A
la revolución por la cultura
NAVARRO
NAVARRO, Javier: A la revolución por la cultura. Prácticas culturales
y sociabilidad libertarias en el País Valenciano, 1931-1939, Valencia,
Universitat de Valencia, 2004, 406 págs. Precio: 24,00 euros
En
el transcurso de estos últimos doce meses, en los que han sucedido
muchas cosas dignas de mención, han ido apareciendo también,
en este país, una serie de libros sobre el anarquismo que han
centrado su interés en el período republicano, unos años
cruciales en los que el movimiento anarquista, después de un
desarrollo político-social y cultural de más de sesenta
años, había dado sobradas muestras de una vitalidad revolucionaria
sorprendente en una ideología que tradicionalmente ha sido considerada
poco consistente para desarrollar una teoría lo bastante coherente
para llevar a la práctica sus propuestas.
El primer
libro que apareció fue el de Ana Monjo(1)
, unos meses más tarde apareció el de Eulalia Vega(2),
y por último se publicó el de Javier Navarro (3).
Los dos primeros están enfocados desde una perspectiva político-social
aunque sus enfoques sean muy dispares, como luego veremos
mientras que el tercero analiza fundamentalmente la vertiente cultural
del anarquismo en su acepción más amplia, es decir, sus
formas organizativas y las relaciones que se anudaban entre los diferentes
grupos y ateneos. En resumen, el sustrato imprescindible para poder
encarar con alguna probabilidad de éxito una transformación
revolucionaria de la sociedad.
El libro
de Ana Monjo es el resultado de su tesis doctoral, un estudio de la
CNT durante la Segunda República, el cual va precedido de un
sustancioso prólogo de Fontana; si bien para este prestigioso
historiador es válida la crítica histórica a la
trayectoria de la CNT: «La CNT pot semblar així un organisme
que no ha aconseguit desemvolupar els mecanismes de democràcia
interna que havien de permetre que les decisions es generessin de baix
cap a dalt, sinó que funcionava amb dos nivells diferents: un
que tenia sobretot la funció d'ocupar-se de les qüestions
laborals pròpies del sindicat i un segon, que no estava ben engranat
amb l'estructura sindical de base, que assumia la discussió ideològica
i prenia les decisions que tenen a veure amb els propòsits de
transformació revolucionària de la societat»(4),
arremete, sin embargo, contra aquellos que esbozan su crítica
a las manipulaciones historiográficas de la Academia, especialmente
contra Miguel Amorós(5),
del cual afirma sin citar su nombre que se expresa en términos
sectarios y con una injustificada desconfianza de la historiografía
universitaria; no obstante, para aquellos que estén familiarizados
con ésta, es casi seguro que estarán de acuerdo con las
afirmaciones de Amorós: «El papel que desempeña
la revisión historiográfica moderna consiste en proporcionar
una visión de la historia tan en la perspectiva del pensamiento
dominante que el pasado resulte un ensayo más o menos imperfecto,
más o menos fallido, del presente(6)»
. Sin embargo, no tengo inconveniente en aplaudirle cuando considera
que el señor Seidman un académico norteamericano
sólo sabe hacer construcciones vacías de contenido, aunque
maneje una documentación tan abundante como para llenar varios
edificios, pero el viejo profesor Fontana parece no darse cuenta de
que Seidman no es más que el resultado previsible de una colonización
de nuestra historia llevada a cabo por universitarios «progresistas»
de allende los mares, los cuales se acercaron al anarquismo español
con la misma mirada que un naturalista se acercaría a una especie
exótica y muy poco conocida. Serían los primeros intentos
de la liquidación intelectual de la ideología anarquista
y sus trabajos y conclusiones movimiento pre-político,
movimiento milenarista, aventurerismo revolucionario, etcétera
fueron recogidos con alborozo por los académicos españoles
que de esta forma veían facilitada su labor prestigiando sus
propias conclusiones. Los historiadores «progresistas» están
siendo sustituidos por los «neoliberales», cuya misión
es acabar de dar forma al edificio histórico, absolutamente vacío
de contenido inteligible, aunque, eso sí, desde una estricta
visión «científica» de la historia social,
pero en este caso se incluyen, además del anarquismo, otros aspectos
del devenir histórico de este país, con lo cual se intenta
liquidar los últimos residuos históricos del estercolero
que habían fabricado los historiadores autóctonos.
No dudamos
de que muchos de aquellos que vivieron en primera persona los convulsos
años republicanos e intentaron ofrecer una cierta resistencia
a las agresiones del Capital y del Estado, verían con estupor
cómo algunos historiadores e historiadoras se dedican desde la
trinchera de sus poltronas a vaciar de contenido estas luchas llevadas
