Carta
XVI
Los anarquistas
El tiempo
pasa, pero hay modos de actuar que permanecen. El Estado no tiene escrúpulos
en los modos de reprimir cualquier movimiento que cuestione el orden
autoritario e irracional que impera en las sociedades contemporáneas.
Uno de los últimos episodios lo constituyen los sucesos de Salónica
en 2003, donde el Estado griego ha organizado un entramado de mentiras
para implicar a un grupo de activistas antiglobalización que se manifestaban
durante la Cumbre Europea de Jefes de Estado. Entre ellos se encuentra
el compañero de CNT Carlos Martín. De momento, la respuesta internacional
ha sido de apoyo incondicional y se ha denunciado el atropello cometido,
gracias a lo cual se han conseguido medidas a favor de los encausados,
aunque todavía está pendiente de producirse una solución definitiva.
Desde Bicel queremos rendir un pequeño homenaje tanto a los encausados
como a sus familiares y amigos, y mostrar nuestro apoyo a las movilizaciones
que demandan la libertad sin cargos de todos los implicados. Para ello
recuperamos un pasaje de los recuerdos de Carmen de Burgos, Colombine,
mujer avanzada en los albores del siglo xx, gran escritora y una de
las pioneras en los movimientos por la emancipación femenina en España.
Zanasis
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¿Por
qué los tipos de dolor supremo los encarna siempre la leyenda
en una mujer? Lo ignoro; pero quizá la excesiva sensibilidad
femenina nos hace predilectos del dolor, sentimientos de orden más
elevado que los placeres. Hay millones de sufrimientos ignorados, de
abnegaciones heroicas, de verdaderos sacrificios, de dramas sencillos
y vulgares que ponen en crucifixión un corazón de mujer.
Hoy he
conocido uno de estos dramas; vengo de visitar a Natalia Vallina, la
hermana del anarquista preso aquí en unión de Malato y
otros compañeros a causa de la bomba de la Rue de Rivoli.
La señorita
Vallina es una mujer que frisa en los cuarenta años, alta, un
poco gruesa, de fisonomía dulce y aspecto sencillo. Tiene todo
el tipo de la señora de nuestros pueblos andaluces y toda la
hermosa ingenuidad de las españolas.
Ha dejado la patria, las comodidades, la familia y las amigas para venir
a cuidar a su hermano. Toda la ternura reconcentrada en su corazón
es este niño, el menor de la familia, al que ella, en su sencillez
primitiva, miraba con el respeto cariñoso que inspiran los seres
superiores.
Con esta
mujer no se puede hablar más que de sentimiento; fuera de esto
lo ignora todo. Su hermano es para ella inocente y lo asegura con tal
convicción que logra inculcarla en el ánimo de los que
la escuchan. Su amor la lleva a creerse ella la culpable de todo.
Se acusa
de haber dejado a un muchacho joven expuesto a los peligros de su inexperiencia,
cuando le enviaron a estudiar a Madrid con la legítima aspiración
de asegurar su suerte; pero por un contraste notable encuentra muy naturales
los sentimientos de su hermano. ¿Acaso un hombre de talento puede
ver sin protesta la organización de nuestra sociedad? En un cerebro
joven no caben ideas arcaicas; tienen que vivir en él las teorías
más libres y más avanzadas, y cuando este cerebro pertenece
a un hombre de sensibilidad exaltada, naturaleza soñadora y temperamento
impulsivo, no es extraño que a la vista de una injusticia cometa
imprudencias que le hagan sospechoso a los que desean alimentar el fantasma
del anarquismo a cuya sombra medran.
Tal es
en síntesis la creencia de esta buena mujer, que apenas ella
acierta a expresar.
Mi
hermano ignoraba añade la venida del rey de Italia
y sin embargo lo tuvieron preso durante su estancia aquí. Ocho
días antes de llegar Alfonso XIII, todos los sospechosos de anarquismo
se encontraban en la cárcel de la libre república. ¿Cómo
pueden ser culpables de nada?
Afirma que no son ciertas muchas de las declaraciones que se atribuyen
a su hermano.
Los
periódicos dice han sido engañados o han mentido
mucho. Los que desean confesiones, cuando no las tienen las inventan.
Tiene absoluta confianza en la absolución de su hermano, culpable
sólo de ideas. ¿Acaso es delito permitirse el lujo de
tener ideas aquí donde hay tanto cerebro vacío? Ella no
gestiona nada cerca de los tribunales; su misión se reduce a
cuidar al preso; le lleva todos los días la comida hecha por
ella misma, le mima como a un hijo pequeñuelo. Hasta la policía
que la vigila está admirada de la abnegación de esta mujer
y el juez le ha dicho al acusado: «Su hermana es una santa».
