalizante bastante más coherente con el sistema vigente.

Una etapa con Malatesta
Este libro representa la culminación de un recorrido a través de decenas de estudios y reflexiones que, tratándose de la frenética actividad malatestiana, se articula entorno a temas cruciales para la identidad y las expectativas anarquistas. Después del análisis de la personalidad merliniana, culta y refinada pero impregnada de moderantismo y legalitarismo, a partir de finales del siglo xix el trabajo sobre Malatesta ofrece un punto de partida para otras consideraciones teóricas que impresionan por la dureza y, algunas veces, por la polémica abierta con algunas posiciones declamadas por el mismo Berti, en los años setenta, con un vigor incluso excesivo.

Un primer nudo temático es el de la «incoherencia revolucionaria», una especie de contradicción fatal que evoca «el pecado original» de los cristianos, o bien, según se elija, alguna maldición diabólica. Recalquemos el razonamiento bertiano: los anarquistas, en cuanto tal, tienen que ser revolucionarios; los revolucionarios, en cuanto tal, tienen que cumplir actos autoritarios, es decir, contrarios a los principios anarquistas. La consecuencia fundada, aunque incómoda de estas afirmaciones, llevaría directamente a la negación de cualquier posible coherencia entre teoría y práctica anarquistas, o mejor dicho, a la crisis de credibilidad del comportamiento anarquista. (Desconsideramos el hecho de que tal contradicción hubiese sido denunciada, con intentos difamatorios, por un tal Friedrich Engels, en la famosa polémica contra la Primera Internacional en España y también la participación de sus afiliados en las revueltas sociales de 1873-1874).

Es una crítica que, si es conducida tal y como hace algún observador interesado, con intentos desmitificadores, o con cinismo, llevaría hasta la irrisión de los esfuerzos propios y ajenos, para conducir una lucha en nombre de los principios anarquistas de la libertad y la igualdad. De hecho, sería inútil dedicar hoy, pero también en el pasado, energías a un proyecto que parte de principios libertarios pero que para caminar tiene que endosarse las botas del militarismo y de la violencia. Cuando el movimiento rechaza, y Berti lo sabe bien, aceptar la lógica política de «el fin justifica los medios» y, además, pretende ver en los medios la anticipación concreta y reveladora de los verdaderos fines, más allá de aquellos declarados, una grave incoherencia en este ámbito mina la misma base de la credibilidad del discurso anarquista.

Recogiendo los términos del volumen aquí considerado, Malatesta declaraba que quería liberar a la humanidad oprimida dando vida a hechos antiestatales (como es el caso de la Banda del Matese del 1877)(2) o incentivando revueltas espontáneas populares (como la Semana Roja de 1914) y a tal objetivo consagró su propia «indómita voluntad revolucionaria» –para usar la expresión bertiana–.

Aplicando a Errico el esquema suscitado, se podría deducir que, a fin de cuentas, era un iluso o un memo, es decir, uno que se agitaba desesperadamente para entrar luego en un callejón sin salida; o bien, uno que no era consciente de lo que estaba haciendo puesto que no sabía utilizar un método racional.

Berti no llega nunca, y esto no tiene que sorprender, a afirmaciones tan perentorias o poco aceptables en el interior de una perspectiva libertaria, no obstante, deja abierto el campo a las deducciones más diversas y negativas para el desarrollo del anarquismo, tanto como pensamiento como movimiento. La solución implícita a tal contradicción insostenible sería la de desenganchar al anarquismo de las veleidades revolucionarias y convertirlo en un movimiento para la mejora y la defensa de las libertades existentes, un conjunto de actividades de crítica a las degeneraciones del Estado sin ambición de querer derrocarlo. El objetivo de la destrucción del poder estatal quedaría olvidado, o archivado, ya fuese por el convencimiento de que eso sería presagio de autoritarismo (y de masacres), ya fuese por la falta de un modelo social alternativo creíble.

La «política»
Por otra parte, esta crítica radical se une a otra reflexión sobre una grave carencia del movimiento anarquista y del mismo Malatesta: la cuestión política. Para Berti, cuando Malatesta considera necesaria la revolución permanente acaba «a pesar suyo, arrojando luz a la falta de una ciencia política anarquista derivada de la objetiva subalterneidad política del anarquismo» (pág. 764). Por falta de medios, y sobretodo de voluntad, no quisieron imponer nada a nadie, y ni siquiera agradecerían que otros impusiesen sus propios valores autoritarios. En esto, Berti ve un «retorno a la espontaneidad», un «acto de confianza» en las masas que, liberadas de la opresión capitalista, estarían capacitadas para realizar la revolución aceptando las propuestas de los anarquistas. Malatesta lo repite: a los anarquistas les espera, después de la caída del régimen capitalista, el único deber de dar ejemplo y de experimentar la validez de sus hipótesis de organización social. Ahora la subalterneidad del movimiento específico consistiría en la crítica constante de quien guía la revolución, pero justamente la crítica constante, incluso con la fuerza necesaria, desmiente cualquier subalterneidad: el subalterno obedece, o en cualquier caso no obstaculiza, a quien dirige. Quien lucha y protesta no tiene por qué ser considerado «subalterno» –término entendido como sinónimo de dependiente o sumiso–. Quizá, para no ser uno un subalterno ¿se debería aplastar al gobierno y tomar
el poder?

