Yo
filmo que... Antonio Artero en las cenizas de la representación
Javier Hernández y Pablo Pérez
Antonio
Artero descifrando los mensajes del poder. Un cineasta entre el situacionismo
y el anarquismo
Hernández,
Javier y Pablo Pérez : Yo filmo que... Antonio Artero en las
cenizas de la representación, Zaragoza, Ayuntamiento, Servicio
de Cultura, 1998.
Nace
Antonio Artero en Zaragoza en 1936. Su madre, militante anarquista (pasó
unos meses en la cárcel de mujeres de la capital maña),
pese a sus limitaciones económicas nunca escatimó un céntimo
para que su hijo pudiera recibir una educación. En este ambiente
familiar, de libertad, pese a vivir en un sistema fascista que había
triunfado con la guerra, Artero da rienda suelta a su imaginación
desbordante, con los tebeos, novelas y cuentos que se agencia. Ya de
niño pudo jugar y fantasear con un cinematógrafo que él
mismo construyó con una caja de zapatos, un par de carretes de
hilo y pegamento para adosar las viñetas recortadas.
Muy joven,
Artero comienza a trabajar de botones en un banco en el que con los
años desempeñará diversas funciones. Pero inquieto
y atraído por el mundo del cine, después de que fracasara
su intento de pedir una excedencia en el banco, Antonio abandona el
puesto de trabajo y se va a Madrid, donde se matriculará en la
recién inaugurada Escuela Oficial de Cine (EOC). No fue fácil,
Artero estaba entre doscientos candidatos, de los que solo accedieron
siete.
Conocido
en el ambiente contestatario al régimen de Franco, apreciado
por su cine amateur crítico y atrevido que refleja las injusticias
sociales, le invitan a entrar en el PCE. Su estancia en el Partido duró
poco. Se le expulsó después del manifiesto de Sitges;
iba por libre y no se atenía a las directrices. El espíritu
libertario en el que fue educado por su madre no pudo ser coartado por
los comunistas. Después militaría en la CNT.
Fue un
alumno brillante. Tan solo él y Borau concluyeron la especialidad
de dirección en tres años. Por tener el mejor expediente
académico del año 65, se le concedió una beca para
acceder al festival de Cannes, donde hace unas declaraciones a un diario
francés contra el gobierno franquista. Al regresar se le empieza
a complicar la situación. Se descubre que el título de
Bachiller que presentó para realizar la prueba de acceso a la
Escuela Oficial de Cine era falso. Artero abandonó el instituto
antes de terminar el bachillerato y para poder ingresar en la EOC falsificó
el título de un compañero. Se le procesó y condenó
a tres meses de prisión menor (que nunca cumplió) y se
quedó sin el título que otorgaba la Escuela pese a contar
con el mejor expediente académico.
En el mundo
cinematográfico todo fueron problemas para el joven aragonés
que no se sometía a lo establecido. El tesoro del capitán
Tornado, que adaptó muy crítica y subjetivamente a la
pantalla, fue rechazado por la censura, que obligaba a su modificación
si se quería recibir la oportuna subvención. Artero se
negó, y el productor realiza una seria de maniobras de forma
traicionera para poder recibir el dinero. Artero apuesta por la subversión;
la productora, por la subvención. El director está por
la crítica al Poder; la productora por seguir la rentabilidad
del capital. La trifulca fue muy sonada.
En el año
67, un grupo de cineastas jóvenes y atrevidos tratan de que se
suprima la censura del régimen y lanzan un manifiesto en la que
fue la Primera Semana Internacional de Cine en Sitges. Denuncian que
el cine es expresión de la clase dirigente, políticamente
eficaz para la clase que lo produce, que la sociedad en la que se vive
es hipócrita... y muestran su deseo de libertad de expresión
sin censura ni control de ningún tipo, con libre acceso a la
creación. Los protagonistas de las jornadas se dan cuenta de
la trascendencia de los hechos, que las autoridades tratan de controlar
y de que no se conozcan, y un compañero ya le augura a Artero:
«Antonio, tú no vas a hacer mucho cine, pero a los demás
nos has jodido también, ninguno vamos a coger la cámara
tras esto.» Las críticas de los sitgistas eran demoledoras
contra todo lo establecido y contra todo aquello que se podía
establecer. Propio de la filosofía de la Internacional Situacionista
no dejaban títere con cabeza. Sus actividades eran muy provocativas
e ingeniosas en la época. A los jóvenes rebeldes se le
empiezan a cerrar puertas. Años después la censura contra
la que luchaban la saltarán, pero el capital no entregará
dinero para hacer un cine que no es el que Dios manda. Desde sus inicios,
sus trabajos podríamos encuadrarlos dentro de un cine suicida.