Hay que
verla en un pobre cuartucho de una calle apartada, careciendo hasta
de lo más preciso, imponiéndose toda clase de privaciones,
para comprender lo que esta mujer ama y sufre.
Si
le condenaran dice estremeciéndose, yo le acompañaría
a todas partes; nuestros padres no carecen de nada, mi otro hermano
está con ellos; éste no tiene a nadie más que a
mí.
¿Admite
usted la posibilidad de que le condenen? le pregunté.
¡Oh!
No, no, es sólo una suposición. No puede condenarse a
un inocente... ¡Si eso fuera!... ¡España! ¡Francia!...
Veo brillar
un rayo de odio en sus ojos dulces; es el germen de protesta de toda
alma noble contra la injusticia. ¿Acaso no es esto lo que engendra
el anarquismo?
No quise
molestar más a esa alma sencilla con la cruel curiosidad de publicista
que penetra en el cerebro y en el corazón evocando recuerdos
y dolores; pero he formado el propósito de acudir a la sala de
audiencia de París a presenciar 1a vista del proceso; interesada
por el sufrimiento de esta pobre compatriota nuestra, que llora entre
las brumas y la glacial indiferencia del mundo parisién.
Hoy ha empezado la vista.
La sala
estaba llena de público, entre el que había muchas señoras.
Ya sabrá usted que las damas tienen tanta afición a venir
aquí, que los modistos estudian el color de los trajes a propósito
para que hagan efecto cerca de las togas de los magistrados. He visto
con pena en todas partes con qué avidez busca el público
femenino los relatos de crímenes y horrores; les interesan más
que política, ciencia y arte. Creo que hay quien desea todos
los días una catástrofe horrenda por sentir el gusto de
compadecer.
Vallina
entró el primero. Es de regular estatura, delgado, nervioso y
en la mirada dulce de sus ojos claros hay mucho de soñador, de
iluminado. Detrás de él apareció Harweiy, cuyos
largos cabellos de plata contrastan con la fresca encarnación
del rostro y la rubia barba.
A Malato
lo conocía ya por sus retratos y sus obras; es un tipo franco,
abierto, de simpática e inteligente fisonomía. En cuanto
a Caussanel, viejo soldado del Imperio, encanecido en las nieves de
Rusia, luce su gran bigote y su aire marcial.
Los cuatro
acusados han estafado al público; no se ajustan al patrón
de un anarquista: nada de barbas hirsutas y rostros patibularios; Vallina
parece un joven romántico, Harweiy un honradote suizo, Malato
un hombre de sociedad, y Caussanel un veterano de los que han honrado
a Francia. ¡Cuánto desencanto para los que esperaban ver
los rostros de regicidas feroces, destructores de la sociedad, etc.,
etc., etc.!
El acta
de acusación ha sido interminable, fastidiosa, y ha provocado
la protesta del público. Causaba indignación escuchar
que se acusa injuriando y que por un abuso de la respetabilidad de la
justicia se dijera: «Caussanel es un individuo de inteligencia
mediocre», o de Malato «Es un literatuelo demasiado inexperto
hasta en la anarquía y el crimen».
De los
escaños ha salido una voz exclamando
Eso
es un escándalo.
Resumía el pensamiento de todo el público. Ni eso es digno,
ni tiene relación con lo que se discute.
En suma,
resultan los cuatro acusados cómplices en la tentativa de asesinato
cometida contra el Rey de España, el Presidente de la República
de Francia y un ciento de personas más. Vallina y Harweiy son
también acusados de retener y fabricar materias explosivas. El
interrogatorio dio resultado honroso para los acusados. Vallina estudió
medicina y es un químico notable; Harweiy ha estudiado en Oxford,
ha estado en Oriente y posee grandes conocimientos en filosofía,
historia, sociología y religión. En cuanto a Malato su
personalidad de escritor nos es bien conocida.
Ninguno
de los cuatro negó sus ideas ni su amistad; y sufrieron como
héroes el desfile de gente policíaca, con sus contradicciones
y falsedades, toda una novela inventada con arte para copar huéspedes
incómodos, pero con la inesperada aparición del misterioso
Ferraz ha podido tener resultados lamentables.
La impresión
no ha podido ser más favorable a los presos y confío en
su próxima libertad. La opinión se ha manifestado muy
clara hoy en su fallo y no creo que los jueces se atrevan a ir contra
ella.
Sabrá
usted, como yo, el desenlace por la prensa; porque mañana mismo
dejo París en busca de más aire, más luz y ambiente
más puro.
París,
30 de noviembre [1905]. (1)
(1) Los
cuatro acusados fueron absueltos.
Carmen
de Burgos