Por otra parte, Berti no especifica bien qué entiende por política. Para Malatesta era la lucha contra cualquier gobierno, posiblemente para el autor del estudio más profundo sobre el pensamiento y la acción malatestiana ¿sería la política la lucha por un nuevo gobierno, o por una participación en el gobierno junto a otros? Si mal no recuerdo, también en los debates sobre la experiencia española llevados a cabo hace un año, Berti sostuvo que la derrota de los anarquistas españoles, y de los catalanes en particular, se debía a la carencia teórico-práctica, es decir, a la ausencia de esta famosa (o humosa) «ciencia política». Acerca de este tema, Joan García Oliver no tuvo temor en apoyar la «vía de la dictadura anarquista». ¿Es un ejemplo de «ciencia política»? A una pregunta específica, Nico respondió que se trataba de un error en la elección de las alianzas, es decir, que no se había apoyado suficientemente a aquellos republicanos que querían combatir la supremacía comunista que se estaba perfilando netamente y de forma inmediata después de julio de 1936. En aquel enfrentamiento de ideas, desgraciadamente, el contexto español resultaba algo esquematizado, casi reducido a un ejemplo didáctico y cómodo, pero por su contenido bastante alejado de la realidad concreta del país y del momento.
Cuando el libro se cimienta con las declaraciones malatestianas sobre la revolución y sobre la violencia, nuestro Errico se queda corto: parece un ingenuo utópico con tendencias fehacientes y simplistas, un personaje incierto y confuso que no sabe afrontar dignamente las contradicciones teóricas. Igualmente, aparece anclado en «la aplicación dogmática del paradigma ideológico anarquista» (pág. 737) cuando tiene que valorar el naciente fascismo, mientras que ya había demostrado una grave «subestimación del reformismo liberal» (pág. 324) de Giovanni Giolitti, contando además con la atenuante de la larga ausencia de Italia.

En resumen, a pesar de la larga experiencia de líder, el anglo napolitano suspenderá el examen de «permiso de guía revolucionario» tanto en la preparación teórica como en la prueba práctica. Podría decirse que no resulta tan grave. Los anarquistas no tienen mitos apriorísticos para defender, y mucho menos monumentos o iconos sagrados que adorar. Sin embargo, el discurso se vuelve más pesado cuando de la demolición de la lucidez del anglo napolitano se pasa, a lo mejor sin un conocimiento completo, a vaciar de sentido los intentos, históricos y actuales, para hacer coherentes los medios con los fines, es decir, dar una perspectiva sostenible a un movimiento que se enfrenta a las escasas posibilidades de incidir realmente sobre la realidad social.

Queda, por tanto, una duda apremiante. ¿Hay una conclusión política en el discurso de Berti después de los exhaustivos estudios y de las reflexiones articuladas también en Malatesta? ¿Se trata, quizás, de una imposibilidad estructural para los anarquistas de ayer, pero todavía más para los de hoy, de contar con algún rol en la transformación social? Cierto. Éstas son más bien observaciones de tipo militante que consideraciones estrictamente históricas, sin embargo, dado el contexto en el cual surgen, me parecen legítimas, además de oportunas.

En conjunto, más allá de la polémica sobre el alcance político de este importante escrito bertiano, existen partes bastante útiles y convincentes en la presentación de contextos sociales y políticos frecuentados por el célebre Errico: desde la efervescente Ancona prebélica (con la insurrección de junio de 1914) hasta el individualismo milanés rebelde y peligroso (la masacre del Diana de 1921); desde las redacciones de numerosos periódicos, a menudo efímeros, pero llenos de contenidos, hasta el único diario en lengua italiana (Umanità Nova 1920-1922); desde los ambientes de procedencia de los «terroristas justicieros» (Michele Angiolillo en 1897, Gaetano Bresci en 1900) hasta la ocupación semirevolucionaria de las fábricas (agosto-septiembre 1920). Además, ciertos temas cruciales para la comprensión del anarquismo, no sólo del italiano, son tratados con singular pericia y con una aguda introspección –efectos positivos también de la pasada militancia–. Cito sólo algunos de ellos: la organización específica entre vanguardia y «minoría agente», el sindicalismo como un campo de solidaridad de clase y de preparación de los trabajadores para la sociedad futura (con el corolario de la unidad sindical antipartidista), el sistema electoral como un peligro de ilusión y de corrupción para los explotados, el amor por la humanidad entera como alternativa ética libertaria, tanto a la infelicidad determinada por el sistema capitalista, como a la exaltación del odio, fuente de degeneración fanática.

De todas maneras, sorprende la definición de «revolucionario de profesión» (pág. 349), por su anomalía (pág. 350), propinada a Malatesta de un modo por lo menos impropio. Si él recibió, durante períodos excepcionales, compensaciones económicas por su actividad periodística a jornada completa, se mostró dispuesto a mantenerse con trabajos temporales o con el de mayor duración, el de mecánico electricista. También en él estaba presente la constante crítica anarquista hacia los burócratas sindicales y los funcionarios socialistas y comunistas, gente que, por incapacidad propia o por conveniencia, eran dependientes de la organización. Si Berti quería poner en evidencia, tal y como parece, la realidad de «un individuo que se dedicó plenamente a sus propios ideales» (pág. 349), hubiese resultado quizás más adecuado considerar al biografiado como un «revolucionario existencial», o bien, de un nivel similar, como un «revolucionario apasionado».

Claudio Venza
(Traducción del italiano por Sonia Pomares)

 

Notas

1 En el italiano original se usa un neologismo introducido por Nico Berti, la stravittoria.

2 La Banda del Matese fue un intento insurreccional guiado por Errico Malatesta, en el sur de Italia en 1877, con una expedición de un centenar de militantes en una zona de campesinos explotados. Se realizaron acciones como el incendio de los archivos comunales y de documentos de propiedad de la tierra. Gracias a estos hechos los anarquistas consiguieron ganar simpatías entre las clases pobres.

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