Vidas
anarquistas
Gustavo Vidal Manzanares
Vidal
Manzanares, Gustavo: Vidas anarquistas, Madrid, Fundación de
Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2000, 115 págs.
Si, como
sucede, en los primeros párrafos te das de bruces con un nonagenario
que tira de ordenador, internet y página web, mientras rememora
su conocimiento de Joe Hill en Norteamérica, te domina la duda
¿el autor será algún anciano militante de la acracia
que no se resigna a pasar el Leteo sin legarnos sus memorias? Pronto
comprendes que no, que Gustavo Vidal sabe qué es esto de la literatura
y de sus técnicas y se enmascara tras múltiples narradores.
Cosas de la ficción narrativa que vienen al pelo para que la
historia entre como si fuera literatura y ambas acaben confundiéndose
como la metáfora mística de las dos llamas de cirio. Gustavo
Vidal conoce a fondo la máxima horaciana del deleitar aprovechando.
La conoce y la aplica.
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Ateneo
de Madrid durante la presentación de libro. Lily Litvak,
Gustavo Vidal, José Ramón Palacios y Campillo. |
El autor
ha llamado a la pluralidad, y nos regala nueve semblanzas que representan
caras distintas del anarquismo militante. No polemiza sobre lo acertado
de la selección y concede que podían haber sido otros
los seleccionados. Es verdad que los nombres de Penina, Ricetti, Massaguer,
Lisbona y Grau no ocupan un puesto de relumbrón en el santoral
anarquista, es verdad que insiste en la pedagogía, en la represión
del Estado, en la xenofobia. Culpa es de la historia (tan abundosa en
represión y racismo) y del anarquismo mismo (tan rico en militantes
de penumbra y en campañas educativas), no del autor de los relatos.
Lo cierto es que los nueve relatos se leen de una tirada, cuentan con
el gran mérito de la amenidad, no agobian con fechas, son coherentes,
destilan cariño hacia los biografiados y también hacia
los narradores de las historias, lo cual no deja de ser chocante cuando
tres de ellos (cura, militar, policía) pastan en dehesas tenebrosas
para los libertarios.
Y aunque
BICEL no es probablemente el mejor lugar del mundo para tratar de técnicas
literarias, de las relaciones entre autor, obra y lector, de omnisciencia,
omnipresencia y ausencia no podemos dejar de resaltar la diversidad
de los narradores, sorprendentes en más de un caso. Entra dentro
de lo normal que sus antiguos discípulos recuerden a Ricetti,
y un jubilado a Joe Hill; ya resulta menos cotidiano que un profesor
de Derecho y un sacerdote se ocupen de Ferrer, y que unos policías
nos cuenten la historia de Sacco y Vanzetti; y francamente navega en
los lindes de la rareza y la anomalía que el viejo militar que
lo ejecutó nos cuente afectuosamente la vida de Penina. A Salvochea
y Massaguer los presenta a cara de perro: ellos confiesan sus avatares
vitales. Sólo con Lisbona y Grau el escritor-narrador Gustavo
Vidal se muestra como tal. La pluralidad de semblanzas arrastra una
no menor variedad de presentaciones y una y otra benefician al conjunto.
¿Puntos
débiles? Yo quizás hubiera eliminado uno de los dos relatos
pedagógicos por redundantes (todo no fue ferrerismo en la pedagogía
anarquista, particularmente prefiero la línea de la escuela Neutra
defendida por Ricardo Mella). La exposición del caso Granado-Delgado
mediante un diálogo entre alumno y maestro resulta, creo, forzada,
y poco creíble justificar la atracción del maestro hacia
los asesinados nada menos que porque su padre ofició de enterrador.
Tampoco creo que sea exacto considerar a Granados y Delgado, «los
Sacco y Vanzetti españoles», bien que en ambos la razón
de Estado apaleó la justicia. Echo en falta la presencia de alguna
de las figuras del periodo bélico (Peiró, por ejemplo,
un hombre de aspecto común con entrañas de héroe),
que mostrara el océano de dudas y contradicciones que agobió
a tantos anarquistas en 1936.
La actualización
de Sacco y Vanzetti resulta cuando menos atractiva, con un toque de
ironía que se debe valorar (el agente de policía seguro
de la inocencia de la pareja deja la porra y monta una pizzería)
y además oportuna ahora que parece vuelve la xenofobia a sacar
pecho. La confesión del viejo militar que ejecutó a Penina
tiene garra leonina. Un Lope Massaguer era imprescindible para no dejar
en el olvido la vergüenza de los campos de concentración,
tipo Mauthausen, y recordar que no sólo se cebaron en gitanos
y hebreos. No menos imprescindible Miguel Grau y Antonia Lisbona, como
paradigma de la odisea (separaciones, cárceles, campos de concentración,
hambre) de los exiliados internos y externos de 1939. No olvidar a Salvochea,
para mí el más honroso estandarte del anarquismo, confirma
que su figura no envejece, y poner en su boca futurista un Estrecho
de Gibraltar poblado de pateras, es comprender en profundidad al gaditano.
En conjunto
Vidal nos ofrece algunas facetas notables del anarquismo: su obsesión
por la enseñanza, la contumacia con que ha sido perseguido por
el Estado, los sufrimientos de muchos de sus militantes, la relevancia
que ha dado siempre a la propaganda oral y escrita, su obsesión
universalista, sus ansias de justicia y defensa del perseguido. Creo
que no es casual la intención (con frecuencia más apuntada
que desarrollada) de encontrar paralelismos entre las historias contadas
y la actualidad, de mostrar que el dolor y la injusticia no mueren y
que, quizás por eso, siempre brotarán Vidas anarquistas.
El libro cumple correctamente su fin de divulgar el proteico ideario
anarquista, lo hace con estilo elegante y con gusto, sin que la historia
sufra lo insufrible y sin alardear de objetividad. El deleitar aprovechando
tiene aquí una excelente plasmación. Lo menos que debemos
aconsejar es leerlo.
M. I.