La
cuestión de Marruecos y la República española
Abel Paz
Paz,
Abel: La cuestión de Marruecos y la República española,
Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2000,
238 págs.
No
es victimismo decir que el anarquismo, sus hombres, sus organizaciones,
no gozan de demasiada buena fama entre los hacedores de historia. Bueno,
entre quienes, desde cátedras y poltronas universitarias, pretenden
tener el monopolio del 'rigor', de la 'verdad' histórica. Declaración
-y viene al pelo el dicho de «dime de qué presumes y te
diré de qué careces»- que no pretende sino ocultar
el papel que, junto a las otras llamadas ciencias, le asigna el mundo
capitalista: fijar lo políticamente correcto, cómo fue
el pasado y qué será posible en el futuro. Algo así
como la Real Academia hace para la lengua: fijar y dar esplendor.
En el mejor
de los casos el retrato que del mundo libertario se hace es el de algo
muerto, y bien enterrado, que corresponde a una etapa 'pre-moderna'
de la sociedad española, propia de atrasados campesinos y proletarios
faltos de conciencia de clase. Aunque lo normal es que se le caricaturice
como adicto a la violencia -así recientemente ha hecho Santos
Juliá- o a la continua algarada. En escasas ocasiones aparecen
referencias a sus actividades como introductor de las modernas corrientes
pedagógicas; a la lucha de sus militantes en el ámbito
sindical por el mejoramiento de las condiciones laborales o que las
ideas libertarias vertebraron la, en mi opinión, última
aportación europea a una sociedad más justa: la Revolución
española de 1936.
No debe,
por tanto, extrañar que tenga que deberse a un autor alejado
de los círculos historiográficos un trabajo sobre una
cuestión que ha pasado prácticamente desapercibida en
los estudios sobre el conflicto 1936-1939: el papel que tuvo Marruecos.
Tanto la zona del 'protectorado' español, como la del francés.
Porque como dice Abel Paz, en las primeras páginas de su obra,
resulta difícil pensar que nadie, ni siquiera el gobierno republicano,
hubiera obviado el peligro del ejército español en Marruecos,
el único con experiencia bélica, y sus tropas mercenarias,
ya utilizadas en la Península durante el octubre asturiano.
La respuesta nos la proporciona la lectura del libro: fue un tema que
si alguien quiso 'moverlo' fueron los anarquistas y si alguien quiso
'pararlo' fueron, precisamente, los gobernantes republicanos. Como en
otras tantas ocasiones la apelación a la 'actitud internacional'
fue la excusa por la que se escapaban los efluvios, y no de ámbar
precisamente, que escribió Cervantes en El Quijote, de republicanos,
socialistas y comunistas producto de su miedo a la Revolución
que se vivía. La que hoy, más de medio siglo después,
se pretende sepultar bajo el peso de las toneladas de páginas
que se escriben sobre algo que no existió o fue marginal a los
intereses de la mayoría de la población española.
Desde esta
perspectiva no resulta extraño que historietógrafos y
similares lo pasaran por alto. Resultan muy contradictorias, con esa
imagen de ágrafos aficionados a la dinamita, las gestiones que,
a comienzos del otoño de 1936, efectuaron para llegar a un acuerdo
con los nacionalistas marroquíes con el fin de amotinar el territorio
desde el que se abastecían de armas y hombres los sublevados.
Contactos boicoteados por el recelo y la oposición del gobierno
de Largo Caballero que apeló a los 'compromisos internacionales'
de España. Fue Indalecio Prieto, a la sazón ministro de
Marina y Aire, quien transmitió, antes de que lo hiciera el propio
Caballero, la prioridad gubernamental. No es extraño, cinco años
antes había invocado a los mismos intereses para proteger a la
empresa norteamericana ITT, propietaria de la Compañía
Telefónica de España, contra las reivindicaciones de sus
trabajadores en huelga por el reconocimiento de sus derechos sindicales.
Prieto, en pocos meses, había olvidado su ardorosa intervención
en el Ateneo de Madrid, en abril de 1930, en la que calificó
el trato que la empresa estadounidense daba a los trabajadores españoles,
como parecido al que se le daba a los negros de las colonias.
Abel Paz,
de quien basta con recordar sus libros autobiográficos y la monumental
biografía de Buenaventura Durruti, ha tenido el acierto de escribir
el libro como si fuera el sumario de un crimen. Algo no muy lejano a
la actitud de muchos de los protagonistas de los hechos y, posteriormente,
de los sacerdotes encargados de mantener el fuego de la diosa Clío.
A modo de indagación, durante tres décadas, ha rastreado
aquí y allí, ha consultado bibliografía, se ha
entrevistado o carteado con protagonistas y buscado documentación
hasta reunir las pruebas que testimonian las gestiones que García
Oliver, con el conocimiento del comité nacional de la CNT y de
la AIT, realizó para contactar, y llegar a un acuerdo, con el
Comité de Acción Marroquí, nacionalista, con el
fin de insurreccionar el Marruecos español.
A lo largo
de las páginas desfilan, de forma minuciosa, los pasos que ha
dado el autor hasta llegar a su objetivo; la secuencia de los acontecimientos;
las argumentaciones de todas las partes implicadas hasta el fracaso
de las conversaciones; las interpretaciones que, posteriormente, dieron
unos y otros protagonistas, personas indirectamente implicadas y los
pocos historiadores que, de forma más o menos tangencial, se
han acercado al asunto. El resultado es un ameno libro, con la fácil
prosa a la que nos tiene acostumbrado, que tiene, además, la
virtud de reproducir documentación y unas nada desdeñables
notas biográficas de gran utilidad para que el lector se desenvuelva
con comodidad por los acontecimientos, conociendo mejor a sus protagonistas.
Algún
académico puntilloso, seguramente, podrá escribir que
falta tal o cual archivo por consultar o que se ha dejado de citar ese
libro esencial, que no ha salido de los anaqueles de alguna prestigiosa
universidad y sólo es conocido por los iniciados. No importa,
La cuestión de Marruecos y la República española
sitúa el tema en los términos justos. En los que importan
para sacar a la luz, lo que más le interesa a algunos que permanezca
en las tinieblas: que en la España del verano de 1936 se estaba
produciendo una revolución. Revolución que ni a socialistas,
comunistas y republicanos le interesaba. Como tampoco a las democracias
europeas que preferían pactar con Hitler y los rebeldes españoles
antes de que el pueblo en armas pusiera de manifiesto que era posible
vivir de forma más justa.
Recomendar
su lectura es algo redundante con lo que lleva el lector leído.
El mejor deseo que puedo expresar es que se compre, se lea y, después,
se recomiende y se extienda a viva voz para superar el muro que, intereses
y propias debilidades, impide que se oiga por todos lados la voz que
grita que la anarquía, los anarquistas españoles, no son
esa mala caricatura que suele mal pintarse. Finalmente no puedo dejar
de desear, con todo cariño, a Abel Paz que siga escribiendo y
conservando ese endiablado humor sin el que el autor no sería
quien es.
José
Luis Gutiérrez Molina