a cabo, en muchos casos, con enormes dificultades y un gran esfuerzo
por reivindicar unos derechos que le eran sistemáticamente negados.
Precisamente
el libro de Ana Monjo es una muestra más de este intento de escamotear
el verdadero sentido de las luchas que se sucedieron durante esos años;
intentos iniciados por Brenan y continuados por Brademas y los sucesivos
historiadores «oficiales» que han repetido insistentemente
las mismas tesis. En primer lugar, Ana Monjo necesita revalidar el carácter
de barómetro sociológico de las elecciones de cualquier
tipo que sean: parlamentarias, municipales, etcétera para
reafirmarlas: «En definitiva, el proletariat accepta el sistema
parlamentari i demostra la seva adhesió votant, quan entreveu
la possibilitat que el guany d'una determinada formació politica
en un comici concret, pot canviar la seva situació d'explotació
i miseria»(7).
Partiendo
de esta afirmación tan banal, uno ya puede imaginarse qué
puede esperar de un estudio que se basa en teorías tan simples.
El libro da la triste impresión de que la autora no sólo
no ha entendido absolutamente nada, sino que además utiliza la
confusión mental en la que se debate para hacer afirmaciones
gratuitas, apoyándose, si eso le parece necesario, en estudios
anteriores que utilizan una metodología parecida. Así,
en la página 77(8),
siguiendo la senda trazada por Ullman , que afirmaba que el éxito
del anarquismo se debió «a la incapacidad del movimiento
obrero para incrustarse como fuerza independiente en la sociedad catalana
y obtener el apoyo masivo de los obreros, al demostrarles su decisión
y capacidad al defender las peticiones de mejoras de salarios y condiciones
de trabajo» (página 29); Ana Monjo afirma a su vez que:
«Així doncs lentrada massiva danarquistes a
Solidaridad Obrera va ser un factor decisiu per a la continuada preponderància
de lanarquisme en el moviment obrer»(9)
. Es decir, que los anarquistas no solamente no hicieron nada por estructurar
orgánicamente al movimiento obrero, sino que fueron una especie
de parásitos que estaban esperando que los obreros, ingenuos
ellos, formaran sus estructuras organizativas para incrustarse en ellas
y succionar sus energías
No dudamos
de que muchos de aquellos que vivieron en primera persona los convulsos
años republicanos e intentaron ofrecer una cierta resistencia
a las agresiones del Capital y del Estado, verían con estupor
cómo algunos historiadores e historiadoras se dedican desde la
trinchera de sus poltronas a vaciar de contenido estas luchas llevadas
a cabo, en muchos casos, con enormes dificultades y un gran esfuerzo
por reivindicar unos derechos que le eran sistemáticamente negados
para llevar
a cabo sus tétricas manipulaciones «aventuristas».
No obstante, en el aspecto técnico nada puede reprocharse a la
autora, en realiad lleva a cabo con una gran pulcritud una detallada
descripción de los cometidos que le estaban encomendados a cada
uno de los niveles organizativos de la CNT, desde el Comité Nacional
hasta la sección sindical, pasando por cada una de las diferentes
instancias en las que se subdividía la estructura organizativa
confederal.
Para ello
utiliza una abundante documentación emanada de congresos y asambleas,
completada con los testimonios directos de algunos de sus protagonistas
a través de una serie de entrevistas personales, cuyas biografías
se incluyen al final del libro (páginas 487-506).
Como ya
es habitual observar en estudios de esta índole, se pone el énfasis
en los fracasos del anarcosindicalismo para estructurar un modelo social
con visos de prosperar, pero lo que en este caso a Ana Monjo le parece
una carencia a otros nos parece uno de los logros más importantes
del pensamiento y la acción antiautoritarios. Y esto es precisamente
lo que diferencia a aquellos historiadores que hacen del pasado una
justificación del presente y aquellos otros cuya pretensión
es extraer del conocimiento de la historia las herramientas más
idóneas para construir nuestro presente.
Porque
la tesis central del libro precisamente la recogida por el profesor
Fontana en su prólogo y que ya hemos comentado está
fundamentada en la incapacidad de la CNT para desarrollar los mecanismos
de democracia interna que habrían de permitir que las decisiones
se generasen desde la base, ya que existía una frontera divisoria
que delimitaba dos sectores claramente diferenciados: por un lado aquellos
que sólo se ocupaban de las tareas propias de un sindicato: reivindicaciones
salariales, tareas administrativas y, por otro, aquellos que participaban
en sectores donde se discutían cuestiones mucho más globales
de táctica y estrategia. Ahora bien, tal como reconoce la propia
autora, esta frontera era en la práctica inexistente; todos podían
integrar cualquiera de los dos sectores o ambos a la vez además
de muchos otros sectores que no se citan y por tanto dependería