Los filmes
de Artero no son comerciales, pasan por pocas salas. Su cine es provocador
y comprometido. Trata de decodificar, desenmascarar, descifrar, revelar...
los mensajes, la trama, la mentira y el engaño de los medios
de comunicación, siervos del Sistema, y nos muestra cómo
han sabido suplir el «pan y circo» de la época romana
por «galletas y TV» actual. Todo un montaje. El cineasta
aragonés es además provocador. Hace situar al público
en un ambiente que le cuestione o le induzca a pensar en su papel en
esta sociedad, especialmente ante el mundo mediático del espectáculo.
Antonio Artero es el único director de cine que se ha atrevido
a proyectar una película como Blanco sobre blanco, que desde
que empieza hasta que acaba, en la pantalla no se ve nada más
que el blanco y lo que el espectador imagine. Provocación única
del mundo del espectáculo ante los espectaculotarios. Téngase
en cuenta que no estamos hablando de que a alguien se le ocurra una
película como la indicada, sino de que un director de cine tenga
la idea y se atreva a programarla y proyectarla. El comportamiento del
público ha sido distinto de una época a otra, pero el
fenómeno es digno de estudio. Estarán los que no soporten
ver su propia película porque ellos iban a ver la de un director
de cine; los que piensen que es una tomadura de pelo y se larguen de
la sala; los que aprecien la sugerencia y recapaciten si un espectador
no ha de ser a la vez actor, guionista, director... de la (su) vida.
También estarán los dóciles que ante una obra de
arte por miedo al ridículo no se moverán de su asiento,
soportando todo lo que le echen, durante el tiempo que quieran.
Mucha energía
hay que tener para soportar tantas frustraciones y obstáculos
como se le han puesto a los filmes de Artero. Cuando no era por la censura
(Monegros), era porque se le cortaba el presupuesto (Trágala,
perro), pero con una u otra excusa el Poder (político, económico,
mediático...) ha tratado de impedir ver concluido un trabajo
que cuestionaba la realidad impuesta. El que Artero sobreviva, buscando
de una u otra manera dar a conocer su trabajo, permítasenos decir
que más parece obra de las corrientes telúricas o siderales,
algo milagroso.
A través
de estas páginas se da a conocer una parte desconocida, ocultada
y silenciada de la historia del cine español, y en particular
de la obra de Artero y el concepto innovador que tiene del arte en el
mundo del espectáculo. El cine arteriano no solo se planteaba
o cuestionaba la cultura del Poder, sino el Poder y el Sistema mismo.
Además, el libro está lleno de anécdotas divertidas.
Los jóvenes y rebeldes cineastas aprovechan su inagotable imaginación
para reírse de todo lo que viene de Arriba.
Aunque,
en parte, contrariamente a lo que viene a decir el discurso arteriano,
el que suscribe opina que el anarquismo poco hubiera podido hacer sin
el invento de Gutenberg, y no puede por menos que recomendar la lectura
de este libro (que existe gracias a la imprenta), entre otras razones
para que uno disfrute riéndose del Poder y amplíe la imaginación
para acabar con Él.
Finalmente,
pedir disculpas por no haber reseñado este libro en su día
(hace dos años), cuando se publicó y llegó un ejemplar
para la biblioteca de la Fundación. Diversos motivos, pero uno
principal, el Tiempo, un tirano más inexorable que el Estado
(que ya es decir) nos ha impedido hacerlo.
Amador