de la voluntad individual el dedicarse a una u otra tarea.
Lo que
sucedía con la estructura organizativa cenetista era exactamente
lo contrario. Mediante una serie de ensayos en materia de organización
realizados a lo largo de su historia, el movimiento anarquista consiguió
poner en pie un edificio que salvara los inconvenientes que ha supuesto
siempre el movilizar a una parte importante de la población generalmente
apática frente a cuestiones que vayan más allá
de sus necesidades más inmediatas sin caer en el recurso
fácil y cómodo de expedientes autoritarios. Y este es
el aspecto del anarquismo que se intenta ocultar mediante procedimientos
muy alambicados y por lo general tremendamente atrayentes.
Pero para
poder seguir con detalle este avance en la consecución de una
organización antiautoritaria suficientemente eficaz para poder
hacer frente al Estado y al Capital, sería necesario conocer
el desarrollo de la organización de los grupos anarquistas y
su particular forma de relación que tanta influencia tuvo en
el desarrollo de la organización anarcosindicalista aspecto
que también señala la autora, como luego veremos al hablar
del libro de Javier Navarro, pero hasta ahora este análisis
no se ha realizado de forma sistemática, en parte por falta de
la documentación necesaria y en parte también porque probablemente
sea imposible hacer una historia de este género, al menos con
las herramientas metodológicas que ahora poseemos. No obstante,
independientemente de que sea o no posible hacer la historia del anarquismo
en este país es decir, la historia de los grupos anarquistas
antes de la fundación de la FAI sí es factible tener
en cuenta los resultados y analizarlos cuidadosamente para no hacer
afirmaciones que o bien son gratuitas o bien tratan de justificar la
realidad de la dominación, tanto actual como pasada.
Por lo
que respecta a la revolución, aunque la autora no llega a la
absurda afirmación tal como pretenden probar algunos historiadores
de que ésta nunca ha existido, sin embargo lleva a cabo una hábil
maniobra de diversión para resaltar con todo lujo de detalles
sus limitaciones, errores y carencias, hasta llegar a la conclusión
de que la misma no era factible desde ningún punto de vista y
de que el impulso dado a la misma en las primeras semanas pronto se
vio frenado y frustrado hasta desembocar en su completo fracaso. En
resumen, se insiste en la tesis ya planteada tantas veces de que impulsar
una revolución en tan adversas circunstancias era poco menos
que suicida y que únicamente podía dar como resultado
la desorganización de la retaguardia y un debilitamiento general
de las defensas republicanas para enfrentarse al ejército franquista.
Nada nuevo.
Por lo
que se refiere a la obra de Eulalia Vega, este nuevo libro poco aporta
de novedoso a los trabajos anteriores de la autora sobre el trentismo
y los sindicatos de oposición (10).
De todos modos, al igual que en el trabajo de Ana Monjo, el aspecto
técnico resulta impecable. La autora lleva a cabo un estudio
detallado de la evolución económica y demográfica
de Cataluña y un análisis
pormenorizado de la población obrera, incluyendo naturalmente
el factor de la inmigración que tanta importancia tendría
en el desarrollo del movimiento obrero.
Analiza
también, muy detalladamente, la evolución del anarco-sindicalismo
en algunas de las comarcas más importantes de Cataluña,
entre otras, Sabadell, Manresa, Mataró e Igualada. Así
como una descripción minuciosa de las divergencias ideológicas
en el seno del sindicato confederal que desembocaría en la escisión
trentista.
En definitiva,
Eulalia Vega pone el acento en el sector denominado reformista y, aunque
no lo manifieste de manera explícita, todo apunta a concluir
que la radicalización de un determinado sector de la CNT la
vertiente anarquista debilitó profundamente al anarcosindicalismo
e impidió que éste llevara a cabo su misión histórica
que al parecer debía ser la de ayudar a la burguesía a
modernizar el país y convencer a la clase obrera de que era mucho
mejor dejarse explotar sin demasiadas protestas que lanzarse a «aventuras»
insurreccionales cuyos resultados serían siempre perjudiciales
a corto y largo plazo.
Se observa,
en la mayoría de historiadores que se ocupan de la historia social,
una tendencia cada vez más acusada a confundir el carácter
«científico» de sus investigaciones con un reduccionismo
mecanicista que simplifica de tal modo el desarrollo social que al final
todo parece suceder como si el ser humano respondiera a la ley física
de acción-reacción lo mismo que lo haría un muelle.
De este modo, la historia social se va pareciendo cada vez más
a un inmenso aprisco en el que son encerrados sus protagonistas para
observar sus reacciones y ajustarlas a sus hipótesis. La receta
es simple, pero muy elaborada: una porción de demografía,
un filete de economía troceado, unos cuantos obreros salteados
y todo ello cocinado a fuego muy lento y después aderezado con
varias especias más o menos fuertes: huelgas, motines y alguna
que otra insurrección, muy bien dosificadas.
Quizá
podríamos establecer un cierto paralelismo entre los métodos
de la historia social y la denominada novela negra. En el género
de novela negra existen dos formas principales de contar las historias:
una, en la que el autor o la autora sólo desvelan el misterio
al final del relato, dejando al lector que vaya interpretando las claves
que, con más o menos habilidad, se le van proporcionando para
descubrir al asesino; y otra, en la que al lector se le proporciona
ya desde el inicio la identidad del asesino y la habilidad del autor
o la autora consiste en mantener viva su atención a través
del análisis de los motivos que los diferentes personajes de
la novela han tenido en la confección de la historia hasta desembocar
en el fatal desenlace. No cabe duda de que el segundo método
requiere una gran maestría y un mayor esfuerzo para mantener
la tensión del relato, pero en contrapartida es mucho más
coherente y sicológicamente más ético.
Una inmensa
mayoría de historiadores de la historia social emplean el primer
método; ensamblan su relato como si desconociéramos el
desenlace y por tanto todos los hechos se muestran como si no hubiera
habido ninguna posibilidad de que sucediera de otra forma y al final
se nos presenta el resultado inevitable. El lector poco avisado se va
paulatinamente convenciendo de que efectivamente la historia ha sucedido
de esa particular forma, porque no podía ocurrir de otro modo.
La utilización del segundo método requiere un trabajo
de reflexión mucho más arduo, pero tiene la inmensa ventaja
de que no se escamotea al lector ninguna de las posibilidades de actuación
de los protagonistas de la historia aquellos que hacen de su acción
un acto de reflexión y obliga al lector de alguna manera
a ejercitar igualmente su pensamiento y hacerse cómplice poniendo
en juego su propia capacidad de reflexionar sobre los acontecimientos
pasados y presentes. Esto es, en mi opinión, hacer historia.
Todo lo demás es... otra cosa.
El último
libro que queremos comentar es el trabajo que Javier Navarro presentó
como tesis en el año 2000 sobre la cultura libertaria en el país
valenciano (1931-1939). Ya publicó en su momento la primera parte
de la misma (11),
y este nuevo libro sería el complemento necesario a su primera
exposición en torno a la sociabilidad libertaria.
Como apuntaba
anteriormente, Ana Monjo en sus conclusiones afirma que es necesaria
una reflexión cuidadosa en torno al militantismo que va más
allá del ámbito sindical, que penetra en barrios, cafés,
tertulias, etcétera, con objeto de poder llegar a definir de
qué manera se creó y articuló este tejido social
que conforma el marco en el que se movía el movimiento libertario
(página 484). Esta es precisamente la tarea que se propuso llevar
a cabo Javier Navarro limitada al área geográfica del
país valenciano. Si en su primer libro analizaba el desarrollo
de la cultura anarquista a través de sus organizaciones, en éste
lleva a cabo el análisis concreto de ésta y su vinculación
con la propuesta global del anarquismo, así como la práctica
de la misma por los anarquistas. Desde las conferencias, charlas o debates
hasta el establecimiento de escuelas racionalistas, pasando por la edición
de libros, folletos, periódicos o revistas, los anarquistas configuraron
un universo cultural propio que desplegaron en todos los ámbitos
de la sociedad. De ese modo crearon el sustrato imprescindible para
que se establecieran los necesarios vínculos entre los diferentes
sectores sociales sin que para ello fuera
Desde las
conferencias, charlas o debates hasta el establecimiento de escuelas
racionalistas, pasando por la edición de libros, folletos, periódicos
o revistas, los anarquistas configuraron un universo cultural propio
que desplegaron en todos los ámbitos de la sociedad
necesaria
la presencia de ninguna autoridad para dar su consentimiento más
bien la autoridad intervenía para dificultar o impedir que estos
vínculos se establecieran. Éste sería en
definitiva el proceso básico que permitió al movimiento
anarquista crear los fundamentos de una sociedad libertaria.
Queda todavía mucho terreno por explorar en este campo de la
investigación del anarquismo, pero Javier Navarro ha trazado
los primeros surcos junto a otros que antes que él ya hicieron
también incursiones provechosas en esta tierra virgen que
con toda probabilidad nos proporcionarán un mejor conocimiento
de las luchas contra el Estado y el Capital desde una perspectiva anarquista.
Paco
Madrid
NOTAS
1
MONJO, Ana: Militants, Barcelona, 2003, 536 páginas.

2
VEGA, Eulalia: Entre revolució i reforma. La CNT a Catalunya
(1930-1936), Lleida, 2004, 454 páginas.

3
NAVARRO NAVARRO, Francisco Javier: A la revolución por la cultura.
Prácticas culturales y sociabilidad libertarias en el País
valenciano, 1931-1939, Valencia, 2004, 406 páginas.

4
MONJO, Ana: op. cit., pág. 17: «De ese modo la CNT da a
impresión de un organismo que no ha conseguido desarrollar los
mecanismos de democracia interna que habrían de permitir que
las decisiones se generasen desde la base, sino que funcionaba en dos
niveles diferentes: uno cuya función principal era la de ocuparse
de las cuestiones laborales propias del sindicato y otro, que no estaba
bien engranado con la estructura sindical de base, que asumía
la discusión ideológica y que tomaba las decisiones que
hacían referencia a los propósitos de transformación
revolucionaria de la sociedad.»

5
AMORÓS, Miquel: La revolución traicionada. La verdadera
historia de Balius y los Amigos de Durruti, Barcelona, Virus, 2003,
444 páginas.

6
AMORÓS, Miquel: op. cit., pág. 6.

7
MONJO, Ana: op. cit., pág. 68: «En definitiva, el proletariado
acepta el sistema parlamentario y demuestra su adhesión votando,
cuando vislumbra la posibilidad de que el triunfo de una determinada
formación política en un comicio concreto, puede cambiar
su situación de explotación y miseria».

8
ULLMAN, Joan Connelly: La Semana Trágica, Barcelona, 1972, 693
páginas.
«Así pues, la entrada masiva de anarquistas en Solidaridad
Obrera fue un factor decisivo en la continuada preponderancia del anarquismo
en el movimiento obrero».

9
VEGA, Eulalia: El trentisme a Catalunya, Barcelona, 1980, 307 páginas.

10
Anarquistas y sindicalistas, 1931-1936, Valencia, 1987, 290 páginas.

11
NAVARRO NAVARRO, Francisco Javier: Ateneos y grupos ácratas.
Vida y actividad cultural de las asociaciones anarquistas valencianas
durante la Segunda República y la Guerra Civil, Valencia, 2002,
610 páginas.
